La encrucijada cultural 

«Si quiere hablar en su lengua materna pulse uno, si quiere en inglés, pulse dos.» Esta es la brillante solución que ha encontrado la compañía principal de telefonía móvil bosnia para resolver el problema de cómo denominar ahora la lengua de las tres comunidades eslavas —bosnios musulmanes, serbios y croatas— que siguen conviviendo en este territorio y que estuvieron en guerra entre 1992 y 1995. Lo que ahora se denomina bosnio, serbio, croata o montenegrino, dependiendo de la zona en la que uno se encuentre. 

Me adentro en Bosnia por Herzegovina sola, después de haber acompañado a mi hijo Dimitri al aeropuerto de Dubrovnik, camino de Barcelona. Me sorprende ver que la República Serbia de Bosnia empieza en Trebinje, a treinta kilómetros del litoral croata. Como todo lo ocurrido en mi antiguo país ha sido tan doloroso como incomprensible para mí, nunca he mostrado gran interés en saber cómo se han dividido los territorios o cuáles son justamente los límites entre la República Srpska y la Federación de Bosnia y Herzegovina (croatas y musulmanes). Una vez en territorio bosnio, no hace falta mirar el mapa para saber si uno se encuentra en la parte serbia o en la parte bosnia; en territorio de los primeros todo está en el alfabeto cirílico y en el resto, en el latino. Esto que a un nativo le facilita las cosas a la hora de saber quién predomina dónde, a un extranjero le puede dificultar mucho su viaje, ya que en territorio serbio las inscripciones solo están en cirílico, incluso en las carreteras principales. 

Siempre había oído decir que el mestizaje y la complejidad étnicas, propios de las tierras de la antigua Yugoslavia, alcanzan su grado máximo en Bosnia. Pero esto, antes de las últimas guerras, era un dato sin trascendencia. Ahora se ha convertido en mi propio discurso después de haberlo repetido hasta la saciedad en los últimos veinte años: «Si Croacia y Eslovenia siempre han sido más próximas al mundo latino y occidental, mientras que Serbia, Macedonia y Montenegro al oriental bizantino, Bosnia y Herzegovina, por su ubicación geográfica, ha compartido el destino de una tierra de encrucijada. De hecho, cuando los otomanos turcos llegaron a esta región de los Balcanes eslavos, una parte de los católicos u ortodoxos que allí vivían se convirtieron al islam». 

Como todo lo ocurrido en mi antiguo país ha sido tan doloroso como incomprensible para mí, nunca he mostrado gran interés en saber cómo se han dividido los territorios

«Mis antepasados paternos eran eslavos ortodoxos de Herzegovina, pero mi tataratatarabuelo abrazó la fe musulmana porque los otomanos le daban tierras, títulos y toda clase de privilegios con tal de aceptar su fe», me contaba Emira Peri, mi amiga nacida en Mostar, educada en Belgrado y, en el momento de acabar la redacción de este libro fallecida en Barcelona, donde vivió los últimos treinta años, después de haber recorrido medio mundo con su marido, un antiguo diplomático italiano. Decido dejar nuestra conversación relatada en presente, tal como lo había apuntado, porque Emira es una de esas personas que siempre seguirá viva en el recuerdo de los que la hemos conocido. 

—Sí, los turcos les daban todo tipo de ventajas con tal de adoptar sus costumbres y llevar a sus hijos a sus escuelas —me explica en el bar de la Universitat Pompeu Fabra, donde a veces viene a tomar café conmigo, ya que vive en la cercana calle Moscú—. Me siento tan orgullosa de ti cuando pido por la profesora Djermanović en la recepción; me acuerdo de cuando vinisteis en 1991, estabais tan desprotegidos —interrumpe antes de continuar con el relato de la saga familiar en Bosnia—. Pero mi padre, después de haber aprendido de memoria el Corán en árabe en las escuelas turcas de Mostar, se fue a estudiar a Viena; ya que a principio de siglo XX Bosnia había dejado de ser otomana y pertenecía al Imperio Austrohúngaro. —Emira se va deteniendo de vez en cuando, no porque le cueste recordar, sino porque es consciente de que su interlocutor necesita tiempo par asumir todos estos datos—. Pero cuando se fue de casa, mi padre se hizo ateo, acabó dos carreras en Viena, se marchó a vivir a Belgrado, donde se casó con mi madre, de origen serbio… Eso sí, en la única mezquita de la capital serbia, porque eran sus segundas nupcias —concluye esta mujer decidida, de ojos negros, cuya profundidad, imagino, también pasa de generación a generación, porque son unos ojos que han visto y vivido muchas cosas. 

Bosnia y Herzegovina, por su ubicación geográfica, ha compartido el destino de una tierra de encrucijada. De hecho, cuando los otomanos turcos llegaron a esta región de los Balcanes eslavos, una parte de los católicos u ortodoxos que allí vivían se convirtieron all islam». 

Los musulmanes de Bosnia, a los que Tito dio el estatus de nación, étnicamente son eslavos que adoptaron la fe musulmana entre los siglos XIV y XVI ¿Cómo es que en apenas cien años desde la primera incursión turca en 1388 la mayoría de la población eslava de Bosnia decidió convertirse al islam? Teniendo en cuenta que no se podía llevar una vida cívica plena si no se convertían a la fe que profesaban los ocupadores, no es difícil de entender. Por otro lado, el cristianismo en Bosnia no había arraigado con tanta fuerza como en otras tierras sudeslavas. 

En Bosnia y Herzegovina, más que en cualquier otro lugar de mi antiguo país, el pasado señala el futuro. Viajando ahora por sus tierras me percato más que nunca de ello. Ciudades como Višegrad, Sarajevo o Travnik, situadas en estrechos valles rodeados de montañas, están divididas por la fe y las costumbres de los distintos pueblos que habitan allí: musulmanes, cristianos, ortodoxos, cristianos católicos judíos: «a vuestra propia patria la estáis amando con ardor, pero de tres o cuatro maneras diferentes que se excluyen entre sí, que colisionan mortalmente y se excluyen con frecuencia», escribía Ivo Andrić. 

El Nobel literario describía cómo estas comunidades distintas viven, desde siempre, cada una encerrada en su mundo, recelosa respecto a las demás y, no obstante, obligada desde hace siglos a cohabitar. No hay mejor guía para la historia de Bosnia que la narrativa de Andrić, que sigue el principio de la poética aristotélica: la gran literatura introduce a la historia de manera más profunda que cualquier historiografía.
 

Sarái-evo

No podía ni quería imaginar mi estimada Sarajevo llena de casas ametralladas y parques convertidos en cementerios. Cierro los ojos y veo la nieve y las pistas de esquí, escucho la música del grupo de rock Bijelo Dugme, recuerdo los senderos por los que nos perdimos en el lejano invierno de 1989, cuando vine aquí a esquiar. «ju-go-sla-vi-jo, narode… pesma nek se čuje ko ne sluša kišu slušaće oluju» («Oh, pueblos de Yugoslavia, que suene la canción… quien no escucha la lluvia, oirá la tormenta»), versaba una de las canciones de estos músicos bosnios, de cuyas filas salió Goran Bregović. 

Esta ciudad, cuyo nombre deriva de la palabra de la palabra palacio (sarái), empezó a erigirse en el siglo XV como la capital de los recién conquistados territorios por parte de los turcos. Antes de la década de 1990 se hizo internacionalmente conocida por dos eventos: el atentado de 1914 y los Juego Olímpicos de invierno de 1984. 

No hay mejor guía para la historia de Bosnia que la narrativa de Andrić, que sigue el principio de la poética aristotélica: la gran literatura introduce a la historia de manera más profunda que cualquier historiografía.

«Hoy he comprado seis chapas en la Baščaršija. Una de los Rolling Stones, otra de Zdravko Čolić (un cantautor local), la tercera con el símbolo de peace…», leo la entrada en mi diario del 14 de abril de 1978, cuando visité por primera vez la capital bosnia. Recuerdo la calle comercial antigua porque en ella sacié mi sed adolescente adquiriendo objetos que estaban de moda y que en las tiendas estatales socialistas de Belgrado era imposible encontrar. En mi memoria se grabó la adoquinada parte de la Baščaršija que construyeron los turcos, como un lugar donde se podían comprar productos «occidentales», lo cual se traducía en el hecho de que los artesanos locales de aquella época se dieron cuenta de que podían ganar más dinero vendiendo chapas a los jóvenes yugoslavos que productos artesanales. Inevitablemente, todos los escolares de la Yugoslavia de Tito visitaban Sarajevo en algún momento, en esos viajes que se promovían bajo el lema «Conoce tu patria para amarla más». 

Pero la ingenuidad y la poética de estos recuerdos quedan anulados por los de las imágenes televisivas entre 1992 y 1995: Suada Dilberović, la primera víctima tiroteada en la fila de ciudadanos que reclamaban la paz; los cuerpos descuartizados en el mercado de Markale; los niños y las mujeres con la mirada perdida detrás de las ventanas de los autocares que se disponían a llevarles lejos de su ciudad hacia un destino mejor…


Pieza publicada en el marco del ciclo ‘Rincones: Bosnia’

 Fragmento del libro Viaje a mi país ya inexistente (Heterodoxos Altaïr)

Imagen de cabecera, CC Fish Tsoi