En 1922, las tropas griegas volvieron a casa derrotadas después de haber intentado conquistar esa parte de Turquía donde la lengua griega llevaba siglos hablándose. No solo perdieron. Los turcos, vencedores, expulsaron de sus casas o asesinaron a millares de griegos. Algunos de esos refugiados empezaron de nuevo cerca de Atenas. Y hasta allí se llevaron a su equipo.
Crisóstomo de Esmirna posa orgulloso en esa vieja foto de estudio. Con una mano sostiene un bastón; con la otra, sus hábitos monacales. Su imagen, medio santificada en blanco y negro, preside un bar lleno de chicos jóvenes. Un parroquiano del bar, con esos ojos vidriosos perdidos de quien bebe demasiado y espera poco de la vida, pasa por delante y se santigua, con esa elegancia tan propia de los ortodoxos. Mira de reojo la foto y se pierde en un rincón, mientras uno de los chicos, con una bufanda del Panionios atada al cuello, cuenta la historia de Crisóstomo. «Lo lincharon en la calle. Sin ningún tipo de respeto, como si fuera un animal. Centenares de cobardes contra un solo hombre, que sufrió martirio con dignidad. Este club está bañado en su sangre», explica Marios. Con una chapa del Che Guevara en la camiseta, Marios mira con respeto la vieja foto de ese sacerdote conservador linchado hacía un siglo en Esmirna, en la otra orilla del Egeo.
A Nea Smirni llegas sin percatarte, pues cruzas un paso de peatones saliendo de Atenas y, cuando has llegado al otro lado, ya has cambiado de ciudad. Y sales de Nea Smirna de la misma forma, llegando a ciudades como Kalithea. Entre Atenas y el mar se levanta una jungla urbana blanquecina, sin gusto ni armonía, como si los griegos hubieran aceptado que después de crear tanta belleza en la antigüedad, ya no tienen la responsabilidad de levantar urbes hermosas. Nea Smirni es fea. Aunque dentro de esos bares cerca del campo del Panionios, encuentras su alma. Sus raíces son alargadas. Tanto, que unen estos barrios griegos con una ciudad al otro lado del mar, en la costa turca.
Un parroquiano del bar, con esos ojos vidriosos perdidos de quien bebe demasiado y espera poco de la vida, pasa por delante y se santigua, con esa elegancia tan propia de los ortodoxos. Mira de reojo la foto y se pierde en un rincón, mientras uno de los chicos, con una bufanda del Panionios atada al cuello, cuenta la historia de Crisóstomo.
En 1919 acabó la Primera Guerra Mundial y se desplomaron grandes imperios. El primer ministro griego, Eleftherios Venizelos, había recibido la promesa británica de poder incorporar las poblaciones de la costa turca de Asia Menor, donde vivían millares de griegos, a cambio de dar su apoyo durante la guerra. Y como en 1919 no tenían claro si sus aliados mantendrían su promesa, atacaron para conquistar lo que consideraban suyo. Era la Megali Idea, la ‘Gran Idea’: reconquistar esos territorios históricos donde se había levantado el Imperio bizantino, con capital en Constantinopla, en manos turcas desde 1453. Pero la Gran Idea acabó convertida en la gran derrota. Los griegos invadieron una tierra donde caían los símbolos del difunto Imperio otomano, pero fueron expulsados por los soldados de un nuevo país, la Turquía moderna, liderada por Mustafa Kemal Atatürk. La guerra significó la muerte de millares de personas y acabó con culturas centenarias, pues en 1923, los dos Estados pactaron un intercambio de poblaciones. Medio millón de turcos abandonaron Grecia, y casi dos millones de griegos abandonaron las casas donde habían vivido durante siglos.
La llegada de estos refugiados provocó una crisis humanitaria en Atenas. La ciudad no estaba preparada. No tenía espacio físico. Muchos griegos que habían defendido la unión con sus hermanos al otro lado del mar, los de Estambul o Esmirna, ahora no los querían en sus barrios luchando por el mismo pan. La solución fue construir nuevos barrios y ciudades. Nea Smirni se empezó a construir sin demasiado orden entre Atenas y el Pireo en 1926, cuando esta zona era reino de pastores y cabras.
La gente que perdió una casa en Esmirna la encontró en Nea Smirni, como si el nombre mitigara el dolor de haber perdido hermosas viviendas centenarias para acabar en fríos pisos de cemento. En 1930, en esta zona ya vivían unas seis mil personas, y, en los años cuarenta, más de quince mil. Con el tiempo, la ciudad pasó a ser un barrio de Atenas, aunque después se convirtió en un municipio dentro de la región de Atenas. En la actualidad, unas setenta y cinco mil personas viven en Nea Smirni, y muchas de ellas tienen sus raíces en la vieja Esmirna. Y la mayoría, cómo no, es hincha del Panionios. Los refugiados que escaparon de los turcos se llevaron con ellos llaves de casas a las que no volverían, canciones, tradiciones y sus clubes de fútbol.
El Panionios había sido fundado en Esmirna, una ciudad a la que habían llegado los griegos muchos siglos antes de Cristo, en esa época en que los navegantes avanzaban en sus barcos acompañados de dioses y leyendas. El club nació en 1890 con el nombre de Orfeón Musical y de Deportes. Era una asociación cultural nacionalista griega con secciones deportivas. En 1898, la entidad fue bautizada con otro nombre: Panionios. Era una declaración de intenciones: pan significa ‘todo’, mientras que ionios se refiere al mar Jónico que separa Grecia de Esmirna. El nombre era una forma de decir que todo el mar Jónico, o sea, las dos costas, formaban parte de la misma idea: Grecia. El obispo metropolitano Crisóstomo de Esmirna, un sacerdote que reclamaba en sus discursos que la ciudad era griega y se debía expulsar a los turcos, fue nombrado presidente honorario. Y uno de los primeros escudos de la entidad fue la Victoria de Samotracia, la preciosa escultura encontrada pocos años antes en la isla homónima y que representaba a Niké, la diosa griega de la victoria.
En 1930, en Nea Smirni ya vivían unas seis mil personas, y, en los años cuarenta, más de quince mil. Con el tiempo, la ciudad pasó a ser un barrio de Atenas, aunque después se convirtió en un municipio dentro de la región de Atenas. En la actualidad, unas setenta y cinco mil personas viven en Nea Smirni, y muchas de ellas tienen sus raíces en la vieja Esmirna. Y la mayoría, cómo no, es hincha del Panionios.
Como los griegos son especialistas en discutir, algunos de los fundadores de la asociación se escindieron, creando otra entidad, el Apollon, llamada así en honor al dios griego Apolo. Entre las dos entidades nació una fuerte rivalidad, especialmente en concursos atléticos. Los griegos, después de años sometidos por los turcos, reivindicaban su identidad, y el deporte fue una de sus banderas, ya que los conectaba con la vieja Grecia clásica y sus Juegos Olímpicos. Inicialmente, el Panionios y el Apollon destacaron en atletismo, y sus deportistas llegaron a participar en los primeros Juegos modernos en 1896, bajo bandera griega, pese a que eran ciudadanos otomanos. Con el siglo xx llegó el fútbol. Esmirna era una urbe multicultural, un puerto comercial con italianos, ingleses, franceses, judíos y muchos griegos. Pese a ser una ciudad turca, los turcos, mayoría tierra adentro, eran minoría en la ciudad. Fueron los ingleses los que trajeron el primer balón de fútbol. Y, rápidamente, los griegos se apuntaron.
Los socios del Panionios y el Apollon, enfrentados en el deporte, lucharon unidos cuando empezó la guerra, tras la que soñaban con pasar a formar parte del Estado griego. Aunque los sueños, en ocasiones, se convierten en tragedias. Cuando las tropas turcas entraron en la ciudad en 1922, los barrios griegos y armenios ardieron. El obispo Crisóstomo, pese a la presencia de tropas francesas que debían evitar atrocidades, fue sacado a la calle por una turba que lo torturó hasta la muerte. Mientras los buques se alejaban de la costa en un viaje sin retorno para millares de griegos, empezaron a llegar hasta la ciudad turcos de otras zonas para ocupar las casas que quedaban vacías. Esmirna dejó de ser Esmirna y se convirtió en Izmir, su nombre turco. El griego dejó de escucharse después de siglos en la zona.
El Panionios siguió vivo al otro lado de ese mar que llevan en su nombre, en su escudo. Cambiaron de costa. La tradición polideportiva del club provocó que, en muchas cosas, el Panionios fuera un club más moderno que aquellos ya existentes en Grecia. Las primeras secciones de atletismo femenino y baloncesto fueron cosa del Panionios, por ejemplo. El Panionios se convirtió en una de las asociaciones más activas en Nea Smirni, pues era una forma de mantener vivo el recuerdo del hogar perdido. Además, permitía defender el orgullo de los refugiados, en ocasiones marginados por sus nuevos vecinos. El Panionios llegó a ser subcampeón de liga en 1951 y en 1971, ganó la Copa de Grecia en 1979 y en 1998, y no dejó de mantener una fuerte rivalidad con el Apollon, pues los dos clubes se trasladaron a Atenas, aunque el Apollon acabó en unos terrenos al norte de la capital, cerca de otro barrio creado para los refugiados de Esmirna, Nea Ionia. Pese a compartir un destino trágico, la rivalidad se mantiene. Los griegos son gente de tradiciones.
En 1898, la entidad fue bautizada con otro nombre: Panionios. Era una declaración de intenciones: pan significa ‘todo’, mientras que ionios se refiere al mar Jónico que separa Grecia de Esmirna. El nombre era una forma de decir que todo el mar Jónico, o sea, las dos costas, formaban parte de la misma idea: Grecia.
El pasado trágico del club sigue explicando el día a día del Panionios. Sus grupos más radicales, como los Panthers, han organizado campañas para encontrar comida y casa para refugiados de Siria. «Nosotros somos descendientes de refugiados. Esta gente siguió la misma ruta que nuestros bisabuelos, ¿cómo podemos dejarlos solos?», decía Marios, mientras admite que el Panionios no suele llenar su estadio. «El fútbol griego está podrido por la corrupción, la gente no disfruta. Sin embargo, todos los que tenemos el corazón en Esmirna seguimos al Panionios, aunque sea desde la distancia. ¿Sabes que una vez volvimos?», añadió. Sí, en 1971 el destino quiso que el Panionios jugara por primera vez en más de cincuenta años en su viejo estadio. Ese año, el Panionios ganó una competición ya desaparecida, la Copa de los Balcanes. Y el destino quiso que se enfrentara al Altay, un club turco de Izmir. O sea, de Esmirna. Concretamente, el club que se quedó el estadio del Panionios en 1922. Al igual que muchos ciudadanos entraron en casas vacías y las hicieron suyas, también el Altay se quedó unas instalaciones que habían sido construidas por sus vecinos griegos. El Panionios perdió ese partido por 2-1 en un estadio engalanado con centenares de banderas turcas, aunque ganó la vuelta y acabaría proclamándose campeón del torneo.
El Panionios casi desapareció hace una década, cuando la municipalidad de Nea Smirni se hizo cargo del club para evitar males mayores. La entidad había quedado arruinada por culpa de la mala gestión del empresario Achilles Beos. Nacido en Volos, una ciudad que pasó de ser un pueblo a una urbe de millares de habitantes, puesto que allí encontraron casa muchos griegos de ciudades como Esmirna, Beos llegó a Nea Smirni de joven para vivir con sus tíos. Pero en cuanto pudo, se largó y terminó trabajando de guardia de seguridad en discotecas de Estados Unidos. Cuando regresó a Grecia, con su dinero ahorrado, se convirtió en representante de cantantes. En 1998 adquirió la mayor parte de las acciones del Panionios, y nombró presidente a uno de sus cantantes, el popular Lefteris Pantazis, que compuso un nuevo himno pegadizo para la entidad. El club llegó a jugar la UEFA, aunque Beos gastó más dinero del que tenía y casi acaba con el club tan amado por sus familiares. «Los estatutos del club exigen que el diez por ciento de las acciones las controlemos los socios, aunque por aquí han pasado todo tipo de empresarios. Es cíclico, cada década sufrimos bancarrotas y renacemos. Pero se nos da bien renacer», dice Marios saliendo del bar situado en la plaza central de Nea Smirni, camino del estadio. Es día de partido. En el campo aún suena música de Pantazis, aunque hace años que se largó.
El Panionios llegó a ser subcampeón de liga en 1951 y en 1971, ganó la Copa de Grecia en 1979 y en 1998, y no dejó de mantener una fuerte rivalidad con el Apollon, pues los dos clubes se trasladaron a Atenas, aunque el Apollon acabó en unos terrenos al norte de la capital, cerca de otro barrio creado para los refugiados de Esmirna, Nea Ionia. Pese a compartir un destino trágico, la rivalidad se mantiene. Los griegos son gente de tradiciones.
Incapaces de olvidar, los socios del Panionios aún tienen en sus bares fotos en blanco y negro del estadio tal como lo dejaron en 1922. Sin embargo, ese estadio ya no existe, pues fue demolido en 2016. «Se hicieron campañas para salvar el estadio, pero estábamos más interesados nosotros que los turcos en defender el campo», se quejan los hinchas del Panionios como Marios. El estadio lo había impulsado el obispo Crisóstomo en 1912, cuando el Panionios se había quedado sin instalaciones, porque antes alquilaban una propiedad de una empresa francesa. Crisóstomo encontró el dinero y construyó el estadio en el barrio de Punta, el más multicultural de esa Esmirna plural que ya no existe. Un estadio que fue el orgullo del club hasta que pasó a manos del Altay, equipo fundado por jóvenes turcos en 1910 para plantar cara a las asociaciones deportivas griegas. El Altay abandonó el viejo estadio en los años noventa, y este acabó derribado en 2016. Ese día, en Nea Smirna, algunos ancianos lloraron. Y también jóvenes que ni siquiera han puesto los pies en Esmirna.
Pieza publicada en el marco del ciclo ‘Mundo Esférico’
Fragmento del libro El historiador en el estadio. Un ensayo sobre la geopolítica del fútbol (Editorial Principal de los Libros )