Conviene revisitar a los mitos literarios —entiéndase escritores— cada cierto tiempo, y procede hacerlo con una mirada lo más limpia posible de prejuicios. Ese regreso a las obras sorprendentes tiene que estar contextualizado, a ser posible, con la época en la que fueron escritas, pese a que sus temas escapen de las fronteras temporales. La Generación Beat es uno de esos momentos únicos que todavía permanecen presentes en la cultura global: maldita, reivindicada, mitificada. La implicación del lector, un enfoque entusiasta, por así decirlo, ayuda a la hora de disfrutar de estas obras. El autor mexicano Bernardo Fernández, alias Bef, es precisamente eso, un entusiasta, sobre todo de la obra y vida de William S. Burroughs, al que le ha dedicado años de búsqueda. Muchas horas de su vida invertidas en rastrear las huellas —incluso en Marruecos— y en desentrañar parte de las complejidades del autor de Missouri. Uncle Bill es el pretexto perfecto para una aventura literaria sin límites, la pista de despegue hacia la mente de un literato muy singular.
Mientras el American way of life de los años cincuenta llenaba los hogares norteamericanos de electrodomésticos en barrios residenciales de postal —mascotas inmaculadas, periódicos lanzados a las puertas de las casas— el movimiento beatnik norteamericano fue una divertida locura que se limpió el culo con todo eso. La obra de estos mensajeros de la insatisfacción, de estos bocazas irredentos, de sus fiestas canallas, que documentaron ellos mismos, de sus idas y venidas por la geografía de los EEUU, dio como resultado una de las mayores colecciones de creatividad literaria conocidas y dejó una imborrable huella de libertad y libertinaje.
Allen Ginsberg, Jack Kerouac y William S. Burroughs, por citar algunos de los ilustres, eran jóvenes, atolondrados y algo malcriados. El mundo de los humanos quedó retratado en sus plumas con los vaivenes de lo imprevisto, consiguiendo trabajos que, partiendo a veces de la nada, se transformaban en auténticos reactores nucleares gracias a un innegable talento y, también, al consumo de alcohol y drogas. Sus paraísos particulares se conformaron a golpes de timón de sus vidas y aceptaron con estoicismo la herrumbre sombría de unas vidas exultantes, diferentes a las de una clase media que, de alguna u otra forma, detestaban. Pese a que vivió como si el mañana no existiera, Burroughs consiguió superar la barrera de los ochenta años, soportando el peso de su enorme estatura literaria y, a su vez, la tortura psíquica provocada por la ingente cantidad de gilipolleces acumuladas —algunas mortales— que salpicaron su imborrable paso por nuestro planeta.
William S. Burroughs, bajo su aspecto de empleado de banca que parecía no haber roto un plato en su vida, era en realidad el más salvaje de todo el grupo. Mientras Kerouac y otros se daban al alcohol recorriendo la inmensidad del Medio-oeste americano, Burroughs ya le daba a la heroína en los años cincuenta. Experiencia que plasmó en Yonqui (1953) un libro que ya denotaba gran parte de la oscuridad de su alma.
Bef no solo se dedica a bucear en lo que pasó durante sus años en México, sino que realiza un verdadero ensayo sobre Bill construido con constantes elipsis temporales, lo que permite una visión de conjunto de toda su vida. Burroughs nunca se adaptó a México, quizá porque le era difícil adaptarse a sí mismo. Tampoco superó, en esta época, sus contradicciones sexuales: las de un homosexual casado con una mujer.
«¿Quién en su sano juicio querría vivir en México D.F?», le pregunta el editor de Ace Books a Allen Ginsberg cuando éste le dice que Burroughs vive allí. Ginsberg le pasa el manuscrito de Yonqui y de esta forma arranca Uncle Bill (Sexto Piso Ilustrado). En el plano gráfico, bajo su aspecto apegado al underground, el trazo de Bef y su escueto entintado en negro recuerdan en este álbum a los maestros franceses Yves Chaland y Serge Clerc, sobre todo a los primeros trabajos de este último.
Bef desgrana su obsesión por Burroughs y las serias dificultades para encontrar ejemplares de su obra, en especial de la que es considerada su obra maestra, El almuerzo desnudo (Naked lunch, publicada en Francia en 1959). Aun cuando se siguen reeditando sus trabajos más significativos, debo subrayar un hecho personal que me comentó una amable bibliotecaria de mi pueblo: los libros de la Generación Beat, sumados a los de Bukowski, suelen desaparecer una y otra vez de las estanterías sin haber sido prestados. Como si su obtención vía hurto fuera una manera más simbólica de rendirles pleitesía, como si el robo de esos libros resultara un fetichismo más acorde con las situaciones vividas por sus autores.
En esa búsqueda para completar la existencia de Burroughs, Bef descubre que su etapa mexicana es una mancha en blanco dentro de la biografía del autor. Y es aquí donde radica la parte más interesante y compleja de Uncle Bill, la de rellenar esos espacios de vida, el contexto vital de un personaje equiparable a su propia obra.
La traumática pérdida de su mujer Joan Volmmer —recibió un disparo del propio Burroughs en una desastrosa imitación del reto de Guillermo Tell— supuso un punto de inflexión en su proceso autodestructivo con las drogas. Huye de México y viaja por Marruecos, Inglaterra y Francia. Ese importante periplo transitorio, hasta su regreso a New York en 1974, conforma una mutación, o mejor dicho, una suavización de sus adicciones. En esa huida, Bill se encuentra por fin a sí mismo y rompe con los convencionalismos burgueses que flotaban alrededor suyo a modo de ataduras.
Es Ginsberg quien rehabilita su nombre y le consigue un puesto de profesor en la Universidad de Buffalo. La publicación de El almuerzo desnudo en su propio país, en 1965, con su explícita manera de narrar en primera persona las sensaciones provocadas por sus adicciones y el tratamiento de todo lo referente a la sexualidad, lo catapultan como literato sui géneris en los círculos culturales. Entre ellos, la Factory de Andy Warhol, lugar emblemático donde un puñado de artistas rompedores reinterpretó casi todas las artes; una generación que se encontró con otra y que comenzó a idolatrar a Burroughs. Se convierte así en un invitado de honor de la más famosa quinta planta del Midtown neoyorquino. Burroughs se encontró en su salsa junto a Patti Smith, David Bowie, Truman Capote o cualquiera que en sus fiestas y presentaciones le diese algo de cháchara, incluyendo los propios artistas de la Factory, gente joven como Paul Morrissey o Gerard Malanga. Fue una década muy explosiva en todos los sentidos. La gran manzana alcanzó un esplendor en todas las artes pero se vio envuelta en su propio bizarrismo y el imparable auge de la heroína. El mix perfecto para el «Tío Bill». Haber sido un desgraciado pionero en su consumo atrajo, más si cabe, a los popes culturales afincados en Manhattan.
Pero es en la década de los ochenta cuando siente mayor pulsión por la música, gracias a su encuentro con Genesis P-Orridge, el líder de Psychic TV, una de las bandas más experimentales de las últimas tres décadas. Su colaboración resultó de lo más productivo para los dos. La sexualidad fue un tema de conversación entre ambos, sobre todo, cómo las transformaciones en los formatos convencionales intuyen los cambios de piel en el individuo… La transexualidad, en otras palabras. P-Orridge musicalizó textos de Burroughs y éste consideró a Psychic TV como «el trabajo más importante con la comunicación que yo sepa de un medio popular».
Pese a su reconocimiento intelectual y social, libros como Queer —sobre la homosexualidad, pero que contiene un emotivo prólogo al incidente con su mujer— tardan años en ser publicados a causa de la censura y la miopía de las editoriales de la Costa Este.
Su técnica narrativa, el cut-up, un estilo que fragmenta las historias en grupúsculos que se conectan en un discurso envolvente, como una frontera permeable a la entrada y salida de tramas, es una fuente de ideas inagotable que puede percibirse en muchos otros literatos posteriores y que también alcanza al cine —Gus Van Sant, Francis Ford Coppola, Fassbinder— y por supuesto, la música. Desde Ian Curtis (Joy Division), pasando por Kurt Cobain (Nirvana) o Ministry. Pese a que se le reivindica por sus trabajos de juventud, no afinó el cut-up hasta su etapa de madurez literaria en la década de los ochenta. Su obra sigue influyendo sobre todo en la manera de contar las cosas, en la singularidad de tratar temas que son más elementales de lo que parecen a primera vista, de visualizar la literatura hasta conseguir sacarla de sus propias hojas impresas.
Proyectando las andanzas de Bill por Tánger, Bef nos muestra las suyas propias. Se expresa gráficamente utilizando su propio cut-up. No sólo se conforma con entrar en la historia como narrador-observador, hay momentos en los que se dirige al lector para subrayar una anécdota importante o hace uso del formato de tira cómica para describir, por ejemplo, el poder del abogado que ayudó a Burroughs a su llegada a México. Utiliza los símiles que emparentan a todo viajero que se enfrenta a una cultura distinta de la suya y redondea el asunto con una radiografía de Bill a modo de puzle, un cruce de caminos y épocas.
Puesto a homenajear al Tío Bill, esta novela gráfica fue presentada por la editorial Sexto Piso Ilustrado el mismo día del natalicio —5 de febrero— de William S. Burroughs, como si Bef completase un viaje por un agujero de gusano alrededor de Bill, como si todas las dimensiones se vieran por fin juntas, acopladas en un tiempo distinto, pero en un espacio físico idéntico. Ya tenemos una obra magna sobre Burroughs en el campo de la novela gráfica.
SOBRE BEF
Bernardo Fernández, Bef. (Ciudad de México, 1972). Es novelista gráfico y no gráfico. Ha publicado entre otros libros Hielo Negro, Ladrón de sueños o Bajo la Máscara. Entre su obra gráfica, encontramos humor (¡Cielos, mi marido!), un recopilatorio en dos volúmenes llamado Monorama, el cómic de aventuras La Calavera de Cristal (con guión de Juan Villoro), o la adaptación al cómic de Los bandidos de Río Frío. Ha obtenido varios premios nacionales e internacionales. Uncle Bill representa en el conjunto de su obra un trabajo de madurez narrativa y gráfica.