1. Terra nullius

Sin un tal Anton Bernhard, nacido a finales del siglo xviii, seguramente nunca habríamos asistido a esa conferencia y este libro tampoco existiría. El 21 de marzo de 1817, ese ingeniero húngaro lleva a cabo la hazaña de remontar el Danubio con una barcaza de 488 toneladas, a una velocidad de 3,4 kilómetros por hora, río arriba, ayudado por un pequeño remolcador de vapor construido a partir de un casco de roble de Eslavonia, un cabestrante y dos ruedas hidráulicas. Llama al barco Carolina, en honor a la esposa del emperador Francisco I de Austria. Los industriales de la época enseguida muestran interés por su invento. En los años posteriores, la navegación por el Danubio prospera y, en 1829, se crea la Erste kaiserliche-königliche Donau-Dampfschifffahrts-Gesellschaft (es decir, la Primera Compañía Privada Imperial y Real de Navegación Danubiana).

En poco tiempo, la EKKP se convierte en la empresa de transporte fluvial más importante de Europa. Hacia finales de la década de 1880, posee sus propios astilleros y cuenta con mil barcos que transportan más de tres millones de pasajeros y un millón de toneladas de mercancías al año por casi seis mil kilómetros de cursos de agua en Europa central y oriental. Como los sinuosos meandros en los que se ramifica el Danubio entre las actuales Hungría y Bosnia-Herzegovina ralentizan las comunicaciones, el Imperio austrohúngaro acomete vastas obras de acondicionamiento con el objetivo de «rectificar» el curso del río en más de trescientos kilómetros. Entre el antiguo Danubio y el nuevo Danubio, algunas zonas pasan de la orilla derecha a la izquierda (noventa kilómetros cuadrados), mientras que otras pasan de la orilla izquierda a la derecha (nueve kilómetros cuadrados). Esas zonas están formadas, en su inmensa mayoría, por marismas; probablemente, esa sea la razón por la cual, al término de la enorme obra, a nadie de la administración austrohúngara se le ocurre corregir el catastro del 23 de diciembre de 1817, establecido más de cincuenta años antes.

Como los sinuosos meandros en los que se ramifica el Danubio entre las actuales Hungría y Bosnia-Herzegovina ralentizan las comunicaciones, el Imperio austrohúngaro acomete vastas obras de acondicionamiento con el objetivo de «rectificar» el curso del río en más de trescientos kilómetros. 

Tras la Primera Guerra Mundial, el Imperio austrohúngaro se desmorona. En los Balcanes, el poder pasa a manos de la familia real de los Karadjordjevic. Pero no por mucho tiempo. En 1945, la monarquía es derrocada y se proclama la República Federal Popular de Yugoslavia, que engloba las seis repúblicas de Bosnia-Herzegovina, Croacia, Macedonia, Montenegro, Serbia y Eslovenia. De entrada, nombran a una comisión dirigida por Milovan Djilas, compañero de armas del presidente Tito, para delimitar la frontera entre las repúblicas de Serbia y de Croacia: su cometido es atender las aspiraciones de la población, sin olvidar las particularidades geográficas y económicas del territorio. Atender las aspiraciones de la población, de acuerdo, pero ¿de qué población? A ambos lados de la frontera se mezclan inextricablemente varias etnias. Así, los croatas son mayoría en el distrito de Subotica, mientras que los húngaros son más numerosos en el de Sombor. En el distrito de Odžaci, los eslovacos constituyen la población más importante, seguida por los serbios. En el de Ilok, los croatas son mayoría en los pueblos del oeste, mientras que los serbios lo son en los del este. Etcétera, etcétera.

De manera bastante tosca, la Comisión Djilas decide que la vaguada del Danubio –es decir, la línea imaginaria que une los puntos más hondos del río– marque la separación entre las dos repúblicas. Pero la comisión tampoco toca los registros del catastro e instaura, pues, un verdadero embrollo jurídico. A partir de entonces, todas las repúblicas se refieren al documento que les resulta más favorable. A la hora de resolver un litigio, de informarse de las fechas de apertura de la temporada de caza o de solicitar un permiso de pesca en esa zona fronteriza, los habitantes no saben exactamente a quién acudir.

Tras la muerte de Tito, los nacionalismos se exacerban. El 25 de junio de 1991, las repúblicas de Eslovenia y de Croacia proclaman su independencia. Yugoslavia monta en cólera. El 27 de agosto de 1991, la Comunidad Europea crea la Comisión de Arbitraje en el marco de la Conferencia de Paz sobre Yugoslavia, presidida por Robert Badinter. La tercera opinión se refiere a las fronteras. La pregunta original la plantea la república de Serbia: «¿Las fronteras internas entre Croacia y Serbia pueden considerarse fronteras en términos de derecho internacional público?».

A partir de entonces, todas las repúblicas se refieren al documento que les resulta más favorable. A la hora de resolver un litigio, de informarse de las fechas de apertura de la temporada de caza o de solicitar un permiso de pesca en esa zona fronteriza, los habitantes no saben exactamente a quién acudir.

La Comisión de Arbitraje contesta: «Salvo pacto contrario, las antiguas fronteras se convierten en fronteras protegidas por el derecho internacional».

Para legitimar esa opinión, los miembros de la Comisión de Arbitraje aplican un principio del derecho internacional sumamente utilizado en contextos de descolonización, el uti possidetis iuris o, tal y como figura en el texto en francés: «Poseerán lo que ya poseían».

Para Croacia, todo queda aclarado: la opinión de la Comisión de Arbitraje consagra el catastro de 1817, nunca revisado, de manera que deben tener en cuenta el antiguo trazado del Danubio. ¡Pero para Serbia no es así en absoluto! En Belgrado, interpretan que la opinión de la Comisión de Arbitraje valida las decisiones tomadas por la Comisión Djilas en 1945, así que la vaguada del Danubio constituye la frontera válida.

La cuestión de la frontera serbocroata queda congelada. En el año 2000, los dirigentes de ambos países crean una nueva comisión diplomática, pero esta solo se reúne dos veces en diez años y la única conclusión que presenta es que existe un profundo desacuerdo entre las dos partes. A lo largo de unos cincuenta kilómetros de frontera danubiana entre Croacia y Serbia, perduran bolsas de territorio de propiedad indefinida. La inmensa mayoría, en la orilla izquierda, se la disputan los dos países, mientras que nadie reivindica algunos retazos de la orilla derecha. Se trata de terra nullius, es decir, terrenos vírgenes. Entre esas diminutas porciones de territorio abandonadas, muchas de ellas pantanosas e inundables, la mayor –o la menos pequeña– se llama Gornja Siga. El 1 de mayo de 2014, Anonimski, un colaborador habitual de la enciclopedia en línea Wikipedia, añade la siguiente información a la entrada: «A causa de una disputa fronteriza entre Croacia y Serbia, quedan bolsas de territorio no reivindicadas en la orilla oeste del Danubio, pese a que las administre Croacia. Esos territorios son el único ejemplo de terra nullius que existe en Europa».

2. Los orígenes

En un barrio de las afueras de Praga, la capital de Chequia, Jiří Kreibich está abrumado. Corre el mes de octubre de 2013 y las elecciones legislativas acaban de consagrar a los socialistas y al Partido Comunista. Para ese joven de treinta años –cuya calvicie precoz hace que su cara aniñada parezca haber pasado sin transición de la inocencia de la más tierna infancia a la austeridad de la madurez– ha llegado el momento de actuar para que sus compatriotas comprendan el peligro que supone ir por ese camino. En pocos días monta una plataforma de internet a la que llama Liberland. Quiere convertirla en una especie de paraíso fiscal virtual que demuestre la eficacia de un sistema político en el que el control del Estado se reduzca a lo mínimo imprescindible. Se trata de un alegato en contra de los estados del bienestar que dilapidan el dinero confiscado injustamente a los contribuyentes, amordazando las libertades y sembrando el mal y la desolación mientras fingen hacer el bien. Para dar credibilidad a esa suerte de país en línea, se inventa una bandera. De fondo, elige el amarillo y el negro, los colores del anarcocapitalismo, a los que añade un blasón con unos símbolos que se saca de la manga: un manzano, que representa la abundancia, y un pájaro entre el mar y el cielo, que representa la libertad. Al cabo de poco, el emprendedor en serie se vuelca de nuevo en su trabajo y deja de lado ese proyecto.

«A causa de una disputa fronteriza entre Croacia y Serbia, quedan bolsas de territorio no reivindicadas en la orilla oeste del Danubio, pese a que las administre Croacia. Esos territorios son el único ejemplo de terra nullius que existe en Europa».

En marzo de 2015, retoma esa idea a la que nunca había renunciado del todo. Pasa un sábado entero con su amigo Jaromír Miškovský. Hace un día espléndido, extraordinariamente luminoso, que anuncia la primavera. Aprovechan el buen tiempo para dar un largo paseo. Acaban a última hora de la tarde en casa de Jaromír, situada en un barrio acomodado de Praga, justo donde la capital empieza a difuminarse en las colinas de Bohemia. Se tumban en unas hamacas y disfrutan de los últimos rayos de sol. Se toman una Pilsner Urquell mientras charlan de todo y de nada. Bueno, sobre todo de política. Los dos comparten las mismas luchas, los mismos compromisos en asociaciones libertarias y en partidos políticos de extrema derecha. La conversación gira en torno a los migrantes, un tema de gran actualidad, y Jaromír cita a su gurú, Nigel Farage, el fundador del Brexit Party, a quien tuvo la suerte de entrevistar unos años antes: «Debemos salir de la Unión Europea para volver a recuperar el control de nuestras fronteras».

Beben un té a sorbitos. Jiří aprieta la taza entre las palmas de las manos para calentarse. La noche ha caído súbitamente. De repente, hace frío.

Jiří rompe el silencio. Desde hace un tiempo, le atormenta una pregunta acerca de su proyecto de Liberland.

–¿Y si quisiera que ese sitio de internet existiera de verdad, no solo en línea? ¿Crees que en algún lugar del mundo quedan terrenos que se escapan al control de un Estado, que todavía son completamente vírgenes y habitables?

Jaromír reflexiona durante unos instantes. De pronto, se le ilumina la cara.

–¡Sí, claro! ¡Claro que sí! ¡Por supuesto que sí! –exclama, esbozando una mueca de payaso–. ¡Terra nullius! ¡Terra nullius! –repite, casi gritando.

Ante la expresión de desconcierto de su amigo, saca el teléfono móvil y teclea una búsqueda en Google. Encuentra el artículo de Wikipedia y lo lee en voz alta:

–Terra nullius es una locución latina que significa «territorio sin dueño».

Entonces rememora lo que aprendió en sus estudios de derecho internacional, no tan lejanos.

–«Tierra de nadie» es un concepto jurídico, un territorio no reivindicado por ningún Estado, ¡justo lo que necesitas!

Los dos amigos recorren juntos el artículo de la enciclopedia en línea. Cuatro territorios encajan con esa definición: la Tierra de Marie Byrd, en la Antártida; el Bir Tawil, entre Egipto y Sudán; los objetos celestes (principalmente, planetas o satélites) y, por último, Gornja Siga, entre Serbia y Croacia.

–¿Y si quisiera que ese sitio de internet existiera de verdad, no solo en línea? ¿Crees que en algún lugar del mundo quedan terrenos que se escapan al control de un Estado, que todavía son completamente vírgenes y habitables?

De vuelta en casa, esa noche, Jiří no pega ojo. Tiene el corazón desbocado. Lo que pensaba que era un dulce sueño, un país imaginario e ideológico, un país posible únicamente en línea, en un servidor de internet, nunca le había parecido tan accesible. Como no es un aventurero, cruzar medio mundo para fundar un país en la gélida Antártida o en un desierto montañoso de la peligrosa África queda descartado. Pero Gornja Siga… No cuesta demasiado imaginarse a Jiří enganchado al ordenador durante toda la noche, tecleando búsquedas en Google; peinando docenas de artículos; examinando un sinfín de fotos, de vistas por satélite, de planos catastrales históricos e incluso un vídeo en blanco y negro de los años sesenta de la televisión yugoslava, pura propaganda socialista, del que no entiende gran cosa y que muestra alegres escenas estivales, familias ridículamente vestidas con trajes de baño anticuados en playas de arena, chapoteando, felices, en las aguas fluviales; y así hasta que conoce al dedillo la topología de ese terreno de siete kilómetros cuadrados situado a orillas del Danubio, sus escasas pistas forestales en línea recta a través de la reserva natural boscosa de Kopački Rit, las aguas del color del barro seco del Danubio, los bancos de arena movediza y la joya de la corona: una minúscula isla de arena blanca como un atolón del Pacífico. Más tarde, descubre los cuatro criterios de la Convención de Montevideo que definen un Estado soberano según el derecho internacional: «estar habitado permanentemente, controlar un territorio definido, estar dotado de gobierno y poder relacionarse con los demás Estados».

Desde luego, no se le antoja imposible si pudiera tomar posesión de su tierra. Comprueba en distintas páginas que presentan un listado de las micronaciones del mundo que nadie haya tenido esa idea antes que él. Pues no, es el primero. El pionero. Debe actuar deprisa. Ya ha amanecido hace rato cuando Jiří llama por teléfono a sus dos mejores amigos para proponerles crear Liberland. Su respuesta es negativa.

Más tarde, descubre los cuatro criterios de la Convención de Montevideo que definen un Estado soberano según el derecho internacional: «estar habitado permanentemente, controlar un territorio definido, estar dotado de gobierno y poder relacionarse con los demás Estados».

Jiří cuelga, algo desalentado. Entonces piensa en otro amigo, Vít Jedlička, que se mueve por los mismos círculos que él. Jiří se lo encuentra regularmente en actos libertarios de Praga. Vít es uno de los jóvenes dirigentes de Svobodní, el Partido de los Ciudadanos Libres, que acaba de conseguir un 5 % de los votos en las elecciones europeas. Es uno de los responsables regionales. A Jiří le gusta su energía, su locura creativa y emprendedora. Si hay alguien de su círculo de amigos que pueda seguirle en ese proyecto, sin duda alguna es él.

La semana siguiente, lo visita en su piso de Praga. La velada resulta muy fructífera, al mismo tiempo es un encuentro de amigos y una reunión profesional. Jana Markovičová, la novia de Vít, les sirve una limonada fría, se queda a charlar un rato y luego se retira a su cuarto. Vít cree que Jiří quiere proponerle algún negocio, una inversión o un nuevo proyecto empresarial para el que busca un socio. Los dos hombres sacan el ordenador portátil de su funda, pero Jiří quiere hablar de algo completamente distinto.

–Vít, ¿quieres crear un país conmigo?


 

Fragmento de ‘Viaje a Liberland‘ de (La Caja Books, 2023)