CON LA COLABORACIÓN DE PÁGINAS DE ESPUMA


El 13 de noviembre de 1850 llegaba al mundo Robert Lewis (después cambiado en Louis), el único hijo de Thomas Stevenson y Margaret Balfour, en el número 8 de Howard Place, en Edimburgo, cerca de la ribera del Water of Leith. Una casa junto al agua para una familia de constructores de faros. Las islas lejanas, las distancias del mar, los hombres enfrentados a la melancolía y la violencia de la naturaleza pasan en Stevenson del árbol genealógico a la página en blanco.

La vida de Stevenson fue demasiado corta pero abulta como varias. Su salud era un problema para ser escocés… O, más bien, su amada, fría y húmeda Escocia era un problema para sus pulmones. Pasó gran parte de su vida adulta viajando de un lugar a otro para respirar aires mejores, entre otras cosas. Escribió mucho y muy bien. Obras clásicas cuyo eco aún perdura, como La flecha negra, presente hoy a primera hora, por ejemplo, en ciertas tramas de la Canción de hielo y fuego —alias Juego de Tronos— de George R.R. Martin. O El extraño caso del doctor Jekyll y el señor Hyde, un icono pop que asoma cuando nos miramos cada mañana en el espejo. Y La isla del tesoro, de la que a veces parece que —como decían de ciertas esculturas los renacentistas— estaba ya escondida, perfecta, en alguna veta del lenguaje, y salió a la luz en un trance de juego narrativo y amor familiar durante unas lluviosas vacaciones en Braemar.

El carácter afable y juicioso de Stevenson brilla en sus numerosos ensayos. Aparecidos aquí y allá, en colaboraciones para revistas literarias o periódicos, construyen una figura amiga, alguien con quien desearíamos conversar, reír y beber, ya sea hablando de sus viajes, defendiendo el derecho a ser un haragán o repasando la historia de su apellido y los personajes escondidos en los valles de las Highlands. Una mirada lúcida y amable que brilla en los tres volúmenes que la editorial Páginas de Espuma dedica a esta producción ensayística: ViajarEscribir y Vivir. Aquí ofrecemos algunas de las muchas (incontables) citas a destacar de estas tres obras rebosantes de ideas y estilo; los tres ejes de una vida bien contada, pero mejor vivida.

Viajar

«La historia de la ciudad [Edimburgo, su ciudad natal] es tan excéntrica como su aspecto. Durante siglos ha sido una capital con tejados de brezo y, en más de una ocasión, en los tiempos atroces de la invasión inglesa, se elevó al cielo en llamaradas sirviendo de faro a los barcos que surcaban la mar. Era campos de justas para los nobles celosos, y no solo la parte de Greenside, o la que hay junto a los Establos del Rey, donde se organizaban torneos al son de las trompetas y bajo la autoridad real, sino en cualquier calleja donde hubiera espacio para cruzar dos espadas.»

Edimburgo desde Calton Hill, en una fecha indeterminada entre 1865 y 1895 (fotografía de G.W. Wilson archivada en la Cornell University).

«Un país que se cruza con cierta premura y bajo auspicios favorables puede dejar en nosotros una impresión general que solo cambiaría, o solo se disiparía, si nos quedáramos allí más tiempo. Una visión clara necesita unos pies rápidos. Si las vemos momentáneamente, al pasar, las cosas se van asentando a nuestros ojos  con una perspectiva natural. Generalizamos  con simpleza y valentía y nos marchamos antes de que se nuble, antes de que llueva, antes de que el cambio de estación actúe como la manecilla de un medidor y, con su avance, despoje al paisaje de su esencia; antes de que las luces y las sombras comiencen su alternancia en torno a la caída de la noche, enseñándonos el otro lado de las cosas, y desmientan lo que nos dijeron por la mañana.»

«Una visión clara necesita unos pies rápidos. Si las vemos momentáneamente, al pasar, las cosas se van asentando a nuestros ojos con una perspectiva natural»

«Muchas veces, el carácter de un lugar queda perfectamente patente en las asociaciones que provoca. Un acontecimiento, cuando tiene lugar en un entorno propicio, echa raíces y crece hasta hacerse leyenda. Los actos feos, sobre todo si ocurren en sitios feos, tienen un componente auténticamente romántico y se convierten en propiedad perenne de su escenario.»

«Los valles de montaña en general suelen tener, cuando menos, un efecto sobre la imaginación equiparable al que provoca una cárcel; pero un valle de montaña, un invierno alpino y una enfermedad incapacitante son tres factores que, unidos, componen una cárcel imaginaria del todo eficaz.»

Escribir

«En ningún libro hubo nunca tres oraciones perfectas de principio a fin. Tampoco hubo nunca un personaje que no trastabillara. Somos como perrillos circenses o como las beatas: el milagro no es que lo hagamos bien, el milagro es que lo hagamos.»

«Nada provoca mayor desencanto al ser humano que descubrir los mecanismos y resortes de cualquier forma de arte»

«Hay solo dos razones para elegir una forma de vida: la primera, el gusto innato de quien la elige; la segunda, una utilidad que, aparentemente, es superior en la industria escogida. La literatura, como cualquier otra forma de arte, es de un singular interés para el artista y, en cierto modo, peculiar entre las artes, resulta útil a la humanidad. Estas justificaciones bastan para cualquier joven, hombre o mujer, que decida adoptarla como modo de vida. En cuanto al dinero, poco puedo decir. Un escritor puede vivir de lo que escribe: si no con tantos lujos como permiten otros negocios, pues con menos.»

Stevenson a la edad de 7 años.

«Durante toda mi infancia y juventud yo era conocido —y destacaba por ello— por ser un haragán. No obstante, estaba constantemente ocupado en lo que era mi personal propósito, que era aprender a escribir. Siempre llevaba en el bolsillo dos libros: uno, para leerlo; el otro, para escribir en él. Al caminar tenía siempre la cabeza entretenida, buscando las palabras adecuadas para anotar lo que veía. Cuando me sentaba al borde del camino, o bien leía, o bien sacaba un lápiz y cuadernillo barato donde apuntaba los rasgos de la escena o improvisaba algunas estrofas dubitativas.»

«En una ocasión yo dibujé el mapa de una isla; me quedó muy bien y, en mi opinión, tenía un colorido muy atractivo. Su silueta me atrapó más de cuanto podría expresar aquí: tenía puertos, que me subyugaban como si fueran sonetos. Y con la inconsistencia de lo predestinado, titulé mi obra La isla del tesoro

Mapa de la isla del tesoro en la edición original de la obra de 1883. El original, dibujado por Stevenson mientras escribía la obra, se perdió al enviarlo al editor; esta es la segunda versión, hecha con la ayuda de su padre.

Vivir

«Eso tan simple y accidental que es enamorarse es tan beneficioso como sorprendente. Neutraliza la influencia petrificadora de los años, refuta las conclusiones cínicas y frías y despierta las sensibilidades dormidas.»

Stevenson con su mujer, Fanny Osbourne (a la izquierda), su cuñada y su madre.

«Lo que llamamos ocio, que no consiste en hacer nada, sino en hacer mucho de eso que no reconocen los dogmáticos formularios de la clase dominante, tiene derecho a legitimar su posición como industria en sí misma.

[…]

Los libros son buenos a su manera, pero resultan un sustituto bien anodino de la vida. Parece una lástima sentarse como la Dama de Shalott, mirándose al espejo y dando la espalda al bullicio y al espectáculo que es la realidad.»

«Los libros son buenos a su manera, pero resultan un sustituto bien anodino de la vida»

«La presencia de los mayores no solo es curativa en sí misma: sus mentes están bien provistas de antídotos, de consideraciones simples y desnudas de sabiduría que la juventud suele pasar por alto. Tienen cosas que decir, no son idiotas. Su charla no es mera literatura: es gran literatura; clásica, en virtud de la distancia que nos separa del hablante, y plagada de cosas que, de otro modo no hubiéramos aprendido: como un libro de viajes.»

Stevenson de niño con su padre, Thomas, al que dedica un ensayo recogido en Vivir.

«Supongo que está escrito que todo aquel que juega a ser filósofo caba contradiciéndose en sus propias narices. Yo he intentado seriamente convencerme de que al final todo está delante de nuestras narices. No existe una respuesta para el misterio, pero hay tantas respuestas como queramos darle. El laberinto no tiene un centro porque, como la famosa esfera, el centro es su totalidad.»


VIAJARESCRIBIR  VIVIR, LOS ENSAYOS DE R. L . STEVENSON, EDITADOS POR PÁGINAS DE ESPUMA