Blanco, negro y con manchas amarillas. Es una bola de lana tricolor. Un cordero amarrado a una cuerda. Los niños saltan a su alrededor. Los corderos tienen que experimentar algún asomo de intuición, porque la bola tricolor se resiste a subir la cuesta que lleva al monasterio de Geghard (Kotayk), como si supiese hacia dónde va.
Pierdo de vista a la familia y el cordero.
Geghard significa «lanza». Cuentan los armenios que este monasterio, parcialmente excavado en la roca, albergó la lanza que hirió a Jesucristo, y que Judas Tadeo la trajo hasta aquí. Desde entonces, Geghard se ha convertido en lugar de peregrinación para los armenios y para otros cristianos del resto del mundo. Junto a la entrada al complejo monástico, unas mujeres hablan castellano. Me acerco, digo «Hola» y tardan en responder. Cuando Felisa, de Albacete, reacciona, me recibe con una sonrisa. No he admirado la fe de una persona hasta que Felisa dijo que había venido desde Albacete hasta Armenia sólo para ver monasterios e iglesias. Me invita a subir con ella a lo alto del monasterio, donde pronto empezará a actuar un coro de mujeres en una capilla en la que la voz humana casi podría derribar las paredes. A la entrada, alguien bromea imaginando que acaba de salir de la tumba de Lázaro. Es José Manuel, un sacerdote de Cuenca que ha llegado hasta aquí con Felisa y con otro nutrido grupo de casi treinta españoles de distintas provincias. «¡Pero si hablas normal!», exclama un hombre con acento maño.
Matar un cordero, un pollo u otro animal, siempre que sea macho, es una forma de pedir a Dios perdón, la recuperación de un familiar enfermo o de algo que la familia o alguno de sus miembros ha perdido
La familia y la bola tricolor reaparecen. En un aparte, los niños rodean con impaciencia y alboroto al cordero, que pronto será sacrificado.
Es habitual que las familias acudan a las inmediaciones de las iglesias y monasterios armenios y sacrifiquen un animal con más finalidades que la de comérselo. El matagh (ofrenda) es un ritual de origen pagano, asimilado y adaptado por la Iglesia Armenia, según la cual, su fundador, San Gregorio el Iluminador, sacrificó numerosos animales junto a una iglesia en Taron y distribuyó su carne entre los pobres. Lo único que diferencia el rito pagano del rito cristiano es la sal, por ser símbolo de purificación para los cristianos. Antes de matar al animal, se le pone en la boca un puñado de sal previamente bendecida por el párroco.
Matar un cordero, un pollo u otro animal, siempre que sea macho, es una forma de pedir a Dios perdón, la recuperación de un familiar enfermo o de algo que la familia o alguno de sus miembros ha perdido. También es una forma de agradecimiento. Para que el sacrificio obre resultado, es requisito indispensable compartir la carne, cocida con agua y sal, entre los vecinos más pobres antes de que anochezca. No se comerá sin antes rezar y decir: «Ynduneli lini» («Será aceptado»).
El abuelo y uno de los chicos ponen sal en la boca del animal. Dicen que es como una anestesia, para que no sufra. El cordero empieza a tambalearse, hasta que no puede mantenerse en pie y se apoya sobre sus patas flexionadas, ya sin fuerza para mantener el peso. Los niños gritan más y más. El abuelo saca un cuchillo, lo acerca al animal y, cuando empieza a presionarle el pescuezo, miro hacia otro lado y me alejo.
Cuando el sacrificio ha terminado, el abuelo tira la cabeza del cordero en una papelera cercana y los niños parecen todavía más eufóricos que cuando el animal estaba de una pieza. Todos se acercan, se empujan, rodean al abuelo que les pinta una cruz de sangre en la frente con el dedo corazón. «Así crecerán más sanos», dice. Ellos se apartan el pelo para que la sangre se seque intacta y muestran orgullosos sus cruces. Su futuro.