El campo puede ser monótono. Recoger 40 toneladas de espárragos en tres meses, en jornadas de 12 horas, desde la tarde a la noche, sin apenas descansar. Agacharse cada cuatro segundos, condenar la espalda al dolor, sudar a mares justo antes de verano, helarse en marzo. Recorrer la carretera de Jaén a Navarra cada febrero desde hace más de dos décadas, para volver a este trabajo; otra vez a este trabajo. Regresar a casa a esperar que llegue la temporada de la uva en la meseta. El campo puede ser monótono, lo monótono puede acelerar la llegada de la morgue.
Así es la vida de los esparragueros. Y, sin embargo, cuando a las cinco y media de la tarde de un jueves de junio, la familia de Apolonia se prepara para ir al campo, la calle de enfrente de su casa, Casa Canuto, parece una fiesta. Nada hace suponer que, durante las próximas diez horas, estos hombre y mujeres se entregarán a ese trabajo que desloma a cualquiera. «Tenemos que ir asín» responde Juan, de 25 años e hijo mayor de Apolonia,...


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