LiteNatura es la serie de artículos de Gabi Martínez en Altaïr Magazine. Un espacio abierto a textos literarios que cedan el protagonismo al territorio y la naturaleza.
«Cada cierto tiempo alguien me pregunta por qué me preocupo tanto por las aves, si la gran mayoría de las personas no las necesitan para nada (…) ¿Por qué y para qué alguien nos invita a cuestionarnos la necesidad de las aves, de la fauna y la flora silvestres, de los paisajes originales y tradicionales, de la naturaleza virgen? Dudo que sea solo por filosofar. Creo que es para desconcertarnos. Es decir, para deshacer un acuerdo que habíamos concertado: que todo eso (las aves, la fauna y la flora silvestres, los paisajes que integran, la naturaleza virgen y también el aire, o el agua) es de todos nosotros a la vez y de nadie en particular. Y que tenemos el derecho a disfrutarlo, y el deber de legárselo intacto a nuestros hijos y nietos para su disfrute».
—¡Así se habla, Toñete!—, dice el colirrojo tizón, que ha sido enfocado docenas de veces por las miras telescópicas de Antonio Sandoval, el autor de ese párrafo. Sandoval frecuenta tanto Estaca de Bares que el colirrojo le ha tomado cariño hasta el punto de llamarle como lo hacen sus colegas, además de haber leído ¿Para qué sirven las aves?, donde el gallego da una respuesta de 305 memorables páginas que hablan de todo y con interés desde una de las disciplinas naturalistas con más seguidores en España y el mundo: la ornitología.
En cuanto el colirrojo ve a Sandoval cargando sus cacharros de ojeador, se lanza a planear sobre los acantilados, a sobrevolar raudo las rompientes espumosas para que el ornitólogo continúe hallando motivos por los que hablar de pájaros se nos antoje una prioridad, y que entendamos cómo la presencia —o ausencia— de aves es señal de tantas cosas.
Ultraconsciente del mundo y aún más del país en el que vive, este comunicador ambiental de A Coruña (1967) ha propuesto un título que sugiere utilidad, todo un guiño a los más prácticos materialistas: esto te servirá de algo. Se trata de que incluso los partidarios de explotar y someter a la Naturaleza acepten una invitación poco romántica para, al asomarse a este libro, no puedan salir de él, atrapados en una formidable galaxia alada que, quizás, modifique un poco su visión del aire. No es una quimera: la pregunta de Sandoval vuela ya por la cuarta edición, fruto de un boca a boca al que este Lobo se une incondicionalmente con la seguridad de hallarse ante una referencia capital de la literatura de naturaleza en lengua española.
Se trata de que incluso los partidarios de explotar y someter a la Naturaleza acepten una invitación poco romántica para, al asomarse a este libro, no puedan salir de él
Como buen devoto de ese espacio fronterizo donde lindan el Atlántico y el Cantábrico, el colirrojo ha conectado bien con un libro que combina la experiencia propia de Toñete con historias escuchadas o leídas, anécdotas y datos simbólicos y reflexiones afinadas que en general trascienden el mundo aéreo, señalando a inquietudes o esperanzas cotidianas de los humanos. Al colirrojo tizón le fascinan los claroscuros —como indica su propio nombre— y las anécdotas explicadas con detalle, por eso le ha entusiasmado enterarse de que la primera anilla metálica rodeó la pata de un estornino pinto en 1899 mientras en España el anillamiento arrancó más de medio siglo después con cigüeñas; o que en Arabia Saudí tomaron por espía a un buitre leonado; o que una paloma mensajera hace llegar la información de una tarjeta de memoria 4G a un lugar situado a ochenta kilómetros mucho antes que una conexión ADSL.
—Chúpate ésa—, dijo al leerlo, porque pese a que le gusta relacionarse con humanos y hasta ocupa algunas de sus construcciones, es un pájaro orgulloso de serlo. De Sandoval envidia la posibilidad de escribir, y de hacerlo tan bien, porque le ha impresionado la cantidad y calidad de momentos simbólicos que abrillantan estas páginas donde a la vez menudea una discreta emoción, deslizando episodios de contenida euforia, como los que vive el autor al identificar tres rarezas en sus cielos —albatros ojeroso, rabijunco etéreo y págalo polar—, o capítulos en los que la mera descripción de hechos bárbaros conducen a la rabia, la impotencia y el deseo de cambiar un par de cosas.
Los temas son tantos y las referencias tan variadas que parece que nada haya escapado a la mirada de este apasionado con prismáticos que se explica y se construye pivotando desde la costa gallega y es adicto a la privilegiada Estaca de Bares. Por eso, con el conocimiento y la calma del que observa tranquilo, desde su santuario denuncia en primera persona y con dura elegancia los desmanes e irreponsabilidades cometidos por un rapacismo empresarial que aún se ampara en más o menos los mismos políticos que permitieron y minimizaron la catástrofe del Prestige, el petrolero que inundó de crudo y muerte las costas que el propio Sandoval ayudaría a limpiar mientras trataba de salvar pájaros. El escritor expone la tragedia con la contundencia implacable del que tiene los datos, ha vivido la experiencia y se sabe agredido —él y su gente— por desaprensivos ciegos de poder y dinero.
—Le dedica varias páginas al Prestige —dice el colirrojo cuando le pido que resuma la obra—, pero no es más que uno de los escasos contrapuntos oscuros de una obra luminosa. Y para brindar ejemplos de luz, alude a los fragmentos sobre la seductora inteligencia del cuervo; a los que describen el Big Garden Birdwatch, una fiesta que cada enero «junta» a miles de personas —¡hasta 600.000!— en el Reino Unido para hacer avistamientos de pájaros; o a la antiquísima pintura de un búho hallada en la cueva de Chauvet: el primer ser vivo retratado que observa a quien lo inmortaliza.
Descargas de belleza y sensibilidad que ponen en perspectiva la magnitud del peligro que corremos descuidando no solo a las aves sino también su entorno, que es el nuestro. La certidumbre de estar compartiendo un tiempo y un espacio con animales a los que en general ni vemos, lleva a sentir de otro modo las advertencias que Sandoval va señalando: el colapso de tres especies de buitre en la India; las pardelas baleares están a cuarenta años de la extinción si no variamos dinámicas; la estremecedora proliferación de plásticos en los océanos mata a miles de pájaros que se tragan la basura flotante confundiéndola con comida.
Descargas de belleza y sensibilidad que ponen en perspectiva la magnitud del peligro que corremos descuidando no solo a las aves sino también su entorno, que es el nuestro
Después de esta lectura, el colirrojo ha empezado a alertar a sus colegas de que es necesario reaccionar y, como es algo presuntuoso, para ilustrar sus explicaciones recurre a palabras o acciones de una serie de nombres que ha leído en el libro de Toñete, y van de científicos a aventureros: Edward O. Wilson logró fama mundial con su libro Biofilia en 1984, si bien el término lo había enunciado ya Erich Fromm; además de un sinfín de espías, han sido declarados fans de los pájaros personalidades como Theodore Roosevelt, Fidel Castro, Paul McCartney, Mick Jagger o Damon Albarn (el cantante de Blur y Golliraz), entre otros de una lista que en este libro ocupa dos páginas e incluye a bastantes escritores, de Jonathan Franzen a Margaret Atwood, Agatha Christie, Neruda, Thoreau, Walt Whitman o Antonio Machado Núñez, el abuelo de los dos poetas y pionero de la ornitología y el darwinismo en España.
Apellidos rutilantes que sirven para alumbrar de otro modo las hazañas naturalistas de algunos desconocidos imprescindibles como José Más o José Luis Rabuñal, al que, eso sí, los no muchos que testimoniaron su labor le han dedicado un observatorio en Cabana de Bergantiños. Y sus aportaciones se funden con las de leyendas como John Muir, el gran impulsor de la conservación del territorio, y las de Kant, Humboldt, el pintor romántico Friedrich… porque Sandoval invoca a los artistas para que participen del «rescate».
—El arte ha acabado por ignorar su entorno—, ha dicho el colirrojo parafraseando a Robert Graves, aunque luego ha titubeado al percibir que Sandoval ha demostrado lo contrario firmando esta obra didáctica pero también artística, consiguiendo que su pasión fluya de la forma más natural, brincando de un tema a otro con sentido y coherencia, permitiéndonos estar siempre dentro de su relato, de la apuesta que realiza —rutilante, grácil, inolvidable— por recuperar un acuerdo que nos incumbe a todos y pasa por ignorar la pregunta que el título plantea.
Imagen de cabecera, Biodiversity Heritage Library