«(…) Cuando les expliqué que era periodista, ocurrió algo: decenas de hombres y mujeres se colocaron en fila para explicar su dolor.»

Xavier Aldekoa pronuncia la palabra «compromiso» con el volumen necesario, pero sin que se le llene la boca de babas: África no necesita ser salvada. Habla con la honestidad del reportero que sabe que los africanos no necesitan «ayuda humanitaria», sino justicia y respeto. Aldekoa es un periodista muy inteligente y que defiende bien su trabajo, pero no olvida que hoy, por desgracia, la tragedia —aquí y allí— también es una gran industria, un gran negocio africano.

«Beauty lleva la eternidad en el escote.»

Como corresponsal en África, Xavier Aldekoa disfruta de una profesión que le brinda «el privilegio de interesarse por los demás», quienes le dejan entrar en sus vidas. Sabe que es un «regalo frágil que se debe proteger con respeto y firmeza». Así, la empatía y el interés sincero por los protagonistas de sus historias son dos claves sin las cuáles es imposible entender un trabajo como su Océano África, libro que incluye parte de sus crónicas y reportajes en ese continente «demasiado grande para describirlo».

«Para querer a África no basta con soñarla, hay que caminar sus calles, reírse con su gente, escuchar sus alegrías o tristezas, sentirse ridículo por no entender nada y volver a sorprenderse para comprender. (…) El movimiento es parte del aprendizaje.»

Xavier Aldekoa se fue a África siguiendo la pista de un rastro perdido que encontró en la página 126 de un viejo ejemplar de Un capitán de quince años, de Julio Verne. En la ruta se topó con el viejo explorador René Caillié, que le guió hasta la fantástica Tombuctú, pero allí no encontró el oro prometido, sino que descubrió algo más importante: África, espejo de miradas inventadas e inventoras, se le reveló como el camino.

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«El miedo es el primero en dar la bienvenida a la guerra. Y el último en marcharse.»

No le gusta que le califiquen como «corresponsal de guerra» porque no lo es. Eso sí, con mucho esfuerzo personal y profesional, Aldekoa está siempre donde hay que estar y cueste lo que cueste: Congo, Sudán del Sur, Nigeria, Mali, Sudáfrica, Níger.

Se nota que Aldekoa ha disfrutado, admira y respeta la tradición de los mejores: Gervasio Sánchez, Ramón Lobo, Alfonso Armada, el malogrado Miguel Gil o el más grande de todos, Bru Rovira. Es joven y humilde —con 33 años le queda mucho camino por delante— pero sabe de qué va este trabajo: contar buenas historias, meterte donde no te llaman y tener el compromiso y la pasión necesarias para hacerlo.

«Los pobres siempre molestamos.»

En un bar de putas de Gaborone; en Dadaab, el campo de refugiados más grande de África; con los pigmeos que viajan a Italia en cajas de cerillas, en Bengbis (Camerún); en la frontera de Yibuti o mientras relata —en Mali y Níger— los desmanes de la «Françafrique» con logotipo de Areva; en Nigeria, ante la destrucción que provocan los mercaderes blancos del oro negro (Shell, Chevron, Texaco, Exxon Mobile, Agip o Total) Xavier Aldekoa recorre las «carreteras secundarias» del reporterismo trazado por Bru Rovira y en sus crónicas —en la línea de Ramón Lobo— nunca salen «corbatas» porque, como escribe Lobo, «las informaciones sin corbata son casi siempre historias interesantes».

Atasco en el centro de Nairobi.
«África no existe, pero sí existen los africanos.»

Xavier Aldekoa cita a Kapuscinski, sin que suene vacío ni parezca un cliché desactivado. Reconoce que escribe por «envidia», que «admira a quiénes encuentran “le mot juste” y a los que no piensan como él». Tiene algunos retos pendientes en forma de países africanos en los que no ha estado: Guinea Ecuatorial y Madagascar, por ejemplo. Aldekoa es un miope que busca historias en los semáforos de la vida y al que le gustaría conseguir que las mujeres africanas aceptaran (no es nada sencillo) ser más protagonistas en sus reportajes. Si, como escribe, «el problema de los pigmeos son los otros» está claro que, leyéndolo, nos damos perfecta cuenta de que el problema de los africanos somos los otros y la percepción que tenemos de ellos desde fuera. Así, Aldekoa se enfrenta a los reduccionismos afropesimistas habituales en los titulares de prensa sobre el continente: «África no muere de sida, África convive con el sida». «África no está perdida. Está esperando que las mujeres ocupen el sitio que les corresponde.»

«El optimismo africano nace del deseo.»

Aunque no lo puede explicar con precisión, el reportero reconoce que no se encuentra tan a gusto en el África del Norte musulmán como en el África que se abre al sur del Sáhara. No sabe trabajar de forma metódica porque puede que haya descubierto que el mejor método sea carecer de él. Sabe que los pobres siguen molestando en las portadas y pantallas de los medios occidentales y por eso trata de desnudar algunos de los mecanismos globales de la desigualdad. Tiene alergia a las bibliotecas, pero lee libros como si no hubiera un mañana. Vive entre Barcelona y Johannesburgo. Escribe en cafés, duerme en sillas y le gusta caminar aunque preferiría volar

«Explicar», «intentar entender», «contar». 

Son algunos de los verbos que Aldekoa utiliza de manera recurrente en su libro. Lo hace sabiendo de la inmensa dificultad de una tarea ¿imposible?: él mismo llegó a África buscando respuestas, pero solo encontró más preguntas.

Puede que no responda a la tradición del viejo reportero en África: no toma café, casi no bebe alcohol, no es bueno contando «batallitas» y tampoco es el mejor compañero en la barra de un bar. Todo eso poco importa: Xavier Aldekoa es el mejor cronista actual en español de las alegrías y las tristezas, de las miserias y las grandezas, de ese océano repleto de esperanza que, aunque no exista, seguimos llamando África.


Océano África es el último libro publicado por Xavier Aldekoa, una recopilación de varias de sus crónicas a lo largo del continente en los últimos años.