Hay un lugar en el mundo donde las mujeres heredan la tierra. Un lugar en el que la casa y los bienes de la familia pasan de madres a hijas y donde el linaje lo transmiten las mujeres. Un lugar donde el consenso es la base de la sociedad y la naturaleza una maestra que guía. En Sumatra, al oeste de la isla, viven los minangkabau, una comunidad musulmana de más de cuatro millones de personas cuyas tradiciones ancestrales —denominadas Adat— sitúan a la madre en el centro de la sociedad.
«Como es habitual entre los minangkabau, viviremos en la casa de mi familia, en una estancia que han preparado para nosotros. Mi marido se integrará en la familia donde aportará trabajo e ingresos. Para mí el amor es aceptar al otro».
Todo empezó en las laderas del volcán Merapi. Hace más de 2.500 años, cuando llegaron a Sumatra pueblos austronesios. Su cultura se forjó en antiguos reinos animistas. Bundo Kanduang es la madre mítica del pueblo minangkabau fue una mujer sabia que armonizó los recursos, la convivencia y transmitió la filosofía del Adat.
El Adat relaciona la esencia de la vida con la fecundidad de la mujer y la fertilidad de los campos. También enseña que se debe aprender de la naturaleza y de su crecimiento: «la planta de arroz, cuando es joven se desarrolla orgullosa y erguida, y cuando madura, el peso de los granos la hacen curvarse».
Los minagkabau son una sociedad llena de espiritualidad y de amor forjado en el acuerdo mutuo para el bien de la comunidad. Cooperan repartiéndose el poder, la autoridad y las diferentes funciones sociales, generando así una forma más igualitaria de organizar la vida.
Entre los minangkabau se reconocen dos tipos de herencia: la casa y las tierras de los antepasados llamada herencia alta o «pusaka», que sólo reciben las mujeres y que nos transmite el Adat, y la herencia baja que es la ganancia que se forja en la familia y que también pasa a los hijos, en una proporción de dos tercios para el hombre y una tercera parte para la mujer. Esta forma de herencia para las mujeres no representa poder para ellas sino una forma de honrar a los antepasados. El poder, me explican, es llegar a pactos con los hombres en las decisiones de la vida. La profunda filosofía de esta sociedad se basa en la importancia del «ser» más que en el «tener».
Bundo Kanduang
Desde hace más de 35 años, una vez al mes, Anisah Ardah, de 78 años, es Bundo Kanduang del Nagari, un barrio de Bukittinggi. Serlo implica ser la mujer que organiza reuniones con las otras mujeres de la aldea para tratar los problemas de la comunidad y de ocuparse de difundir las enseñanzas ancestrales. También recibe el nombre de Bundo Kanduang cada madre en su hogar. Anisah Ardah reúne a las mujeres para hablar de los problemas que afectan a las familias de la comunidad. Se ocupa del bienestar de las familias. Anisah actúa como madre y consejera. La figura de Bundo Kanduang sitúa a las mujeres mayores en el centro social, emocional, político y económico de la vida diaria.
Durante estas reuniones se organizan las fiestas y celebraciones, como las bodas, los bautizos, o las ceremonias de la muerte. También se resuelven las riñas familiares. Por ejemplo, me explica Anisah, si hay una mujer que tiene dificultades va a hablar en privado con ella. Entonces Anisah, sin dar el nombre de la mujer, expone el caso de una manera general a las otras mujeres y todas opinan y dan una visión poliédrica del problema, una visión formada por el pensamiento de muchas y así, ella, podrá resolver con mayor distancia y serenidad la cuestión.
En estas convocatorias se elabora el «inti» que es una bola de harina de gluten rellena de coco y azúcar símbolo del acuerdo.
La ciudad de Bukittinggi. Con más de 117.000 habitantes, está situada sobre la cordillera de Bukitbarisan a una altura de 930 m sobre el nivel del mar, y goza de un clima seco y agradable. Bukittinggi es una ciudad-mercado, y un punto de encuentro tradicional para el comercio de la región. También la cuna de estas comunidades Minangkabau distribuidas en las laderas del monte Merapi.
Febrianti nos quiere invitar a comer con su clan la comida tradicional randang, hecha con carne de búfalo, y con ellos degustaremos también el té de mantequilla, tan peculiar y propio de la región. La familia de Febrianti es encantadora y muy curiosa de nuestras costumbres.
En las Escuelas Coránicas de las aldeas ellos aprenden el Islam después de clase. Los minangkabau son musulmanes y en la población se sincretizan las costumbres del Adat (matriarcales), con las del islam.
El islam llega a Sumatra en el siglo XIII, proveniente de la península arábiga, a través de mercaderes musulmanes que monopolizaban el comercio de las especies, y se instaló en la isla hasta convertirse en la religión dominante a finales del XVI.
Durante mucho tiempo el Adat y el islam convivieron. Pero, en 1835 el poder político musulmán quiso acabar con aquellas «tradiciones paganas» y abolir la descendencia matrilineal. El resultado fue una guerra civil que —con la ayuda decisiva de los colonizadores holandeses— acabó con el poder de los sultanes. Se asentó la ascendencia por línea materna, centro de la sociedad minangkabau, como eje común y sagrado también de la sociedad islámica. Reza el Corán: «el cielo está bajo el pie de la madre».
Febrianti es enfermera y comadrona en una pequeña clínica de Patangahan Pakan Kamis. A ella le gusta asistir a las mujeres cuando dan a luz. Su madre le enseñó a ayudar a los demás y la hace feliz ver nacer a un bebé.
«En casa la economía la lleva Febrianti», explica su marido Wan. «Las decisiones las tomamos entre los dos, primero con el corazón y después con la razón». Los Minangkabau tienen un proverbio: «cruzando la leña en el hogar el fuego arde mejor», de nuevo el consenso como pilar del buen funcionamiento de la familia y la comunidad.
Los minangkabau se educan con un lenguaje delicado y sutil que les haga comprender los errores cometidos. Se les educa en la amistad y en la colaboración y en la necesidad de procurar el bien del grupo. Entre los minangkabau el cariño hacia ellos se vive de una forma natural, desde el constante diálogo, nunca con el castigo o la imposición. Un enfado no puede durar más de tres días.
Si estás interesado en conocer la sociedad Minangkabau del oeste de Sumatra visita la web de Anna Boyé. Allí encontrarás información abundante para acercarte a la vida cotidiana y al fascinante universo de la cultura Minangkabau.