Algunas de las horas más agradables eran las de tormenta de primavera u otoño, que me hacían encerrarme en casa toda la tarde y toda la mañana, tranquilizado por el rugido constante, cuando la oscuridad precipitaba un largo atardecer en el que muchos pensamientos tenían tiempo de arraigar y desplegarse. En aquellas lluvias que se dirigían hacia el nordeste y ponían a prueba las casas del pueblo, cuando las muchachas se disponían con fregonas y cubos en la entrada para impedir la entrada de agua, yo me sentaba detrás la puerta de mi caseta, que era toda ella una entrada, y disfrutaba por completo de su protección. Durante una tormenta eléctrica, cayó un rayo en un pino del otro lado del lago y le abrió una herida en espiral, notoria y perfectamente regular de arriba abajo, de un par de centímetros de profundidad y de diez o doce de ancho, como si quisiera hacerse un bastón para caminar.

Pasé al lado el otro día y me quedé parado al ver aquella señal, ahora más visible que nunca, hecha cuando un rayo terrible e imparable a cayó del indefenso cielo ya hace ocho años. A menudo los hombres me dicen: «Diría que se tiene que sentir solo allí y que le gustaría estar cerca de gente, sobre todo en días y noches de lluvia y nieve». Me siento tentado a responderles con un: «Esta tierra en la que habitamos no es más que un punto en el espacio. ¿A qué distancia creéis que viven los dos habitantes más lejanos de aquella estrella, a la de la anchura del disco que no apreciamos siquiera con nuestros instrumentos? ¿Por qué debería sentirme solo? Acaso no se encuentra nuestro planeta en la Vía Láctea? Lo que me preguntáis no me parece lo más importante. ¿Qué tipo de espacio es el que separa al hombre de sus compañeros y lo hace sentir solo? He descubierto que no es el movimiento de las piernas el que hace que dos mentes se sientan próximas. ¿De qué queremos vivir cerca principalmente? Seguro que no es cerca de otros hombres, ni de la estación, la oficina de correos, la tasca, la iglesia, la escuela, el hostal, Beacon Hill o los Five Points donde se reúnen la mayoría de hombres, sino más bien cerca de la fuente perenne de nuestra vida, de la que nos dicen que provienen nuestras experiencias, como el sauce crece cerca del agua y clava las raíces en su dirección.

Esto varía para cada naturaleza, pero ese es el lugar donde un hombre sabio excavará el sótano… Un día al atardecer, en la carretera de Walden, me encontré a un vecino que ha acumulado lo que se denomina «una bonita propiedad», aunque yo nunca  las haya visto con buenos ojos. Llevaba un par de vacas al mercado. Me preguntó que cómo hacía para renunciar a tantas comodidades de la vida. Yo le contesté que estaba bastante seguro de que me iba muy bien,  y no lo decía en broma. Y me fui a casa, y lo dejé plantado en la oscuridad y el fango camino a Brighton (o Brighttown), donde llegaría por la mañana. Cualquier perspectiva de despertar o revivir al hombre muerto hace indiferente el momento y el lugar. Da igual el lugar donde ocurra y es indescriptiblemente agradable a nuestros sentidos. La gran mayoría de las veces solo dejamos que sean las circunstancias marginales y pasajeras. Estas son, de hecho, la causa de nuestra distracción. Lo más cercano a todo es esta fuerza que modula al ser. A nuestro lado las leyes más fuertes no dejan de ejecutarse, a nuestro lado no está el trabajador que tenemos que contratar, con quien tanto nos gusta conversar, sino el trabajador del trabajo que somos.

«¡Qué extensa y profunda es la influencia de las fuerzas sutiles del Cielo y la Tierra! Los queremos percibir y no los vemos; los queremos sentir y no los sentimos; identificados con la sustancia de las cosas, no se pueden desprender. Hacen que a todo el universo los hombres se purifiquen y santifiquen los coros y que se ponga la ropa de fiesta para ofrecer sacrificios y obligaciones a sus antepasados. Es un océano de inteligencias sutil. Están por todas partes, encima de nosotros, a la derecha y a la izquierda; nos rodean por todas partes».  

Somos los sujetos de un experimento que me despierta un gran interés. ¿No podríamos vivir sin la sociedad del chafardeo en estas circunstancias y ánimos con los propios pensamientos? Confucio no se equivoca cuando dice: «La virtud no permanece como un huérfano abandonado; tiene necesidad de compañía».

Cuando pensamos nos ponemos de nuestro lado con sensatez. En un esfuerzo consciente de la mente nos ponemos a distancia de las acciones y sus consecuencias y todas las cosas buenas y malas, pasarán por nuestro lado como un torrente. No estamos completamente implicados en la naturaleza. Quizá soy como el tronco que arrastra el agua o la Indra que mira desde el cielo. Quizá me afecte un espectáculo teatral pero también puede ser que no me afecte un evento real que aparentemente me preocupe mucho más. Solo me conozco como entidad humana; la escena, por así decirlo, de pensamiento y afectos, y soy consciente de una cierta duplicidad por la cual me mantengo tan lejos de mí mismo como de los demás. 


Ilustración de cabecera, Ignasi Blanch

Fragmento del libro ‘Els textos essencials de Walden o la vida als boscos’, de Henry David Thoreau  (Cossetania Edicions, 2022)

ELS TEXTOS ESSENCIALS DE WALDEN O LA VIDA ALS BOSCOS