No existe una fecha. Puede que fuera el anuncio del Ministerio de Obras Públicas del aprovechamiento del Ebro a su paso por las provincias de Zaragoza, Huesca, Lérida y Tarragona. O la industrialización de las grandes ciudades retomada después de los primeros años de dictadura. O la devastación del puente que unía la huerta con el pueblo, y que nadie se tomó la molestia de reconstruir en los 105 años en que los vecinos estuvieron rehaciendo constantemente pasos de madera inestables y frágiles. O el infortunio de los antepasados que quisieron inmortalizar sus genes en un lugar maldito. O el hecho de que dos ríos se juntaran allí después de un diluvio de miles de años. No hubo un fin exacto para Cauvaca porque siempre estuvo empezando y terminando, porque el agua tardó años en tragarse todo, porque las obras duraron aún varios años, porque algunos vecinos se fueron antes de que los expulsara su tierra como a unos desconocidos. Mercedes no se quedó esperando el agua. Hasta 1956, ella y el Guadalope siguieron yendo a Cauvaca y luego, primero ella y el río después, dejaron de hacerlo. No convivió con la nube de polvo que levantaban los camiones en caminos nuevos, construidos expresamente para que pudieran llegar a las obras del dique. Eligió irse antes y un día se subió al tren que pondría los cimientos de su nueva vida. El deseo ancestral de permanecer en Cauvaca se fue agotando primero entre los más jóvenes. Los vecinos llevaban décadas oponiendo resistencia a un fantasma que estaba a punto de materializarse porque un ministerio ya le había dado nombre y había descrito los detalles sobre el papel.

Mercedes no se quedó esperando el agua. Hasta 1956, ella y el Guadalope siguieron yendo a Cauvaca y luego, primero ella y el río después, dejaron de hacerlo

Cuando empezaron a ceder ante la realidad, apenas le hicieron alguna concesión: el agua subiría, pero solo un poco. Ellos seguirían ahí y no sería la alteración del río lo que alteraría sus vidas si es que de verdad aquello había de ocurrir. La aceptación es un proceso y nunca se da de golpe. En Cauvaca ese proceso se empezó a gestar a base de silencios y ausencias. Antes de soportar la presencia de los camiones, antes de llegar a la expropiación forzosa, algunos ven tan claro el fin de su modo de vida que prefieren ser ellos mismos quienes lo corten de inmediato y se van sin pedir siquiera nada a cambio. La incertidumbre agota y empuja al exilio antes del exilio mismo.

El deseo ancestral de permanecer en Cauvaca se fue agotando primero entre los más jóvenes

No habría reinicio posible para los mayores. Ya no estaba allí María pidiendo a Antonio que la llevara a conocer el mar: murió poco antes de que empezaran las obras. No estaba Josefina poniendo letra a las burbujas del agua hirviendo por las noches. No estaba Dionisio esperando el naufragio en su camarote. Ni estaban ya los Zapater. Los que no se habían ido estaban a punto de hacerlo. En los años previos a la inundación, algunos cauvacanos empezaron a morirse con su huerta. Otros se quedaron allí a esperar la subida del agua hasta el final.

Antes de soportar la presencia de los camiones, antes de llegar a la expropiación forzosa, algunos ven tan claro el fin de su modo de vida que prefieren ser ellos mismos quienes lo corten de inmediato y se van sin pedir siquiera nada a cambio

Aún tendrían algunos años de margen, porque una gran presa necesita de otras presas más pequeñas, diques de contención, edificios, túneles, caminos nuevos y desvío de ríos, carreteras y líneas férreas. Obras faraónicas apenas consideradas obras auxiliares de una gran obra que colocaría un mar en Aragón. El proyecto constaría de una presa, un aliviadero, desagües de aligeramiento, desagües de fondo, toma de agua, central y central de desagüe. Pero esas eran solo las estructuras principales. Para llevar a cabo las obras y hacerlo en condiciones óptimas, así como para evitar la inundación de gran parte del núcleo urbano de Caspe, eran necesarios un dique de contención, presa y túneles para desviar el río Guadalope y presa y canal de escorrentías en Val de la Villa, así como sendos puentes sobre carretera, y vías y abastecimiento de aguas y nuevo paso a Chiprana. Todo aquello llevaría al menos una década de trabajo.

Algunas cosas ocurrieron en ausencia de Mercedes y, aunque fueron todas definitivas, ella no vio casi ninguna. Cuando se fue, empezó a llegar el embalse como el ferrocarril y la guerra: a pie, con pies de hombre, después de un rumor.


 Fragmento del libro Detendrán mi río. Desarraigo y memoria en un rincón de la España sumergida (Libros del K.O.)

Imagen de cabecera, CC José María Vázquez