Primero fue la uña del cuarto dedo del pie derecho. Un día bailoteó y al día siguiente cayó entera, se arrancó sola, de un saque y sin dolor. Unos días más tarde, la uña del segundo dedo del mismo pie: se fue soltando y al final también cayó de una, limpita. Cuando estaba a punto de googlear a ver qué podría ser recordé que un mes antes, durante el ascenso al Lanín, la madrugada de la tormenta y la escarcha, sentí muchísimo frío en los dedos del pie. Trataba de moverlos y no podía. Cada vez que el crampón se enterraba en el hielo los dedos se endurecían como extremidades de roca. No había flexión posible. Tenía medias térmicas, sí. Tenía botas de trekking altas, impermeables, sí. Con todo y eso, el Lanín se me llevó dos uñas. A otros se los lleva enteros. O los deja colgando en una grieta, congelados los dedos, los brazos, el culo y las pantorrillas. A veces los bajan para cobrar un seguro por accidente. Otras, se quedan ahí para siempre.

Las uñas se caen después, antes se instala e...


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