Playa Burbuja Un viaje al reino de los señores del ladrillo es eso que tanta gente dice que escasea y es mentira: periodismo. Lo que pasa es que a veces no está en los medios sino en los libros. El que practican Ana Tudela y Antonio Delgado en este ejemplar autoeditado está hecho a partir de datos y de investigaciones, con esmero y sin prisa, e informa de las consecuencias de la fiebre constructora en la costa mediterránea en el siglo XX.

Tudela y Delgado forman Datadista, un proyecto informativo que huye del ruido y que nació con los Cuadernos de la Corrupción, donde se explicaban de forma sencilla las macrocausas judiciales españolas de los últimos tiempos. De ahí a Playa Burbuja, un libro que han hecho, dicen, también para demostrar que se puede practicar el periodismo lejos de la obsesión actual que tiene los medios por conseguir clics y más clics. Y lo han conseguido.

Lo logran escribiendo (y qué bien) pero también aportando viñetas, caricaturas, retratos, mapas, infografías… como si se hubieran propuesto hacer el periódico de sus sueños, uno que sirva para algo más que para envolver el bocadillo del día siguiente.

15.000 kilómetros recorridos

Playa Burbuja es un mapa de conexiones. Por ejemplo, la que hay entre los despachos de Madrid y Marbella o la que une pasado y presente para explicar que la tala indiscriminada de árboles hace cien años es hoy una de las causas de que a las casas de playa Babilonia, en Guardamar (Alicante), se las trague el agua.

En Playa Burbuja, Tudela y Delgado no hablan de guerras aunque a veces lo que describen parezcan paisajes tras una batalla: edificios caídos, derruidos o a medio hacer y vidas vueltas del revés por la avaricia de constructores y políticos. Para ver los lugares y conocer a los responsables y a sus víctimas, ambos se subieron a una Triumph sobre la que recorrieron 15.000 kilómetros de suelo ibérico en plena crisis económica.

«Hay gasolineras ilegales donde debieron ir colegios», dicen los autores nada más empezar el libro destacando el hecho de que la corrupción, el desastre urbanístico y la explotación turística sin límites tienen consecuencias que pagamos todos. Porque nadie construye escuelas si lo que ansía son turistas.

Un rosario de horrores o un listado de héroes

El caldo de cultivo que permite el panorama que se encuentran son dos leyes. Una es la Constitución de 1978, que en sus artículos 148 y 149 reconoce el poder de los ayuntamientos en materia urbanística. La otra es de hace veinte años y la firmó José María Aznar siendo presidente del Gobierno. Se trata de la Ley del Suelo de 1998, la que convirtió cualquier terreno en urbanizable.

Ese contexto legal dio la oportunidad, lo demás lo hizo la falta de escrúpulos: el desastre ecológico de la Bahía de Portmán, Marina d’Or o la construcción de El Algarrobico. Porque Marbella es, como dicen los autores, la zona cero pero no la única. Y en todas hay políticos que consienten, miran para otro lado o cambian la ley si les conviene. Por eso hay en este libro tránsfugas, indultos express, declaraciones altisonantes y mucha presencia del Supremo, tribunal encargado de juzgar a los aforados. Pero también aparecen los que se enfrentan, luchan y se arriesgan a vivir con miedo en sus propias localidades.

Por ellos Playa Burbuja, que es un rosario de horrores urbanísticos, también se puede abordar como un listado de héroes anónimos que plantan cara. Gente como Carmen Suárez, que se enfrentó al ayuntamiento marbellí cuando le construyeron un edifico tan pegado a su casa que la dejaron sin luz y sin vistas. Como una exiliada en su propia casa.

La desfachatez

Muy pocas veces un informador descubre algo realmente nuevo, por eso el valor de esta sucesión de reportajes que es Playa Burbuja es el modo en que sus autores indagan en las historias. Son tan conscientes de lo que cuesta su trabajo que no olvidan el que hicieron otros antes: los periodistas locales que sacrificaron empleos, y a veces parte de sus vidas o su salud, en denunciar los abusos de políticos, arquitectos o empresarios reconvertidos en lo que hiciera falta atraídos por la rentabilidad que prometían los visitantes y el cemento.

Pero en Playa Burbuja no hay maniqueísmo: «Los dueños de las tierras (…) andaban enredando con el valor del suelo, reteniéndolo aunque lo tuvieran muerto de risa, criando maleza. Se hacían querer, melindreaban y encarecían desde la raíz el producto final principal al que va destinado el proceso de urbanización: la construcción de viviendas».

De ese modo, Delgado y Tudela demuestran que apuntan a todos lados, pero disparan siempre hacia arriba: «El hormigón tarda en fraguar sesenta días y una sentencia judicial en España tarda diez años». Palabra de Jesús Gil, el mismo que se dejaba fotografiar camisa abierta y abanico en mano en la Audiencia Provincial de Málaga porque la desfachatez es el rasgo de estilo que parecen compartir quienes especulan con el ladrillo.

Un año después

También algo que se repite en todos los casos que desmenuza Playa Burbuja, desde la «sucesión de aberraciones» del Mar Menor al desastre de Palomares: el agua. Como bien indican los investigadores en el capítulo que dedican a los trasvases intentados, conseguidos o abortados en España, «detrás de todos los planes urbanísticos hay habitualmente un gran interés por el agua y los recursos naturales».

Los autores volvieron un año después a los mismos lugares, cuando la crisis empezaba a remitir en España. Y la conclusión a la que llegan cuando por fin aparcan la moto no es halagüeña: «Cambian los reinados pero detrás de ellos siempre se encuentra lo mismo en cuanto se rasca: un enriquecimiento rápido, una clara falta de previsión de cara al futuro y nula conciencia medioambiental». Y aseguran que en España no hay plan B.


En la imagen de cabecera, El Algarrobico, CC Juan Luis Sánchez