Realizamos un recorrido a pie por Florencia atentos a los principales sonidos que caracterizan la ciudad. Una ruta que empieza por la mañana en la estación de Santa Maria Novella y que, tras 14 paradas, vuelve a la estación de noche.


No eres una persona de primeras impresiones. O de eso mismo intentas convencerte cuando por la ventana del tren en el que viajas intuyes un cartel azul en el que se lee «Firenze SMN». Los últimos metros del trayecto han pasado entre obras, grúas y excavadoras, y la estación de Santa Maria Novella se presenta simple, sin gracia; como si no fuera florentina. Para colmo, la única vista interesante que detectas desde el andén —el campanario de la iglesia de Santa Maria Novella— está siendo remodelado, y la tela que lo recubre, aunque intenta minimizar su impacto con una fotografía a escala real, no consigue transmitir hacia el exterior su belleza interior.

Pero decíamos que no eres una persona de primeras impresiones. Así que te cargas la mochila a la espalda y empiezas a caminar, y el sonido de tus pasos se pierde entre el ruido de las maletas y la megafonía.

1. STAZIONE SANTA MARIA NOVELLA

Tras abandonar el edificio de la estación y comprobar que su exterior —por desgracia— sigue en la misma línea mundana que su interior, decides mirar sólo hacia delante, donde se extiende un centro histórico con tantos rincones de tanto interés cultural, que los responsables de la UNESCO cortaron por lo sano y lo declararon Patrimonio de la Humanidad en su totalidad. Encaras la Via del Melarancio para dirigirte al Mercato Centrale, con previa parada junto a la Basílica de San Lorenzo.

El mapa del paseo florentino

(A lo largo del artículo encontrarás los sonidos de cada punto marcado)

Dos de los productos estrella de Florencia son el cuero y la piel; ya desde el siglo XIII se registran gremios del sector. Los vendedores del Mercato Centrale lo saben, y rellenan sus paradas con cinturones, chaquetas, carteras, bolsos, zapatos, guantes, muñequeras y todo tipo de complementos confeccionados con estos materiales. Los transeúntes, turistas en su gran mayoría, pasean a ritmo pausado, escuchando los consejos de unos vendedores que han hecho de su condición de plurilingües su mayor arma para convencer al comprador.

2. MERCATO CENTRALE

Dejas atrás el bullicio del Mercato Centrale para dirigirte a la Galleria dell’Accademia. Tras sortear bicicletas que circulan sin atender al sentido de la calle, y comprobar que la Piazza San Marco florentina poco tiene que ver com su homónima veneciana, llegas frente al edificio que acoge una de las obras maestras del Renacimiento. Las melodías de un veterano acordeonista amenizan la espera de una cola que avanza a buen ritmo.

Una vez dentro, y tras girar una esquina, los 5,17 metros de altura del desafiante David captan tu mirada. Los cuatro Prisioneros que Michelangelo no terminó de liberar te escudan en tu avance hacia el hombre que derrotó a Goliat con una honda, y pronto te das cuenta de que el gigante bíblico hace tiempo que ha dejado de ser el principal enemigo del que fuera rey de Israel. Si el mármol blanco cobrara vida, probablemente utilizaría su precario armamento para dispersar el ejército de turistas que, armados con palos de selfie y smartphones, rodean la estatua con el único objetivo de inmortalizar su propia presencia en la sala.

Es entonces cuando piensas en cuántos de los presentes están ahí para admirar la obra de Michelangelo, y cuántos están ahí para poder demostrar que estuvieron cerca de la obra de Michelangelo —¿sucede algo acaso si no lo compartes en las redes?—. Le das vueltas a esa duda y a David, hasta que decides sentarte en el banco que permite observar cómodamente la parte trasera de la estatua. Justo a tu izquierda, un joven con el jersey colgado del cuello cuenta a su acompañante detalles de la obra que ha leído en un cartel informativo. Decides parar la oreja, aunque pronto tu oído se concentra en el ruido que proviene de un poco más lejos. Una abuela de marcado acento británico simula pellizcar el culo de David mientras su hija inmortaliza el momento con su smartphone y sus nietos se parten de la risa.

3. GALLERIA DELL’ACCADEMIA

La vuelta al exterior se te hace placentera cuando notas el calor del sol primaveral en tu rostro. Al levantar la cabeza mientras bajas la Via Ricasoli ves cómo de imponente se erige la catedral de Santa Maria del Fiore por encima de los tejados bermellones. Su cúpula —diseñada por Filippo Brunelleschi— es la versión florentina de la estrella polar: la puedes ver prácticamente desde cualquier rincón y te permite saber dónde te encuentras si alguna vez te pierdes por las callejuelas del centro histórico.

A medida que te acercas al Duomo, su impresionante figura parece abalanzarse sobre ti. En la Via Ricasoli ya no toca el sol; queda detrás del enorme edificio. Decides atacar el punto más fotografiado de la ciudad girando a la derecha por la Via dei Biffi para rápidamente volver a la izquierda, por la Via de’ Martelli. Al final de esta calle se encuentra el espacio que queda entre la fachada de la catedral y el baptisterio, por lo que los rayos de sol no encuentran obstáculo que les impida iluminar tu paso. A medida que avanzas, notas como crece la intensidad del ruido y de la melodía de otro acordeón: te estás acercando a uno de los puntos más calientes de Florencia.

4. PIAZZA DEL DUOMO

Entre turistas embobados, ciclistas intrépidos y estudiantes poco atentos a su profesor, consigues abrirte paso hasta llegar a las escaleras que suben a la puerta de entrada a la catedral. Cuando te encuentras en el umbral alguien parece bajar de golpe el volumen del sonido ambiente. Los gritos, los timbres, los clicks de las cámaras quedan atrás, desaparecen. Te envuelve un silencio repentino acompañado de un cambio de temperatura considerable —¿existirá alguna iglesia donde no haga frío?—.

El interior de Santa Maria del Fiore es sombrío: una sensación de vacío y de pequeñez se apodera de ti. La planta basilical forma una cruz latina clásica con una nave central altísima, acompañada de dos naves laterales de menor dimensión. A cada paso que das te acompaña un peculiar sonido. A juzgar por el ruido, más que en una de las catedrales más impresionantes del mundo, parece que te encuentres en el interior de un pabellón que acoge un partido de baloncesto. No podía imaginar el arquitecto Arnolfo di Cambio en 1296 que el mármol que escogió para el suelo, al friccionar con las suelas de la enorme mayoría de calzados contemporáneos, provocaría esta sinfonía tan aguda.

5. CATTEDRALE DI SANTA MARIA DEL FIORE

Abandonas Santa Maria del Fiore por la puerta lateral, dejando el enorme edificio a tu izquierda. Tras echar el enésimo vistazo a la cúpula —el más especial está por llegar— decides progresar por la Via dell’Oriuolo en búsqueda de uno de los pocos secretos florentinos que aún no ha sucumbido a las ávidas garras del turista medio.

La Biblioteca Delle Oblate es un oasis local dentro de un centro histórico globalizado. Como la aldea gala de Astérix, consigue resistir al aparentemente inevitable avance del conquistador, que en este caso no proviene de Roma, sino de todos los rincones del mundo. Tras leer el cartel de la entrada —«Questa è la tua biblioteca!»— llegas a un claustro que de tan pequeño se convierte en acogedor. Algunos florentinos aprovechan para leer acomodados contra las columnas, aunque tú sabes que donde más gente hay es en la cafetería del tercer piso. Sientes cómo aumenta el alboroto a cada paso que das en la escalera hasta llegar a una terraza atiborrada, sin una sola mesa en la que no convivan libros, paquetes de tabaco, bolígrafos, refrescos y gafas de sol. Desde este punto, la vista sobre la cúpula de Santa Maria del Fiore es inmejorable: si Brunelleschi hubiera querido contemplar su obra en un entorno distendido y con un Negroni en la mano, no hubiera encontrado un lugar mejor.

6. BIBLIOTECA DELLE OBLATE

Al salir de la biblioteca continúas tu ruta por la Via dell’Oriuolo hasta llegar a la esquina con la calle que Florencia dedica al compositor Giuseppe Verdi. Al bajar, a mano izquierda, aparece inesperada Santa Croce, la que probablemente sea la más bonita de entre las plazas no tan visitadas —perjudicada por su desajuste posicional respecto el eje recto que forman las plazas del Duomo, della Repubblica y Signoria—. La Via Giuseppe Verdi muta a dei Benci tras tu paso junto a la plaza, y la abandonas cuando giras a la derecha por la Via dei Neri. Prácticamente al final de esta calle encuentras dos colas larguísimas pegadas a ambos lados de la calzada. No consigues ver dónde terminan, pero sí su origen: dos locales situados uno enfrente del otro y de idéntico nombre: All’antico Vinaio.

La curiosidad y el hambre —sobre todo el hambre— te llevan al final de la cola, bastantes metros más allá. Has oído que en este local sirven los mejores panini de Florencia: auténticas moles en forma de bocadillos llenos a rebosar. El ritmo de producción dentro del recinto es tan apresurado como efectivo. Como si de una cadena de montaje a cámara rápida se tratara, cinco jóvenes siguen un simple proceso —preguntar-cortar-llenar-envolver-entregar— que completan en cuestión de segundos. No es local para dudosos. Entre gritos de «ragazzi», «ciao» y «dopo», llega tu turno. Apresúrate o te quedarás sin panino.

7. ALL’ANTICO VINAIO


Escurriéndote entre los clientes abandonas la fábrica de bocadillos con la intención de encontrar un poco de calma para poder saborear el tuyo. Deseas un poco de soledad, dejar de cruzarte con tanta gente. Aprieta el sol por la Via della Ninna pero de repente te encuentras bajo un rectángulo de sombra. Levantas la cabeza y encima tuyo identificas el tramo del Corridoio Vasariano que conecta el Palazzo Vecchio con el Uffizi. Este puente cubierto forma parte del corredor que los Medici idearon para desplazarse desde su residencia —el Palazzo Pitti— hasta el actual ayuntamiento de Florencia sin mezclarse con la plebe. La idea de sentirte Medici durante un rato te convence, y decides seguir el corredor secreto a pie de calle.

Dejas Signoria a tu derecha y te diriges al Arno por el estrecho Piazzale degli Uffizi. Para encontrar ese anhelado silencio primero debes cruzar el río, y el puente más cercano para hacerlo es el más antiguo de todos: el Ponte Vecchio, por dónde también cruza el corredor secreto. Los aparadores de las incontables joyerías invitan a los turistas a amontonarse a ambos lados del puente. Desde un coche de policía, tres agentes se aseguran que todo esté bajo control. Uno de ellos mira de reojo hacia un improvisado modelo que, subido al muro de piedra del puente, posa para la cámara de un smartphone.

8. PONTE VECCHIO AL MEDIODÍA

Ya a la otra orilla del Arno, el corredor Vasariano se pierde entre tejados, señal de que el Palazzo Pitti se encuentra cerca. Progresas por la Via de’ Guicciardini hasta llegar delante del majestuoso palacio. Tú sigues con la idea de pertenecer a la nobleza florentina por unos instantes, así que cruzas la puerta de entrada y te diriges directamente a los jardines de Boboli, que con sus 45.000 metros cuadrados de extensión se descubren como el lugar ideal para desconectar.

De entre todos los caminos que proponen los jardines, escoges el que sale a tu derecha desde la fuente de Neptuno para bajar hacia el estanque de la isleta. Por primera vez en todo el recorrido —y sin que sirva de precedente— cuando te detienes a escuchar no oyes otras personas: sólo tus pasos y el canto de los pájaros.

9. GIARDINO DI BOBOLI


El llanto de un bebé te devuelve bruscamente a la realidad. Parpadeas de forma repetida hasta acostumbrarte a la luz: detectas en primer plano el césped y en segundo el papel arrugado que envolvía tu panino y que ahora baila tímidamente al compás de la brisa. Te das cuenta de que esos inocentes cinco minutos de descanso desembocaron en una siesta con todas las letras. Te recorre un repentino sentimiento de culpa que apaciguas al echar cálculos y saber que aún estás a tiempo de ver ponerse el sol desde el Piazzale Michelangelo.

Te levantas con energía, abandonas los jardines por la puerta lateral y rehaces el camino que te trajo hacia aquí desde el Ponte Vecchio. Al llegar a la coqueta Piazza Santa Felicita giras a la derecha y empiezas a subir por la estrechísima Costa San Giorgio. Esquivas los jardines Bardini desviándote por Costa Scarpuccia y progresas hacia al Este por la Via San Niccolò. De repente, a tu derecha, identificas una muralla con una puerta que no llega a los tres metros de altura. Tras cruzar la Porta San Miniato divisas una subida considerable: tu destino se encuentra donde terminan las escaleras. Así que compras una birra —la entrada al Piazzale Michelangelo parece incluir una consumición obligatoria— y subes.

El Piazzale acoge en su centro una réplica de bronce del David de Michelangelo, aunque no todos los visitantes se dan cuenta de ello. La gran atracción de este punto consiste en encontrar un hueco en las anchas escaleras que bajan hacia el Viale Giuseppe Poggi y que funcionan como improvisado mirador. Te armas de paciencia, te quitas la vergüenza de encima y te deslizas entre parejas y grupos de amigos, hasta encontrar ese espacio donde sentarte y disfrutar de la cerveza bajo ese atardecer dorado que en cuestión de minutos dejará de iluminar la ciudad.

10. PIAZZALE MICHELANGELO


El sol cae por el monte que queda a tu izquierda y al sentir un poco de frío decides emprender el viaje de retorno. Una serie de atajos te permiten bajar sin excesivos rodeos hasta la Piazza Giuseppe Poggi. Delante tuyo se dibuja una rampa que baja hasta la orilla del Arno. Los colores del atardecer se reflejan elegantes sobre el agua y el caudal del río es bajo, por lo que decides acercarte todo lo posible a la corriente. Ramas partidas en mil trocitos descansan entre objetos que en su día el Arno se tragó y que ahora devuelve a la arena, como ese balón de plástico deformado por el que tanto debió llorar algún niño florentino.

11. ARNO


La noche ha caído completamente sobre Florencia y tú te diriges otra vez hacia el punto de origen por el Lungarno Serristori, que acaba convirtiéndose en el Lungarno Torrigiani. El Arno queda a tu derecha y ves reflejadas sobre su capa de agua las luces que iluminan el Ponte Vecchio. En el puente, la cantidad de transeúntes ha bajado mucho respecto al mediodía: todas las joyerías tienen la persiana bajada y el espacio libre en la calzada permite incluso el paso de bicicletas, algo impensable hace tan sólo unas horas, cuando el sol todavía iluminaba la ciudad.

12. PONTE VECCHIO POR LA NOCHE

El Ponte Vecchio queda a tu espalda, lo has cruzado por última vez… de momento. Para saber si habrá otra oportunidad en un futuro debes continuar recto: identificas la estrella polar florentina —la cúpula del Duomo— y te acercas a ella por la Via Por Santa Maria. A mano izquierda aparece la Loggia del Mercato Nuovo, una galería exterior con arcos sobre enormes columnas que hasta hace poco, bajo su alto techo, acogía el bullicio del mercadillo en plena actividad. Ahora los comerciantes recogen sus caravanas y los transeúntes se concentran —todos— delante de un punto: la Fontana del Porcellino.

Que vuelvas o no a visitar Florencia depende de lo que decida este jabalí de bronce: así lo cuenta la tradición. Desde 1633, el Porcellino recibe cariñosas caricias al hocico antes de que se le coloque una moneda en la boca. Si, al ser arrastrada por el agua, esta moneda consigue superar la reja hacia la que cae la corriente, el visitante tendrá el placer de volver a la capital del Renacimiento. Una manera bastante caprichosa de marcarte el destino y que no siempre es aceptada por los participantes: el turista chino que tienes delante se niega a aceptar su suerte y repite el mismo gesto hasta que, finalmente, a la tercera va la vencida.

13. PORCELLINO

Un gran estruendo capta tu atención repentinamente: las caravanas que formaban el mercado ya están recogidas y sólo queda transportarlas fuera de la logia, que más adelante, a lo largo de la noche, pasará a estar ocupada por jóvenes estudiantes con sus bebidas. Aún yendo sobre ruedas, los casi dos metros de altura de las caravanas requieren tal esfuerzo que los trabajadores visten manga corta cuando el ambiente invita a ponerse una chaqueta gruesa.

Aunque el tramo a recorrer es de un centenar de metros, el trayecto se hace eterno tanto para los transportistas como para los paseantes que caminan por las calles Val di Lamona y Pellicceria: la irregularidad del suelo, compuesto por adoquines de todas las formas y tamaños, provoca un fragor que rebota en las cercanas paredes. No existe vecino en la zona que no sepa cuándo el Mercado del Porcellino ya se ha recogido.

14. RECOGIDA DEL MERCADO

Los trabajadores del mercado se quitan los guantes, se sacuden las manos y se desean «buonasera». Piensas que ha llegado el momento de recogerte tu también, y transportarte de vuelta a casa. El camino hacia la estación te permite pasar por dos plazas emblemáticas con mucho encanto, aún sin luz natural: la Piazza della Repubblica y la Piazza di Santa Maria Novella. Si tan sólo la fachada de la estación fuera la mitad de bonita que la de la iglesia con la que comparte nombre…

A veinte minutos de la salida de tu tren, decides comprar un refresco en una parada de la Piazza della Stazione. A la hora de pagar buscas inconsciente durante unos segundos la moneda en tu bolsillo, y entonces caes en la cuenta: se la ha quedado el Porcellino. Tendrás que volver a Florencia. Fino alla prossima!