«¿Quién de ustedes quiere morir cortando madera?», dice Otoniel a los compañeros congregados alrededor de un galón de viche. En un círculo de sillas de plástico, en una habitación con poca luz, lo que más ilumina es la ilusión de los corteros: está naciendo una cooperativa de cortadores de madera, una cooperativa que permitirá legalizar las ventas y conseguir mejores precios, también permitirá, tal vez, que en algún momento puedan dejar las motosierras: «yo no quiero que mis hijos corten madera», continúa Otoniel mientras un compañero reparte, uno por uno, la bebida fermentada de caña —el viche— que les ayuda a resistir en una región cien años olvidada. 

A cuatro horas en lancha de Buenaventura, en el Pacífico colombiano, en la vereda de San José, la comunidad afrodescendiente del río Yurumanguí ha pasado toda la mañana reunida en asamblea. Los corteros de la región han decidido qué zonas van a entrar al plan de conservación de áreas naturales; en qué zonas se va a prohibir cortar mad...


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