A esa hora, en esa esquina del embalse, apenas hay un par de pescadores que miran con cara de extrañeza. La soledad mañanera de su rutina de caña y paciencia ha sido alterada. Con el cuerpo siempre de cara hacia la orilla, sus cabezas se giran para no perder detalle de lo que sucede. Dos coches, una furgoneta, un remolque, una barca motora, otra hinchable y siete personas llenan el espacio ahora libre de agua, otrora cubierto, según marque el nivel el desembalse. Estas inesperadas visitas rompen el sopor de una mañana fría de domingo: sus sofisticados bártulos y sus rigurosos preparativos barruntan una actividad cuanto menos insólita en una zona de interior.
Extremadura no tiene mar, pero sí costa. Dos grandes ríos la cruzan de este a oeste, el Tajo, en Cáceres, y el Guadiana, en Badajoz. Y los grandes pantanos tiñen de azul el mapa de una tierra extrema y dura: para usos hidroeléctricos los unos, para regadíos los otros. Resquebrajando estereotipos, la región suma más de 1.500 kilóme...


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