La sala ya está llena un rato antes de comenzar. Algunos se quedan de pie, otros se sientan en la escalera; aunque lejos de la primera fila, no quieren perder detalle de este recorrido por la literatura bosnia que estamos a punto de emprender de la mano de Patricia Pizarroso y Marc Casals.

Esto es Altaïr y, aunque sea a través de la escucha y sin movernos del sitio, esta tarde viajaremos en el espacio y en el tiempo. Iremos del Imperio otomano a Yugoslavia, pasando por la guerra de los años 90 y el exilio. 

¿Preparados?


Marc y Patricia han venido dispuestos a explicarnos la historia de Bosnia a través de sus escritores y de sus escritos; comienzan por la épica. Explican que, como todas las literaturas, la bosnia también nace con los poemas orales, que no sólo son la raíz de lo que vendrá después, si no que además son muy importantes para la identidad de los eslavos del sur. En concreto, destaca La esposa del agá Hasan que fue de las primeras obras literarias que trascendieron a Europa Occidental. Fue en el siglo XVIII, cuando un viajero italiano que recorría la zona encontró cualidades homéricas en esta obra y decidió traducirla al italiano e incluirla en su libro Viaje por Dalmacia. Y fue un éxito. Llamó tanto la atención y cobró tanta relevancia ¡que fue traducida al alemán por por Goethe, al ruso por Pushkin, y al inglés por Walter Scott! 

Imperio otomano

Estos poemas épicos fueron vitales a la hora de configurar tanto la estética como la lengua de la literatura de los eslavos del sur, y por tanto de Bosnia; y supusieron una gran influencia para escritores como Ivo Andrić y Meša Selimović que, aunque desarrollasen su obra durante el siglo XX, centraron sus historias, principalmente, en el Imperio otomano

En el caso de Ivo Andrić, premio Nobel y autor yugoslavo por excelencia, nos hablan de Un puente sobre el Drina que narra cuatro siglos de la historia del país, La señorita, que incluye el establecimiento del reino de Yugoslavia, Crónica de Travnik, sobre la presencia de la Francia napoleónica y los Habsburgo, y El elefante del visir, que se sitúa en el imperio otomano alrededor de 1820. En estas novelas habla sobre relaciones de poder, sobre la visión del pueblo y las diferentes culturas.

 

 

 

 

 

 

 

Nadie quiere perder detalle sobre este recorrido por la literatura bosnia

 

Respecto a Meša Selimović, Marc y Patricia destacan La fortaleza y El derviche y la muerte. Ambas obras, describen, son nihilistas y oscuras pero, no obstante, sus personajes siempre pueden salvarse o redimirse a través del amor. En estas tramas bosnio-otomanas está muy presente el Islam y lo oriental: abre con versículos del Corán, citas de Avicena, y aparecen turquismos, arabismos y persismos.

Añaden, que esta ambientación otomana cumple diferentes funciones. En primer lugar, permite interrogar a los autores sobre la historia de Bosnia, permite dar a sus narraciones un aire universal, pero, sobre todo, en el caso de Selimović, cumple una tercera función que es hablar del tiempo presente desplazando la acción al pasado para evitar los riesgos de retratar directamente al poder. 

Dos Yugoslavias

Si seguimos avanzando en el tiempo, llegamos a la represión y a los excesos revolucionarios de los primeros tiempos de la instauración de la Yugoslavia socialista. Es en este momento, cuando se desarrollan novelas como La ciudad en el espejo de Mirko Kovač. Considerado uno de los maestros de la autoficción, en sus novelas Kovač retrata, las mezquindades y el resentimiento social canalizados en nombre de los grandes ideales del gobierno —el proletariado, la igualdad social, etc— y donde se ocultan, en realidad, las viejas pasiones humanas.

Otro tema habitual en sus novelas son los ascensos al poder y las caídas súbitas: como en la Segunda Guerra Mundial y años posteriores en Yugoslavia iban pasando ejércitos y tomaban el pueblo, entonces, ríe Marc, «de repente quien era cercano a ese ejército, fuese quien fuese, incluso el borracho del pueblo, era aupado alcalde. Y con la misma velocidad con la que llegaba al poder caía y era fusilado». Kovač trata de forma recurrente este tema, explican, porque está muy ligado al contexto en el que creció.

«Los chicos eran guapos, las chicas también, los deportistas ganaban, las bandas tocaban buenas canciones, las calles parecían mullidas como una alfombra persa y los Juegos Olímpicos nos hacían sentir el centro del mundo»

Recuerdan que, después, como no podía ser de otro modo, todo quedó eclipsado por la guerra, pero que esos tiempos de la Yugoslavia Socialista fueron muy buenos, sobre todo para Bosnia, tanto a nivel económico —con un notable proceso de industralización— como a nivel cultural. Porque a partir de los 70 empezó a desarrollarse una especie de cultura propia, donde Bosnia no era un mero apéndice, sino todo un universo.

Cuenta Marc que la Yugoslavia socialista fue la edad de oro cultural de los eslavos del sur y, que si uno mira atrás encuentra grandes obras en literatura, cine y música. Patricia pone ahora el foco en El libro de mis vidas de Aleksandar Hemon. El autor habla de la Sarajevo de los 80, y de cómo crece con su pandilla, va por los clubes alternativos, ve películas influenciadas por Godard, monta conciertos con composiciones de John Cage, colabora en revistas de la juventud y en la contracultura impulsada por el sistema.

Hemon, puntualizan, presenta esta época con mucha nostalgia, y leen un fragmento de El hombre de ninguna parte: «Los chicos eran guapos, las chicas también, los deportistas ganaban, las bandas tocaban buenas canciones, las calles parecían mullidas como una alfombra persa y los Juegos Olímpicos nos hacían sentir el centro del mundo».

Guerra de los años 90

Para ponernos en contexto, Patricia recuerda que la guerra de Bosnia Herzegovina estalló la primavera de 1992, cuando esta proclamó su independencia de Yugoslavia. En el conflicto participaron tres bandos diferenciados: el ejército de Bosnia Herzegovina, de mayoría bosniaca, es decir bosnios de tradición musulmana; el consejo de defensa croata, de mayoría croata, y el ejército de la república Serbia de mayoría serbia. Al cabo de 3 años de enfrentamientos, la guerra se selló con la firma de los acuerdos de Dayton en 1995. Aunque, quizá, lo que mas se recuerde sea el sitio de Sarajevo o la destrucción del puente de Mostar, lo cierto es que el conflicto asedió todo el país.

  

 

 

La guerra fue un hecho histórico que marcó la producción literaria de los autores de por vida: hablaron de la guerra mientras se producía pero ya nunca pudieron dejar de hablar de ella. Algunos de los ejemplos son Sara y Serafina de Dzevad Karahasan. Karahasan solía tratar una temática más oriental y, a raíz de la guerra cambia y ya, en Sara y Serafina, habla del cerco de Sarajevo desde una perspectiva diferente y reflexiona sobre los efectos de la guerra y sobre el conflicto moral de quedarse o marcharse. También, en la misma línea, el autor Velibor Čolić relata en Los bosnios su experiencia en la guerra y Miljenko Jergovic, en El jardinero de Sarajevo, hace una recopilación de cuentos sobre la guerra a través de los que explica, entre otras cosas, el origen multi-étnico del país. En Plegaria en el asedio, Damir Ovćina cuenta la historia de un joven bosniaco que sale de su barrio pensando que volverá y queda atrapado, pues la zona en la que se encuentra es ocupada por las fuerzas serbo-bosnias. Durante este tiempo, se ve obligado a trabajar en un pelotón encargado de enterrar a los muertos. En definitiva, aunque amplias y variadas, hablamos de narraciones duras marcadas por su contexto. 

Marc y Patricia también recuerdan que, aunque todos los medios se concentraron en Sarajevo, la guerra también tenía lugar en las periferias. En Postales desde la tumba, Emir Suljagic retrata la masacre de Srebenica, de la que él fue superviviente. Y para entender el dolor que esto le generaba, nos leen un fragmento que es de Suljagic y, a la vez, de tantos otros: «He sobrevivido. Me podría haber llamado de cualquier forma, Muhamed, Ibrahim, Isaak, no es importante. He sobrevivido y otros no. He sobrevivido de la misma forma que otros murieron». 

Exilio y posguerra

Por supuesto, una de las consecuencias de la guerra fue el exilio. «En esos años se produjo un éxodo en el que hubo 2,2 millones de desplazados y 1,2 millones de exiliados», explica Patricia. Entre los exiliados hubo muchos escritores, unos consolidados y otros con una carrera por comenzar. Karahasan continuó escribiendo en bosnio mientras que Čolić se exilió a Francia y lanzó Manual del exilio, donde reflexiona sobre el exilio, el uso de la lengua, el desamparo y la soledad. Ismet Prcić se exilió en Estados Unidos y escribió Esquirlas en inglés y Saša Stanišić a Alemania y publicó su obra en alemán. Nos cuentan una curiosidad sobre su último libro, Los orígenes: en castellano y catalán ha sido traducido en plural —orígenes— mientras que en los Balcanes se ha traducido en singular: origen.

Todos estos escritores, a raíz de la guerra, se encuentran divididos entre lenguas, mundos e identidades, siguen. Vemos en ellos una escisión. Pero no solo están los que se marcharon, si no también los que se quedaron. Uno de los más prestigiosos es Faruk Šehić y su obra Bajo presión, en la que retrata la vida en la guerra del soldado sin concesiones. Es directo y crudo y a la vez poético y con un gran sentido rítmico, cuentan. 

Para cerrar, nos comparten algunas obras de la literatura de la posguerra entre las que destacan Cirkus Columbia de Ivica Đikić, Siete miedos Selvedin Avdić, La repetición Ivica Djikić y Atrapa a la liebre de Lana Bastašić. Y nos recuerdan que «las guerras reestructuraron las fronteras pero también las identidades culturales nacionales y religiosas. Con la desaparición de Yugoslavia, hay una desaparición del espacio lingüístico», zanjan. Y esto marca. 

Con este recorrido, Marc y Patricia terminan y en la sala se respira dolor, pero sobre todo, muchas ganas de leer, porque la memoria salva y cura.


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La piedra permanece
(Libros del K.O.) de
Marc Casals

Podéis leer un fragmento del libro AQUÍ