Turquía, puerta de Asia para el mundo mediterráneo, es un país fascinante, complejo, lleno de contradicciones y facetas inesperadas. Altaïr Viatges ha preparado para esta Semana Santa un viaje muy especial al corazón de Capadocia, pero todo acercamiento a Turquía pasa por el Cuerno de Oro y Estambul, la gran metrópoli que posa un pie en cada continente. En este artículo, que recibió el Premio de Periodismo «Manuel Azaña» 2019 del Ayuntamiento de Alcalá de Henares, Rocío Periago nos descubre un rincón que ejemplifica los pliegues y recovecos de la historia de la ciudad, el país y las luchas de sus mujeres.
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Le llaman el Cuerno de Oro por su forma curva. Su nombre evoca una época lejana, de cruzadas y de imperios, con intrigas de sultanes y sus palacios llenos de esclavos y concubinas. Pero esta mañana, de camino al barrio de Fener, he contado tres puentes, seis perros callejeros y cientos de pescadores —todos hombres— afanados en sus aguas sucias y oscuras, lanzando las cañas mecánicamente, ocupando sus puestos desde primera hora hasta la puesta del sol.
Cerca de la orilla, los coches pasan veloces por la carretera, compartiendo carril con autobuses, camiones, motos y los pocos peatones que se atreven a caminar por las inexistentes aceras. Aquí se encuentra la Women’s Library and Research Centre, junto a una iglesia ortodoxa de fachada blanca y dorada. La casa de las mujeres turcas. El almacén que alberga las voces, logros e historias protagonizadas por mujeres durante el último siglo y medio aproximadamente en este país: desde los últimos años del sultanato hasta la actualidad.
La Women’s Library and Research Centre es la casa de las mujeres turcas. El almacén que alberga las voces, logros e historias protagonizadas por mujeres durante el último siglo y medio aproximadamente en este país
El lugar se encuentra a treinta minutos andando desde el puente de Gálata, donde las obras de un futuro paseo marítimo anuncian en unos años, si la bonanza económica de Turquía continúa, una nueva zona de recreo. Enfrente, las piedras milenarias de la muralla de Balat y Fener marcan el límite de lo que un día fue el barrio judío-ortodoxo de Estambul, y hoy comparten espacio comercios y cafés turísticos con antiguas sinagogas, mezquitas y viviendas humildes.
No muy lejos de allí, en la época del sultanato, existía una atracción especial sobre el harén, ese lugar donde convivían las mujeres del sultán y desde donde se tejían conspiraciones palaciegas. Aunque la realidad distaba mucho de esa imagen idealizada, la leyenda se acrecentaba porque eran muy pocas las personas autorizadas para entrar en él. Muchos años después, en 1990, el Centro de Información y Biblioteca de Mujeres se funda por Asli Davaz, Fusun Akatli, Fusun Ertug, Jale Baysal y Sirin Tekeli, cinco intelectuales muy vinculadas a los movimientos feministas y a los derechos de la mujer en Turquía. Mi intención es charlar con alguna de ellas, pero después de contactar e intercambiarnos varios emails, las excusas burocráticas y la mala suerte hacen imposible una entrevista y, alegando un mal inglés, me van dando largas todo el tiempo.
La Biblioteca de las mujeres se encuentra en un edificio de la época bizantina: paredes de piedra y dos alturas. Para llegar a la entrada principal, hay que bajar unas gradas escalonadas, como de un teatro griego. Un trozo de césped verde y unas plantas frondosas separan el pequeño jardín del exterior. Afuera, solo un cartel escrito en turco, inglés y francés informa que el Ayuntamiento está detrás de la iniciativa.
—¿Puedo pasar?
Mi pregunta se queda sin respuesta, aunque con gestos el vigilante de seguridad me invita a entrar.
Dentro encuentro una amplia colección de libros sobre temática de género y, sobre todo, libros escritos por mujeres, incluyendo traducciones al turco de los grandes clásicos del feminismo. Más de 10 000 obras publicadas desde 1869 hasta la actualidad cubren las estanterías y llenan el archivo de la Biblioteca, con documentos históricos y originales, a los que hay que añadir una colección de material audiovisual y un archivo de fotografías, postales antiguas, pósters, periódicos y carteles de cine, todos con la misma temática. Testimonios de un siglo de trabajo en la lucha por la igualdad en Turquía, que se inicia en la etapa otomana, pero que comienzan a consolidarse a raíz de las reformas que instauró Ataturk con la República laica a partir de 1923.
Sin embargo, lo que realmente le da el nombre al lugar es la sección de mujeres escritoras. Documentos y diarios privados de pertenecieron a importantes nombres del feminismo turco, como Hasene Ilgaz (1902-2000), ex parlamentaria y la primera mujer que donó sus papeles privados a la Biblioteca de Mujeres. O el archivo personal de Sureyya Agaoglu, la primera mujer abogada en Turquía. Tanto por su valor histórico como simbólico, estos documentos atraen a investigadores e interesados en su consulta. Hanife Karasu es una joven que está haciendo un estudio sobre la figura de esta jurista y se afana sobre unas pequeñas cuartillas color marrón escritas en árabe. Hanife viste un hiyab blanco y rosa, que destaca mucho más su cara redonda y de piel muy blanca. Su voz es dulce y suave, casi un susurro. Junto a las hojas sueltas, que trata con sumo cuidado, tiene la autobiografía de Agaoglu. «Es un lujo poder consultar estos manuscritos originales, intento traducirlos, pero me cuesta mucho ir entendiéndolos», me cuenta.
En la planta baja se encuentran el archivo y una pequeña sala. Hoy está Umay Gorem, una estudiante de ciencias políticas que hace un trabajo sobre el cine turco y que colabora como voluntaria. Delgada y muy sonriente, intenta explicar a qué se dedica: «Sobre todo hay pósters de mujeres, feminismo, historia política de Turquía… Mi trabajo consiste en limpiarlos y restaurarlos para luego ir creando un catálogo con todos ellos». Se sonroja justificando su mal inglés mientras abre uno de los cajones del planero y saca una lámina grande.
—Este es el que más me gusta, se llama Mi Tío —dice a la vez que extiende el cartel de una película turca de los años ochenta. En la imagen, en un segundo plano, el rostro de una mujer sobre una puesta de sol en el Bósforo.
En la planta superior está la sala de estudio y de consulta de material. Baldas llenas de libros y decoradas con los retratos de pioneras turcas en la lucha por los derechos de las mujeres. Voy leyendo los nombres mientras recorro las estanterías:
Yasar Nezihe (1882 – 1971)
Tezer Oslu (1943 – 1986)
Sevim Burak (1931 – 1983)
Y así cuento hasta 24.
Nombres y fechas que resumen la vida de mujeres que son clave para entender la compleja sociedad turca actual. Un país laico desde 1923, pero donde el islam político está muy presente (un ejemplo es el actual partido en el gobierno, el AKP, liderado por Recep Tayyip Erdogan). En Turquía, el voto femenino se instauró en 1934 (países como Suiza lo hicieron en 1990, Italia en 1946 o Francia en 1944) pero, a pesar de ello, sigue teniendo una situación de desigualdad por razón de género muy grande, sobre todo en las zonas más rurales. En el año 2017 se registró el asesinato de 409 mujeres. Los casos de violencia y abusos sexuales a menores en el mismo año sobrepasaron en centenar y el «asesinato de honor» se plantea como una realidad de la que no hay cifras oficiales pero que está latente en determinados ámbitos de la sociedad turca.
En la Biblioteca también hay varias vitrinas con revistas de la época otomana y otras escritas en armenio, probablemente anteriores al genocidio cometido por el gobierno de los Jóvenes Turcos en 1915. Al lado, una máquina de escribir y un teléfono antiguo. El mobiliario lo completan cuatro mesas de madera oscura, separadas por paneles y un ordenador con conexión a internet. El techo está abovedado y es de ladrillo rojo. En la parte alta de las paredes hay varios cuadros de una exposición de hace años y que aún sigue expuesta. Sin embargo, la verdadera joya de este lugar, que nos mira desde una esquina medio escondido, es el busto de bronce de Sureyya Agaoglu, la gran jurista turca.
Hay un silencio agradable. Se oye el rumor de los coches en la calle, y aunque no somos ni cinco personas, el espacio invita a hablar casi en susurros. Afuera suena el sonido repetitivo de una mezquita cercana llamando a la oración. Gisem Yildr trabaja aquí, ella es la encargada de digitalizar fotografías y postales antiguas y se pasa la mañana sentada en una esquina, junto al ordenador y el escáner, con una pila de postales amarillentas donde salen señoras muy elegantes.
Trrrrrrr. Trrrrrrr.
El ruido del escáner es lo único que rompe la monotonía. De vez en cuando alguna de las personas que están allí le piden alguna cosa y ella baja al archivo a buscársela. Así pasa su día.
La verdadera joya de este lugar, que nos mira desde una esquina medio escondido, es el busto de bronce de Sureyya Agaoglu, la gran jurista turca
A Elif Dama le queda un curso para terminar derecho. Veintipocos años, tiene el pelo rubio teñido, viste de modo completamente occidental y no para de hacer preguntas. Me habla de las veces que ha estado en España y de que cuando acabe la carrera no sabe muy bien qué hacer, dice que probablemente estudiar para el examen de abogacía. Estos días en las noticias se habla de un caso de violencia de género: Sila Gencoglu, una conocida cantante, ha sido agredida por su pareja, y Elif está al tanto del proceso. Suele venir con frecuencia a esta sala de estudio por su tranquilidad, pero también para inspirarse, porque le motiva estudiar rodeada de mujeres que son un referente para ella. «Gracias a Ataturk, las mujeres en Turquía estamos aquí. Los jóvenes parece que se han olvidado de eso», insiste.
En el exterior, la imagen del padre de los turcos ondea en banderas y telas colgadas de balcones y calles por todo Estambul. Estos días se celebran los ochenta años de su muerte y la ciudad entera lo recuerda. Ataturk no solo está presente en los carteles y banderas, sino que a las 9:05 de la mañana del día diez de noviembre, el momento justo de su fallecimiento —parece que a consecuencia de una cirrosis—, la ciudad se paraliza durante un minuto.
Tiendas restaurantes taxis peatones comercios funcionarios policías repartidores. Suena el lamento continuo de una sirena de fondo, como un llanto constante, y la vida se congela durante sesenta segundos. Después, cada persona seguirá su camino. A la sombra de las obras de una nueva mezquita y bajo vigilancia militar, la Plaza Taksim parece estar llena de estatuas humanas. (Dentro de la Biblioteca todo seguirá en silencio). Estambul enmudece recordando al hombre que en quince años cambió todo un Estado.