La campiña del noroeste español es el escenario de este cuento de ficción que transcurre por las conversaciones —ásperas y directas, pero también cercanas— entre una chica que vuelve a su pueblo y algunos de esos habitantes que nunca abandonaron su lugar a orillas del río.
Parece abandonada, la finca. La tierra por arar, los frutales sin hojas, la nave de ladrillo con los portones cerrados.
La mujer ha venido caminando por la orilla del río. Hace mucho que no camina por la orilla del río. Ha dejado su coche lejos, junto al puente Paulón. Y ha caminado. Caminar, caminar junto al agua. El rugido de la corriente, que baja bruta, amarronada. Piensa que si se desborda se llevará su coche amarillo río abajo, río abajo hasta el Esla, hasta el Duero, atravesará las Arribes y llegará al mar en Portugal. Le da la risa. Le dan ganas de llorar. Desde que ha vuelto al pueblo, cambia de humor constantemente.
—Rapaza, ¿qué haces aquí?
La nave de ladrillo se levanta en medio de la chopera, e...
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