Todo paisaje narrado implica un paisaje real. Cuando escribimos lo hacemos con la mente y los recuerdos de todo lo que experimentamos tanto interior como exteriormente. La evocación, antigua figura platónica, mantiene su protagonismo en la narrativa como eje posibilitador de la experiencia estética. Es desde esta capacidad que describimos mundos representados por medio del lenguaje simbólico. Los escribimos y narramos como ficciones que suceden en regiones geográficas, específicas de este planeta; y con ellas viajamos en el pensamiento.
Centroamérica como región espacial es portadora de un paisaje o suma de paisajes particulares, y como dice Rilke al referirse al poder del paisaje en El paisaje como cifra de armonía «el paisaje es naturaleza por venir, mundo en gestación, tan ajeno al hombre como un bosque desconocido sobre una isla desierta». El paisaje es el espejo que buscamos para identificarnos con la materia de este mundo, y este a su vez convoca en la narrativa a la misma acción en los lectores. En el paisaje narrado están presentes las localidades, las ciencias, las políticas, las geografías, los modos de producción, las tradiciones, las artes… En él se mezcla la cultura con la naturaleza y siempre por esa misma condición, nos lleva a reflexionar sobre los límites. Un paisaje es una mirada, una circunferencia, un mirar hasta que la vista alcance y en este ejercicio lo delimitamos y dejamos por fuera lo otro, la otredad. Lo «no vemos». De alguna manera el cosmos del escritor deja por fuera de la narración lo que no considera parte de este mirar. El off del mundo representado o el off de los otros narrados está al otro lado del limite del escenario. Es por eso que el mito es siempre narración crecida de nuestra historia, de nuestro paisaje. Agreguemos lo que La RAE define como paisaje:
1. Extensión de terreno que se ve desde un sitio.
2. Extensión de terreno considerada en su aspecto artístico.
3. Pintura o dibujo que representa cierta extensión de terreno.
En todos los casos media la referencia de un sujeto que experimenta una extensión. El vocablo paisaje en castellano, fue tomado del francés paysage, conservando el mismo significado: «representación gráfica de la geografía y cultura de un país desde el punto de vista de un observador». La etimología del concepto paisaje en inglés (landscape) se refiriere tanto a la apariencia visual de la tierra como a su contenido en términos de significantes identitarios. La importancia del paisaje que experimentamos es enorme ya que aborda el sistema de interrelaciones conformadas por el medio ambiente, oikos y el sistema de producción como cadena de bienes y símbolos de poder para conformar nuestra identidad como habitantes de un lugar. El paisaje entonces no solo es representación. Como paisanos, payeses, de un territorio delimitado que es retroalimentado en su expresión material, morfológica, en tanto resultado de sus prácticas e ideologías. Ecosistemas agrarios, urbanos, mixtos. Barriadas, fincas, fábricas, centros comerciales, son el resultado de esta huella humana que nos va conformando ese tercer cuerpo siguiendo la tradición hermeneútica. Huella de memoria individual y colectiva que nos conmueve y nos enmarca el actuar y el desear.
Los habitantes somos parte del paisaje como el paisaje lo es de nosotros mismos. Un paisaje siempre está cargado de almas. No es un fragmento geográfico, es la materialización de la historia humana en su actuar sobre la tierra demarcando territorios en ese espacio en particular que nuestro ojo delimita.
Desde las comunidades dedicadas al culto de las estrellas, a la explotación de la madera, los minerales o los recursos turísticos, allí van quedando las marcas sobre la pelota tierra. A veces feas cicatrices, otras veces maravillosos jardines y salvajes selvas.
¿Qué es el paisaje sino el resultado de los saqueos humanos?
Es en este sentido hablamos de paisajes como parte de la narrativa centroamericana. En su idea de tercer cuerpo que nos acompaña en la experiencia y por lo tanto en la creación literaria.
¿Qué son los países más que sumas de paisajes como cuentas del collar terrenal imaginariamente dividido por el poder?
Reconocer el paisaje como un tercer cuerpo donde vive el ser humano es parte fundamental de la política, que debería velar por la conservación de los paisajes patrimoniales y del alma misma de sus paisanos-ciudadanos, más que de los paisajes empresariales y comerciales.
De las iglesias con sus plazas, a los malls y las zonas francas. Estamos hablando de Centroamérica. De las plazas del mercado a los condominios privados; de lo que sucede allí y lo que sucedió. De todo eso escribimos los escritores centroamericanos.
El poder de lo narrado
El paisaje nos empodera a nosotros los homo sapiens dándonos satisfacción o carencia. Es experiencia de plenitud o de herida. Es allí donde radica el poder de su ficción.
¿Desde qué paisajes narramos en Centroamérica? Narramos desde la historia del campo y la historia de la guerra, desde la amenaza a la vida y a la paz y el recuento de lo no dicho en cada uno de los países centroamericanos. Narramos también desde la intimidad de lo cotidiano, desde el no deseo, el deseo, las maniobras humanas y nuestros propios monstruos ciudadanos del ayer y del hoy.
Un ejemplo de paisaje interior es el narrado por la escritora costarricense Yolanda Oreamuno. Su vida una especie de recuento del guión de una película que yo retitulo aquí como «Louise sin Telma», ha sido novelada en la obra La fugitiva de Sergio Ramírez.
Reconocer el paisaje como un tercer cuerpo donde vive el ser humano es parte fundamental de la política
«Cuando la gran ciudad comienza luminosa a defenderse de la noche. Cuando los faros de los automóviles interrogan la calle paralelos, el viento es más frío y las gentes corren presurosas tras la cena, se arraciman en las esquinas esperando un camión y se vuelven más íntimas hacia el recuerdo de la casa abrigada, acogedora; y cuando vemos todo sin ver nada, y sólo divisamos al fondo nuestros propios pesares o alegrías desbordadas, en disfraz de fantasía, y nos hacemos grandes al contagio con la inmensidad de la noche que llega. Entonces, México es mío», dice Yolanda.
Yolanda murió en México abandonada ante la enfermedad y este hecho marca toda su producción literaria y catapulta su gótica fama. Una fama que no llegó desgraciadamente hasta muchos años después a Costa Rica, con un movimiento de escritores solitarios, independientes, que van creciendo como la levadura, evocando su obra sin el miedo al estigma de ser de un país de la periferia. Una linda borona en la cintura de América. El decolonialismo crece en sus simposios académicos y da sus frutos.
En el caso de Costa Rica es otro el mito que sigue protagonizando la escena cultural. El mito de la excepcionalidad sigue levantando la mano en el horizonte, aunque la globalización y la basura debajo de la alfombra, muchas mañanas nos diga otra cosa. Pero sale el sol y con él las metáforas: altas montañas, cadenas de valles, bulliciosos ríos. Escribimos entonces sobre la superficie del agua alrededor de los cuerpos, sobre el silencio de un invisible huésped ante los espejos de nadie en un bar. Escribimos sobre el amor colapsado de la familia, la vejez como el duende que todos llevamos dentro, las tribus urbanas y su autismo lacerante, la ingenuidad de los diez minutos de gloria ante la estepa del fracaso y el nuevo edificio del ego por construir sobre el antiguo. Escribimos sobre el ruido, el silencio social y la diversidad de filias. Sobre la noche y la mímesis. Pero por encima de todas las metáforas, escribimos sobre la pátina del emocional suceso, una y otra vez, siempre congraciándose con un pasado que lucha por no ser olvidado en sus diálogos, calles, gestos, movimientos, discursos, géneros. El paisaje humano siempre solicitando, deseando. El paisaje como tarjeta postal que no enviamos porque queremos que siga dentro del bolsillo, manido y arrugado pero nuestro.
Rubén Dario escribe: «Costa Rica tiene el espíritu más ordenado y pacífico de las cinco repúblicas de la América Central».
El paisaje estético de la paz
Podemos hablar de Costa Rica como contrapunto en la región. Contrapunto o excepción el caso es que se trata de un país pequeño, sin ejército, abocado al turismo ecológico, a la economía de servicios y a los oficios y desoficios de la democracia, una de las más antiguas de América Latina. Lo que moldea a un habitante más abocado a la acción que a la reflexión. Un experimentador de paisajes exteriores más que del paisaje representado por el verbo narrado o escrito. El tico se desplaza y reúne. No migra en los porcentajes del resto de Centroamérica.
Este paisaje exterior viene a ser un extracto de otro de mayor dimensión. El paisaje de las redes globales que se hace de la historia y la realidad política de Centroamérica, Estados Unidos y el resto del mundo en este orden de retroalimentaciones en internet.
El paisaje narrativo costarricense mantiene el culto a lo cotidiano, incluida su propia violencia civil, la delincuente, la ilegal como también la psicológica, la burocrática, la comercial. Todo esto en tiempos de paz y estabilidad. Las emociones personales son de gran valor en la literatura costarricense. Es por eso que lo cotidiano y sus posibles maravillas siguen siendo la raíz del lenguaje coloquial utilizado. No existen las epopeyas ni las elegías de gran fuste, como si sucede en buena parte de la región. El ejercicio literario característico de la narrativa costarricense, no busca la suma de acciones argumentativas, ni utiliza frases cortas derivadas del guión cinematográfico como sucede en la actualidad en gran medida. Por el contrario, mantiene su mimema en la representación de mundos pseudoideales, casi agrarios o tras la búsqueda de estos en núcleos con personajes familiares sobre paisajes que únicamente suceden y se experimentan cuando se ha dicho adiós a las armas como sociedad. La civilidad también aporta su contenido estético a la literatura en este caso. Pero surge una pregunta; ¿Hasta dónde esto sigue siendo así y qué nuevos elementos han surgido con este BIG paisaje de la globalización?
El paisaje narrativo del presente sigue su camino fuera de las localidades, hacia las rutas globales de la novela negra y policiaca en un tácito recorrido por buscar y exponer ya no solo las escenografías exóticas sino también la basura social a como de lugar. Parece que las ciudades más que los campos siempre tienen mugre que limpiar. También las instituciones y los bancos. La suma de violencias no bélicas, perseguidas por un personaje noble que descubre otras violencias más bélicas aparece como argumento que se repite en los últimos años en la literatura costarricense y centroamericana.
El rastro en la tierra
Lo que se ve del poder narrado es su propio rastro. Es igual al rastro que deja la pelota según quien la tenga. La estructura de la jerarquía dentro de un sistema se mira en los argumentos y paisajes narrados no solo en la historia contada, sino también en su estilo de narración. Narramos fábulas que ocurren en camas deshechas, con platos sin comida, abundantes aguaceros, vasos con ron, mujeres domesticas o aguerridas, hombres sedientos, brutales o puritanos, niños desaparecidos o no deseados, esculturas monumentales a próceres o dictadores, ruido de motos y olor a diesel, cementerios llenos de huesos en y fuera de los camposantos, burdeles a las ordenes del los que pagan. Fábulas que narran la historia del país más feliz del mundo, o la historia del país mas desgraciado del mundo. Se trata de seguir estos rastros dejados en los paisajes narrados para encontrar las diferentes fábulas y mitos de la región.
En Centroamérica tradicionalmente las historias literarias a partir de 1950 y hasta la década de los ochenta coinciden con los registros característicos del liberalismo, en lo que se refiere a la preferencia biografista. Es el autor y sus grupo de aliados el que formara movimientos alrededor de sus libros y no el análisis de las obras y sus posibles contenidos estéticos, de género o de estilo, los que unirán las temáticas y las secuencias de las narrativas. Como lo apunta Zavala dicho recuento se mantiene en la actualidad paralelamente a otras formas de clasificación. Lo importante de apuntar es que posteriormente a la década de los ochenta, con las guerras en la región surge el grupo de escritores que se inspira a partir de sus secuelas.
Esta relación tan directa entre el medio y el motivo de la escritura, es la que me da pie para decir que el sujeto escritor pasa de manera nómada por esta circunstancia en El Salvador, Nicaragua y Guatemala, mientras que en Costa Rica, la narrativa toma un derrotero diferente. El tema gracias a su paisaje social y geográfico se matricula directamente en las búsquedas de identidad de sus autores.
Así que la voz que otorga la narrativa en la región es una voz de denuncia histórica, política, social, por un lado, y por el otro de conformación de intimidad y existencia por y para el otro. La paz aunque no perfecta de la vida civil sin guerras, da su propio paisaje como lo da también la guerra. Por lo que la metáfora literaria en sus narrativas es también portadora de estas dos fuerzas en tanto que espejo en sí misma de su habitantes, prácticas e ideologías.
Surge en los años noventa en Guatemala y El Salvador fundamentalmente, el tema de la postguerra. Una realidad que muchos escritores viven y que el mundo de lectores quiere conocer fuera de las fronteras. El postconflicto es necesario de narrar y los escritores necesitan registrar y expresar el suceso histórico de cada localidad, en un esfuerzo por no dejar que caiga en el olvido.
El paisaje estético de la guerra en la región
De la misma manera surge el paisaje de la guerra en la región y con el sus escenarios y argumentos. Encontramos con estos a otros personajes diferentes a los ejemplificados en la literatura costarricense. Personajes que dan cuenta del rastro del poder en los militares, periodistas, putas, camareros, revolucionarios, sacerdotes, etc que narran sus historias. Pasión, amor, sexo, alcohol, miedo, ansiedad, huida, fugas y secretos. Exilios y sobrevivencia.
Huezo Mixco, escritor salvadoreño, destaca, entre varios momentos de la historia literaria en la región, el surgimiento de lo que llama una «estética extrema», la cual se fragua con el poeta Roque Dalton y con una fuerza comprometida con la lucha armada y la defensa del pueblo. Dicha estética es definida como «la condensación de cierto tipo de búsquedas y hallazgos, que se producen dentro o fuera de la guerra, dentro o fuera del país. […] No tuvo un centro, es excéntrica, ni siquiera un nombre».
Pasión, amor, sexo, alcohol, miedo, ansiedad, huida, fugas y secretos. Exilios y sobrevivencia
La que sí tiene un nombre es Centroamérica y esta es portadora de múltiples paisajes en la actualidad. Por un lado se mantiene el resabio de la guerra, pero también se escribe y se narra desde el realismo, la fantasía, el lirismo, lo policiaco, lo urbano, la ciencia ficción y lo erótico. Todas son fragmentos del espejo desde donde mirarse. Un espejo que bien puede reforzar el mito del pasado como víctimas y vencidos o bien la retórica propia de sociedades que se esfuerzan en progresar, abrirse al mundo y educarse.
Aunque seguir capturando l’esprit du temps, de la postguerra es el motivo de algunos escritores, no lo es de todos. También lo es lo local y lo global. Pero el cómo se vivió y que se sintió con todos sus detalles y paisajes sigue siendo lo que se cuenta en las narraciones en Guatemala, El Salvador y Nicaragua. Se suma a esto una reciente búsqueda de identidad en los escritores más jóvenes, que curiosamente no han salido del periodismo sino de otras disciplinas y que ven en el paisaje un juego de abalorios por descifrar. En Costa Rica es una minoría las narraciones de eventos históricos, que tienden a ser bien vistos en el mercado literario del resto de Centroamérica, en comparación con los relatos de Ciencia Ficción, crónica o fantasía.
Escritores
Existen cientos de listas de autores según muchos cánones. Me niego a las listas pero quiero anotar varios nombres de escritores centroamericanos para ilustrar este paisaje narrativo de región. A continuación algunos de ellos: Roque Dalton, Roberto Sosa, Mauricio Echeverría, Jacinta Escudos, Franz Gallich, Claudia Hernández, Eduardo Halfon, Claribel Alegría, Ana María Rodas, Giaconda Belli, Sergio Ramírez, Alfonso Chase, Carlos Cortés, Horacio Castellanos, Sergio Ramírez, Rodrigo Rey Rosa. Miguel Huezo Mixco, Rodrigo Soto, Uriel Quesada, Rodolfo Arias, Fernando Contreras, Consuelo Tomas, Catalina Murillo, Vanessa Núñez, Daniel Quirós, Guillermo Barquero, Tatiana Lobo…
De los paisajes de cambio
Cambiar de paisaje es cambiar el modo de mirarlo. Cada vez son más los escritores centroamericanos que tratan de ser leídos fuera de sus fronteras sin el sueño de migrar a otros paisajes. Las narraciones de estos autores apuntan a escenarios híbridos, de tránsito cultural. Cambia el paradigma del rol de escritor periférico y su poder de representación como ejemplo de identidad centroamericana. Cambia el epicentro y cambia el ojo que lo ve. Se habla de literaturas y del fin de los límites de los paisajes locales como resultado de este mundo de redes. Por lo anterior pareciera que los acontecimientos políticos ya no determinan ni son los únicos elementos a considerar en los movimientos literarios en Centroamérica o en otras partes. La historia se está separando de la literatura en un proceso que pareciera ya experimentar Costa Rica de forma anticipada al resto. El narrador ya no es solo el rapsoda de su pueblo, sino que también lo es de su propio paisaje interior, en relación al paisaje exterior que edita de lo global.
Aunque la «estética de la violencia» sigue presente en escritores como Rodrigo Rey Rosa y Horacio Castellanos Moya, como testigos de una época de legitimación del crimen en la región y que mantiene sus lectores, también se advierte la democratización de la cultura y con este hecho, el giro en los cánones estéticos que esta vez incluyen tanto la energía de la guerra en su intento por mantener el control social, la estratificación del paisaje del conocimiento, en recuentos narrados del ayer y del hoy, como también la energía de la paz y la democracia y su intento por educar a la ciudadanía en recuentos del hoy y del mañana.