No basta con encender una vela (Rayuela, 2015) es el segundo volumen de crónicas infrarrealistas. Tras Demasiados lobos andan sueltos, este recopilatorio incluye la labor de trece periodistas mexicanos (Alejandra Guillén, Nel San Martín, Wilbert Torre o Alejandro Almazán entre otros) que buscan seguir abriendo una brecha en la áspera realidad mexicana a golpe de periodismo narrativo.


Un migrante,

un fantasma,

una mujer golpeada

toman en estos momentos

la curva de la muerte.

Lejos quedan las colinas de la canción Mixteca

o los pasadizos subterráneos de Mitla,

el laberinto de Yagul que se alza en los valles.

Ante los gritos de este dolor mexicano,

el murmullo de un cucuy

rompe una caverna escondida

entre montes llenos de nopales y hambre.

Escribir sobre todo esto

en el hotel de un pueblo de asesinos.

Escribir ahí,

sobre un pueblo de víctimas.

Escribir contra lo políticamente correcto

lo políticamente corrupto.

Escribir más que nunca y sin parar

porque el periodismo infrarrealista

está herido

tergiversado

confrontado

pero sigue de pie

y

a

b

a

j

o

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No es que haya barbarie en nuestra democracia: la barbarie es nuestra democracia

Francisco Goldman y el padre Solalinde

caminan por Oaxaca.

Hablan de la verdad

nos expanden la conciencia,

guían al periodismo infrarrealista.

John Gibler es un mexicano sensible

cuyo nombre rima con Guerrero.

Lo vemos subir a un autobús

con destino a Ayotzinapa,

pero en el camino

el autobús y John

desaparecen.

Ha muerto Carlos Montemayor.

Y también han tenido más hijos,

algunos de los cincuenta millones

de mexicanos pobres.

El hijo de un policía de Coahuila

adolorido,

envía un tuit —al vacío—

denunciando su extrema soledad.

La hoja en blanco de un reportero debe ser un arma, no sólo paño de lágrimas

Un fotoperiodista se queda petrificado en su casa

y no va al funeral de su colega asesinado.

Otro fotoperiodista deja su cámara en el piso

durante la conferencia de prensa

en la que un vocero oficial

—aunque haya sido periodista en su otra vida—

es una voz de ultratumba

que narra la verdad histórica.

Un torturador de Oaxaca,

no sabe qué hacer en la Guelaguetza.

Sólo mira la tarde desde el Fortín.

El anarquista del Distrito Federal

que incendia la puerta de Palacio Nacional,

sabe que no es telegénico

y que tiene la razón.

Una niña de Tenancingo,

escribe un poema

que aunque sea cliché,

nadie descifrará.

Hay más de cien mil mexicano ejecutados

en este primer cuarto de siglo.

A ellos ya los instalamos

en nuestra memoria e indignación.

¿Y quiénes y qué tipo de mexicanos

son los otros 100.000

que los ejecutaron,

los echaron al torton

los cocinaron,

los colgaron en el puente?

En la respuesta a esa pregunta

pende el secreto de gobernar.

No es que haya barbarie en nuestra democracia:

la barbarie es nuestra democracia.

Escribir es un autoatentado

o no escribir.

Hay que decirle la verdad al poder,

mirarle los ojos

arrancarle algo.

No tener ternura.

La hoja en blanco de un reportero, debe ser un arma

no sólo paño de lágrimas.

La crónica es subversiva

y lo subversivo no tiene nada que ver con lo bonito,

como no tiene nada que ver la lucha de clases

con la lucha libre.

Aunque es cierto que la crónica se ha puesto de moda.

Ahora hay veces en que es tan petulante

como el Cirque du Soleil.

Lo bueno es que la crónica sobrevivirá

a los cronistas,

a los detractores de la crónica

y a los talleres de crónica.

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Hay que decirle la verdad al poder, mirarle los ojos, arrancarle algo

El periodismo narrativo

no es el periodismo infrarrealista.

El periodismo infrarrealista

es la curva peligrosa

con la que empezó este manifiesto.

Es también un equívoco,

una mentada de madre,

un río turbio de Veracruz.

Los periodistas infrarrealistas

callan cuando entran a Mitla.

En ese silencio hay una poca,

muy escasa,

transparencia.

Ellos saben que el Estado fuerte Mexicano

es un mito genial

que abarca unas cuantas columnas políticas

y tres o cuatro noticieros de radio y televisión.

Los periodistas infrarrealistas son autónomos.

No juegan

el juego electoral.

Los partidos políticos son escuelas del engaño

y las elecciones son su distractor.

Si lo que se quiere en realidad

es cambiar algo.

No somos aritmética,

estamos vivos

y queremos morir tranquilos

y encendidos.

Los periodistas infrarrealistas

son perros callejeros

que atraviesan Masaryk.

Son senderos tristes

o trostkistas que nunca han leído a Trostky,

aunque saben que al proletariado

lo decapitaron unos zetas y unos marinos.

Los periodistas infrarrealistas

son máquinas retroexcavadoras

de mierda gubernamental.

El periodismo infrarrealista,

es un insecto fosforescente contra el holocausto.

Un canción de Arturo Meza en Acteal.

Un trasplante de hígado exitoso.

Un weimaraner que se asoma por la ventana.

Un camarón que sobrevive a un coctel Guiness.

Un sueño en la cárcel de Alberto Pathistán.

Un campesino insurrecto

es ejecutado extrajudicialmente

en una rotonda de azucenas

antes de la medianoche.

Y un pueblo es masacrado en el equinoccio

cuando sus manantiales brotan

y han llegado los explotadores del gas.

Todo esto se queda en la desmemoria.

La desmemoria: el enemigo real

del periodismo infrarrealista

de cualquier periodista cabal.

No basta con encender una vela por la paz.