Un día más, Gerardo Palabés se dirige hacia el barrio Cordón, a unos 40 minutos de la Ciudad Vieja. Baja por Arenal Grande y tuerce la esquina al llegar a Cerro Largo. Ahí está su negocio, Caín, el primer boliche gay que abrió en la ciudad, y que todavía hoy ameniza las noches montevideanas. La fachada, cubierta de un grafiti en tonos fríos, plasma la dualidad que ha representado Caín: el yo público y el yo privado, el libre o el liberado, y el oculto o enclosetado. Un rostro dividido: una mitad tradicional y otra mitad, transformada, maquillada y con una larga y furiosa melena azul que se enreda por toda la pared: la normatividad y lo queer. El transformismo, la performance del género y la textualidad de los cuerpos. Parece que Montevideo es una ciudad LGTBIQ (Lesbianas, Gays, Bisexuales, Trans, Intersexuales y Queer), diversa y abierta, pero un día todo fue marginal, minoritario. Todo fue secreto.