Son pequeñas. Algunas caben en mi puño. El pelo cobrizo. La cabeza inclinada sobre el hombro. La mirada hacia el cielo o hacia el suelo. Una mano cerca del pecho. Como si acabaran de comprender algo. O como si revivieran un episodio de la adolescencia particularmente penoso y no supieran qué hacer con la vergüenza que están sintiendo.
No sonríen. No se quejan. No sabemos quién las ha puesto ahí. Algunas están acompañadas de fotografías sin nombre. Creo que son fotos de muertos. Tiene su gracia: los cuerpos bajo tierra y los retratos al descubierto. O incinerados. Los cuerpos quiero decir, si bien fotografías también se decolorarán un día y nadie las recordará.
Pero ella, Santa Rosalía, es inolvidable.
Sin embargo, sospecho que no es un ejercicio de memoria la razón por la que hay tantas figuritas.
M y yo hemos venido cuatro días al sur de Italia en busca de sol. Es final de noviembre y allí donde residimos, Bélgica, esta época del año resulta claustrofóbica. Por eso estamos aquí...


Este contenido es sólo para suscriptores.

Consulta aquí las suscripciones que te permiten acompañarnos en este viaje.

Si ya eres suscriptor, accede indicando tu usuario y contraseña aquí debajo.