Las luces de las linternas enfocan las paredes de roca filosa y húmeda. Los cascos chocan frecuentemente con alguna saliente. Idaly nos guía por el estrecho agujero alejándonos del corte, resopla, pero camina segura. El sonido de los pasos y las voces desaparecen por otros agujeros y por las grietas que cruzamos cada tanto sobre tablas inestables que hacen de puente.

―También me he quedado a oscuras en la mina― dice Idaly tranquilamente alumbrándonos con esa luz pálida que lleva pegada al casco, su silueta se detiene bajo un cuartón incrustado en la montaña para evitar que se desmorone. ― Un día se me apagó la linterna. Estaba en una sobre guía en un trabajo alto, me tocó salir tocando las paredes y saltar a un vacío, yo decía: «ya voy a llegar al vacío, dios mío ilumíname». Al momentico llegó un amigo con una linterna y me ayudó a bajar.

Aquí, en la incierta entraña de la montaña, Idaly perdió a algunos de sus amigos. Hace unos años se encontraba picando cuando sintió un estruendo en uno de los ramales que conectaba al socavón, aterrada corrió hasta el sitio y encontró, cuenta, una pierna en un lado, una mano en el otro y un montón de piedra y sangre. Tres amigos suyos estaban bajo los escombros que había dejado la explosión de dinamita: uno quedó cojo, el otro ciego y el tercero murió en el lugar. La piedra con pedazos de carne la recogieron y la molieron para sacarle el oro.

―Ese oro estaba lleno de sangre― termina Idaly.

Avanzamos y la boca del socavón asoma como un tragaluz que aclara el camino; enseguida una brisa caliente ingresa apartando el aire espeso. Afuera, el calor es demasiado fuerte y nos obliga a buscar la sombra bajo un techado de zinc, al lado de una mezcla de arena, tierra y rocas que chorrea por la pendiente hasta el pueblo. Un hombre joven sin camisa empuja por rieles vagones de hierro; mientras decenas de canecas metálicas zumban sobre nuestras cabezas deslizándose por una maraña de cables que conecta minas y molinos.

Marmato es un pueblo del departamento de Caldas recostado en la cordillera occidental de los Andes colombianos. Un pueblo colonial construido en 1536 que ya no se parece al pueblo de casas señoriales y calles empedradas del que hablan los abuelos, el «pesebre de oro de Colombia» lo llamaban. Hoy, de la calle principal se empinan dos caminos empedrados que ascienden en zigzag hasta la parte alta de la montaña. Decenas de casas levantadas al lado y encima de cuatrocientos socavones de los cuales, cada tanto, asoman hombres y mujeres cargando costales llenos de piedra que lanzan por la pendiente. Marmato es una montaña de balastro a la que ingresan diariamente más de cuatro mil personas nacidas en diecisiete regiones del país.

―Aquí yo a lo menos ahora no salgo, por dónde va a caminar uno si todo está destruido.

Dice Custodia Ortiz sentada en la sala de su casa: una construcción antigua de madera, bahareque y piedra muy bien conservada. Custodia tiene setenta y tantos, la voz dolida, una hija de cuarenta y dos años, quince libros escritos y una pensión del magisterio. Es la matrona de la familia Ortiz: descendientes de esclavos africanos traídos por los españoles para explotar las minas de oro de Marmato. Custodia con frecuencia sonríe y recita poemas; luego, inclina la cabeza en señal de desaprobación cuando le pregunto por la vida en el pueblo.

―Esto acá era muy lindo, muy bonito. Y yo no sé, se acabó el pueblo.

Hasta hace unos años Marmato era un pueblo como muchos: con notaría, registraduría, juzgado, plaza de mercado, edificio de rentas, banco, hospital, estación de policía, cafeterías que ocupaban las edificaciones antiguas levantadas en la parte alta del cerro. Dice Custodia que antes del desorden, los días de mercado llegaba gente de los pueblos vecinos a vender todo tipo de productos en la plaza. Que las familias salían a pasear por las calles empedradas, compraban lo que necesitaban y luego se sentaban sin afán a tomarse un café. Que la vida en Marmato era más tranquila, todos se conocían, ahora hay una cantidad de gente que no se sabe quién es.

―El desorden empezó con el código de minas de 2001, ese código fue un maleficio porque no fue hecho para la minería colombiana sino para la minería extranjera. El código separó la minería legal de la ilegal; legal la que tiene título, la de las multinacionales; ilegal la que no lo tiene, la de los mineros tradicionales, la ley los volvió ilegales―. Explica Eulises Lemus sentado al lado de Custodia.

Eulises, marmateño experto y defensor de la minería tradicional, al igual que Custodia extraña el pueblo tranquilo y seguro, la época de las llamadas Minas Nacionales de Marmato. El Estado tenía el monopolio de la minería y tan solo había cuatro molinos o entables para beneficiar lo que se sacaba de la montaña, ahora hay más de cien. La dinamita la vendía el Estado, los molinos los administraba el Estado, el oro lo compraba el Estado.

Cuentan los marmateños que en esos días, con tan pocas plantas de beneficio, el turno para moler lo daban en orden alfabético, al minero le tocaba acumular el mineral hasta un año; entonces, como podía, le pagaba a dos o tres trabajadores que le ayudaban a sacar el mineral del socavón. El mercado, la ropa, las herramientas se las fiaban los amigos del pueblo. Cuando el minero lograba moler, lo poco o mucho que le quedaba lo utilizaba para pagar las deudas y sobrevivir un tiempo. Y después, volver a la mina.

En Marmato como en todos los pueblos mineros abundan las historias de ricos que murieron pobres. Como el médico que después de esperar casi un año su turno en el molino sacó setenta y dos libras de oro. El hombre, amante del juego y el aguardiente, un día instaló un aro de baloncesto en la parte trasera de su casa y le regalaba dinero a cualquier joven que se atreviera a lanzar la pelota y lograra encestar, menos mal era el único médico del pueblo, eso impidió que muriera en la calle.

―Los mineros nunca tuvieron visión de futuro para manejar el dinero, ellos dicen: «mañana voy al cerro y saco más». Y sí, ellos al otro día van y sacan más, la montaña da para todo ―. Dice Eulises.

Hay quienes sostienen que fue en el año 2004, tras la liquidación de MINERCOL (Entidad estatal encargada de administrar las minas de Marmato) que el desorden aumentó. El Estado dejó en manos de capital privado todo el proceso de explotación y beneficio del recurso minero. El proyecto iniciado en los años 90 para enflaquecer la institucionalidad se concreta en el año 2005 cuando la multinacional Colombia Goldfields llega a Marmato y empieza a comprar el cerro. Los mineros acostumbrados a trabajar con las uñas empezaron a ver maletas llenas de plata en efectivo, desde veinte hasta cuatrocientos millones de pesos pagaron por minas y molinos.

Afirman los marmateños que luego de la llegada de la multinacional aumentaron las historias de ricos que terminaron pobres.

A un minero la compañía le dio veinte millones de pesos por su mina y la plata se la entregó en efectivo en el centro de Medellín. Era diciembre, el minero llamó a la familia para preguntarles qué compraba, le dijeron que un equipo de sonido y música. Al día siguiente el hombre llegó al pueblo con un carro cargado con un enorme equipo de sonido y varias maletas repletas de cedés, se gastó doce millones de pesos.

Tres mineros recibieron treinta y seis millones por su mina, se gastaron tres en una cantina en el centro de Medellín y el resto lo echaron en un maletín. Cuando estaban borrachos contrataron un taxi para que los llevara hasta Marmato; llegaron, se bajaron a seguir la juerga y olvidaron el maletín, el taxista se fue con la plata.

Dicen en el pueblo que la mayoría de los que vendieron están mal, que después de ser dueños ahora son trabajadores. De más de cien mineros que entregaron sus minas tan solo tres hicieron algo con el dinero.

Enfrente de la casa de Custodia, pasando la calle principal, está la oficina de Eulises. Un construcción de dos pisos que la multinacional compró en el año 2006, allí fundaron la Corporación para el Desarrollo Social Sostenible de Marmato y nombraron a Eulises como presidente. Esta corporación recibiría cinco mil dólares mensuales para su funcionamiento. El dinero sería para apoyar a los mineros que emprendieran proyectos agrícolas.

― Lo que ellos pretendían era sustraer a la gente de la actividad minera a la agrícola. Las multinacionales son salvajes, cuando vieron que no podían manejarme dejaron de aportar, entonces me metieron una demanda para quitarme el edificio, la perdieron jurídicamente.

Roto y saqueado, Marmato conserva las huellas de los forasteros que lo habitaron. A los indígenas Cartamas los desplazaron los conquistadores españoles y los esclavos africanos; luego, llegaron los ingleses ―Colombia les empeñó el cerro para que se cobraran el apoyo que brindaron en las guerras de independencia―; también hubo alemanes, franceses y gente de muchas regiones del país que buscaron riqueza rompiendo la montaña.

Sin embargo, la huella más profunda la dejó un deslizamiento de lodo y roca que una mañana de abril del año 2006 fracturó decenas de casas del centro histórico y que fue aprovechado por la multinacional para impulsar un proyecto de minería a cielo abierto.

Cuentan que el Estado fue eficiente a la hora de atender la tragedia, el centro histórico fue declarado zona de riesgo no mitigable y debía reubicarse unos kilómetros más abajo, en un caserío de tejas de lata y barro y paredes de bahareque conocido como el Llano. La compañía ofreció poner el dinero para el traslado del pueblo.

―Hasta el 2006 era la plaza donde había de todo, estaban las instituciones, los entes educativos, el hospital, todo el comercio se movía alrededor del hospital, era una zona muy bonita, construcciones en madera, bahareque y piedra, todo eso se acabó, se lo llevaron. A la gente la reubicaron en unas casitas pequeñitas en el Llano―, añade Eulises Lemus, y se asoma por la ventana de su edificio.

Para el año 2008 la multinacional había comprado, dinamitado y abandonado la mayoría de los socavones de la parte alta y algunas edificaciones. Con el pueblo desocupado, los mineros, desempleados y hambrientos, destaparon las minas y empezaron a explotarlas clandestinamente. El cuento se regó y en pocos meses llegó gente de toda la región a buscar lo que no encontraban en su tierra: fortuna. Marmato retomó la explotación de oro.

― La ley dice que una mina tiene que cumplir con una función social, esa mina no se puede parar. Si usted abandona por más de seis meses, otra persona puede trabajar la mina, y eso es lo que se ha hecho en Marmato. La multinacional compró, pero abandonó, entonces nosotros cogimos… Después de un tiempo, cuando los mineros ya tenían organizadas las minas, llegó la empresa con ejércitos de vigilantes acompañados por la policía nacional, iban a las minas y encontraban a los mineros trabajando, los sacaban, si el minero se enojaba, la policía lo capturaba. Entonces ahí viene la pelea, nos toca defendernos con lo que hemos tenido, eso nos ha llevado a varios conflictos, varias movilizaciones, varios paros, incluido uno que se hizo en 2013 que fue un paro de una magnitud grande, abajo en la carretera que conduce a Medellín. Después de un mes nos tocó pelear con la policía, eso fue una batalla muy tremenda, pero afortunadamente logramos mantenernos en firme y por ello hoy seguimos trabajando ―. Me dijo días antes un minero perteneciente a la Asociación de Mineros Tradicionales de Marmato en alguna calle del pueblo.

Pero para la multinacional que compró e invirtió millones de dólares, este postulado normativo es diferente a lo interpretado por los mineros, ellos aseguran que es la autoridad minera colombiana la que ordena la terminación del contrato y en ninguna circunstancia faculta a comunidades o a particulares a que ingresen o asuman la operación de las minas, sin embargo, dice la compañía, quieren ejecutar un plan de acción para trabajar con el pequeño minero a través de subcontratos de formalización u operación, buscando que sigan laborando dentro de los títulos.

***

La puerta roñosa y torcida se abre con dificultad y emite un chirrido lamentable. Al otro lado, Idaly, es menuda, tiene el cabello muy corto, los ojos café oscuro y la piel, de un particular color bronce.

La vivienda de Idaly mide poco más de cuatro metros cuadrados: poca luz y mucha humedad alrededor de una cama y algunos trastos. En un rincón de la habitación hay un costal con arena que, asegura, luego de lavarla obtendrá una buena cantidad de oro.

― Eso es de una carga muy buena que me dieron la semana pasada.

Idaly ocupa el cuarto del aseo, Leonel ocupa la recepción y Diana la sala de maternidad. En el antiguo hospital de Marmato hoy conviven más de dieciséis familias de mineros que ocuparon las instalaciones abandonadas luego del deslizamiento de 2006. La administración del negocio la lleva una mujer a la que llaman la Desplazada, ella decide cuánto deben pagar los inquilinos por habitar lo que queda del edificio.

El casco histórico de Marmato, rodeado de socavones y molinos, aparece abarrotado de gente de otros lares. Aquí, cualquier edificación abandonada es ocupada por forasteros que llegan a trabajar en las minas.

― Vivo en una habitación en la alcaldía con mi esposo, mis tres hijos y mi mamá.

Dice Nancy, una venezolana de veintinueve años que trabaja picando en un socavón. En la habitación de Nancy no hay por dónde caminar: tres camas, un televisor, una pila de ropa y una estufa pequeña en poco más de seis metros cuadrados.

―Llegué a trabajar en noviembre de 2017. Aunque tenemos estabilidad económica, en la mina no nos pagan nada, no tenemos seguridad social. Además, el trabajo es muy peligroso, nos da mucho miedo el socavón, nos da miedo quedarnos allí y que los hijos queden solos. Uno entra y no sabe si va a salir.

Enfrente de la vieja plaza de mercado, en una casona donde hasta el 2006 funcionó el Banco Agrario, hoy funciona La Cortina Roja, un prostíbulo propiedad de un exalcalde del pueblo. En la cuadra siguiente el prostíbulo La Casa Roja ocupa un antiguo almacén de textiles; enseguida, en un techado de lata ocupado con mesas y sillas plásticas funciona una cantina los fines de semana; allí, dicen, cada ocho días llega un grupo de mujeres de una ciudad cercana a vender licor y drogas.

―Está tan cambiado el pueblo que de noche asustan y no por la soledad, tenemos una problemática social, de convivencia, de microtráfico y de hurto. Vamos a intervenir con procedimientos policivos y desalojos porque son edificaciones públicas. La antigua plaza representa para los que vivimos acá la historia y da tristeza ese panorama. Los fines de semana no son sino burdeles, no son sino cantinas.

Wilson Castro Ortiz es el personero de Marmato. Tiene su oficina en el Llano, es abogado y dentro de sus funciones está la protección del interés público, eso dice. Wilson tiene cuarenta y pocos y lleva tres periodos como personero. También dice, que el Estado abandonó a Marmato y lo dejó en manos de la multinacional.

Prueba de ello es el escaso pie de fuerza en el municipio; once policías para dos cascos urbanos y más de ocho mil habitantes. En este momento en la parte alta no hay policías, están en el Llano. Hoy, de los once policías, sólo cuatro están de servicio; uno está cuidando el calabozo, otro está en la guardia y dos están patrullando el caserío.

―Tenemos cinco privados de la libertad. Hace quince días se nos fugaron dos porque no había quién los cuidara. Para ayudar a la policía tenemos un sistema de cámaras de seguridad. En el año 2012 el municipio instaló veinte cámaras, diez en la parte alta y diez en el Llano, pero están ahí, son elefantes blancos, no funciona ni una desde el 2017. Antes no pasa nada en Marmato.

Castro Ortiz insiste para que el Estado les ayude a conservar el casco histórico. En el año 2006 reconstruir la plaza costaba diez mil millones de pesos (Unos dos millones de dólares), no era absurdo reconstruir un pueblo de alto valor patrimonial como Marmato. Aunque reconoce que la plaza no será lo que fue hace 20 años, asegura que los marmateños quieren conservar lo que queda porque el lugar está abandonado bajo la figura de alto riesgo no mitigable, según él, una política del gobierno nacional de la época para permitir el ingreso de la transnacional.

― El gobierno no estaba protegiendo la vida de nadie, en el casco histórico sigue viviendo mucha gente y no ha vuelto caer ni una piedra. Lo que nosotros queremos es seguir perviviendo en el territorio y que nos dejen trabajar en las minas para comprar el mercado y el aguardientico que nos gusta. Aquí tenemos problemas, pero se vive muy bueno, aquí tomamos licor viernes, sábados y el domingo en el Llano.

***

Lo que ahora podría decirse es el centro de Marmato es una calle sin andenes de poco más de dos metros de ancho que divide a la montaña en dos: la parte alta conocida como cerro El Burro donde está el casco antiguo, según una ley de los años cincuenta allí sólo se permite la pequeña minería, y la parte baja reservada para la minería empresarial.

En un extremo de la calle está el prostíbulo El Último Polvo, después está la alcaldía, un local de compra de oro y una ferretería, venta de cianuro y acetato de plomo pone en un cartel colgado en una de las paredes; enseguida, el restaurante brasas de oro, el hotel y una casa de apuestas. Luego está una pequeña plazoleta, dos quioscos, un par de almacenes de cachivaches, la parroquia Santa Bárbara y más allá, al lado de la quebrada Cascabel que oscura y envenenada chorrea hasta el río Cauca, colgado en un alambre de púas, un cartel que dice: Protejamos el Medio Ambiente.

― Esto es lo que quedó de Marmato y nos toca defenderlo porque es la casa donde nacimos. En el año 2011 si no es porque nos juntamos con el padre José Reinel y hacemos resistencia y no dejamos llevar ni la alcaldía ni la iglesia, hoy Marmato no sería cabecera municipal, que era lo que ellos pretendían, porque donde hay cabecera municipal no se puede hacer explotación de minería.

Me dice Mario Tangarife sentado en uno de los tenderetes enfrente de la iglesia. Mario es el presidente de la Asociación de Mineros Tradicionales de Marmato, tiene 52 años y lleva 39 como minero.

―Al padre le dijeron los de la empresa: «le vamos a hacer esta iglesia y mejor, pero en el Llano, aquí no le metemos ni un peso porque esta la vamos a tumbar».

El padre José Reinel preocupado por la situación de Marmato mandó a buscar a Mario. El minero le contó las intenciones de la multinacional y del Estado de llevarse todas las instituciones del pueblo incluida la iglesia. Dice Mario que dijo el padre José Reinel: «Yo no me voy a prestar para ese juego, de aquí no me sacan sino a bala, me voy, pero con la última familia».

El jueves 25 de agosto de 2011, Mario viajó con el cura hasta Bogotá y estuvieron en algunos medios de comunicación denunciando la situación en Marmato. Regresaron al pueblo el lunes 29 y ese mismo día, dice Mario, el padre recibió un par de llamadas anónimas donde le decían que él no tenía por qué decir esas cosas. El 4 de septiembre el periódico El Tiempo escribió:

Es un misterio el crimen del cura de Marmato. El párroco de este municipio de Caldas fue asesinado el jueves (2 de septiembre de 2011) en la vía entre Guática y Belén de Umbría (Risaralda). Recibió dos disparos en la espalda. El sacerdote llevaba dos años en Marmato, donde había fijado su oposición al traslado del municipio, posibilidad que se ha contemplado si la compañía minera Gran Colombia Gold hace un explotación a cielo abierto.

Después de la muerte del padre, cuenta Mario Tangarife, las acciones en la bolsa cayeron tanto que la multinacional lo buscó a él para ofrecerle protección. También cuenta, que la multinacional con ayuda del estado atropelló a la gente, les tumbó las casas, les dinamitó las minas y que luego de los ataques, cuando el conflicto creció y se les salió de las manos cambió de nombre: que primero se llamó Colombia Goldfields, que luego cambió a Meodoro Resources (Una de las compañías auríferas más grande del mundo), Grand Colombia Gold Corporation, Caldas Gold, Aris Gold, Aris Mining… Y añade, antes de continuar su camino a trabajar en la mina, que la empresa ya perdió el interés en la parte alta del cerro, que ahora el problema lo tiene la gente del Llano, donde la ley permite la minería empresarial.

A principio de 2021, la Agencia Nacional de Minería autorizó una prórroga de treinta años al título minero que posee la multinacional en el sector del Llano. En el nuevo contrato se pactó una inversión social obligatoria de veinticinco dólares por cada onza de oro producida. Marmato recibirá cerca de diecisiete millones de dólares para inversión social y Colombia ochenta y siete millones de dólares en beneficios económicos, eso dijo el gobierno.

― Esa prórroga les permitió seguir con los proyectos que traían. Con el proyecto Cascabel lll van a construir una presa prácticamente al lado del Llano, lo que nos va a traer más contaminación. Con estos proyectos la empresa lo que busca es expandirse y para eso en este momento está comprando unos terrenos, ellos utilizan una ley que hay, dizque servidumbre minera, que lo que pretende hacer y lo que está haciendo es expropiar a los dueños de esos lotes ofreciéndoles lo que ella dice que va a pagar y listo. Los lotes son en el caserío, han comprado casas y han expropiado… imagínese, a la gente la sacaron de la parte alta y ahora los quieren sacar del Llano.

Me dijo Dilter Castro, presidente del Sindicato Nacional de Trabajadores de la Industria Minera, en julio de 2022 mientras hablábamos enfrente de la sede del sindicato ubicada en el sector del Llano a unas pocas cuadras de la mina La Maruja, propiedad de Aris Mining y donde para esa fecha trabajaban más de mil mineros.

― Ahora están haciendo un túnel con un diámetro de cinco metros para sacar y extraer material a mayor escala, eso es un impacto muy alto. El pueblo se va a ver perjudicado por la estabilidad de la tierra y por el aire viciado que va a salir de los niveles inferiores que ya tiene la mina actual, todos esos gases se los van a tirar a los habitantes de la parte alta.

Días después de hablar con Dilter, César Medina, gerente de comunicaciones de la multinacional, me escribió un correo electrónico donde asegura que la compañía no expropia terrenos y que siempre procura el diálogo con las comunidades siguiendo lineamientos de sostenibilidad y buscando llegar a acuerdos amigables. En caso de no llegar a un acuerdo, escribe, las compensaciones económicas son dictadas por un juez de la república. Medina termina explicando que el proyecto del túnel El Higuerón no está diseñado para la extracción de material, sino que tiene como propósito la protección de la salud y bienestar de sus colaboradores optimizando el sistema de ventilación de la mina, que para todos sus proyectos la compañía dispone de un Plan de Manejo Ambiental y de permisos aprobados por las autoridades.

El 1 de diciembre de 2022 los mineros de Marmato bloquearon la carretera entre el Eje Cafetero y Medellín, una de las más importantes del país. En un pedazo de tela blanca colgado en la zona del bloqueo se leía: «Fuera Aris Mining. Apoyo a la minería tradicional». Cinco días duró el bloqueo, el tiempo que tardaron en llegar los delegados del gobierno y establecer mesas de diálogo para dar soluciones a lo que los mineros llamaron «21 Motivos y más de parar».

―Ellos, los de la multinacional, tienen el capital económico, pero no tienen la licencia social, hay un rechazo. Marmato no ha recibido del Estado el tratamiento que merece y como no nos van a respetar nos tocará a nosotros hacernos respetar. No vamos a dejar acabar el pueblo―. Dijo el personero días antes de la protesta en una reunión en la oficina de Eulises con la organización Fuerzas Vivas de Marmato.

***

En Marmato, aunque los oídos no tardan en acostumbrarse al ruido constante de los molinos y de los camiones y de las motos que circulan todo el tiempo, la mirada no logra familiarizarse con ese movimiento antinatural y forzado que aprieta durante el día y mengua bien entrada la noche.

Desde uno de los tenderetes enfrente de la iglesia se escucha el sonido ronco de una volqueta que con dificultad avanza arañando las paredes de las edificaciones que bordean la calle, cualquier vehículo que se encuentre deberá retroceder hasta las afueras del pueblo y abrir paso. Detrás de la volqueta vienen nueve mulas cargadas con cuartones de pino, una camioneta roja cargada también con madera, cinco motos, decenas de caminantes que se entremezclan con animales y máquinas y más atrás un Jeep repleto de gente. Encima de la calle, la montaña, el cerro El Burro, más de nueve millones de onzas de oro y más de cincuenta millones de onzas de plata.

Confundida entre los caminantes asoma Idaly. Trae puestas unas botas de caucho, un bluyín azul y una camisa verde.

Idaly llegó a Marmato hace más de diez años acompañada de su esposo, minero caucano, y sus dos hijas. Llegaron después de cerrar un negocio de panadería que tenían en Pereira. En esa ciudad, recuerda, un amigo de la familia les dijo que se fueran para Marmato que allá se paraban de nuevo, que en ese pueblo lo que había era plata.

Desde su llegada, Idaly tuvo varios trabajos: cocinera en casas de familia, vendedora de fritos en la calle, administradora de un quiosco donde vendía licor los fines de semana, cocinera para trabajadores de la mina y, luego de que su esposo enfermara y sus hijas pasaran hambre, minera.

― Los dueños de las minas me dejaban rieguitos, lo que les quedaba, yo los recogía, luego iba y los molía, pero eso me daba muy poquito. Hasta que un amigo me entró a la mina y me dijo: «la voy a dejar por acá, mire a ver qué encuentra, la voy a dejar a su suerte». Yo me puse a llorar porque donde llegué estaba muy feo, entonces me tocó sacar fuerzas y empezar a picar. Necesitaba plata para las hijas. Y sí señor, empecé a raspar y saqué una molida, la molí y me dio más de dos castellanos, más de setecientos mil pesos.

Durante años, cada día, Idaly entraba al socavón y acariciaba esa idea de fortuna; después, aprendió las mañas del minero, dice, se desordenó, se portó mal y bebió alcohol hasta que se le acabó el matrimonio.

Ahora, a sus cincuenta y cinco años, les hace de comer a mineros que le pagan con carga que luego procesa en el molino de un amigo suyo. Idaly dice que la montaña la enfermó, que ya no está sana por dentro. Tiene la columna torcida, dos hernias y varias cirugías. Hace un par de meses se desmayó mientras cargaba un bulto hasta el molino. Aunque los médicos le prohibieron entrar a la mina y hacer cualquier esfuerzo, asegura que no es capaz de quedarse quieta y que por eso se le abren las heridas.

―A mí me hace mucha falta entrar a la mina. Cuando llevo muchos días sin entrar, tengo que ir así sea a hacer nada, yo voy y me siento allá una o dos horas. Por enfermedad he dejado la minería, pero me gusta el ambiente de la mina, me gustaría mantenerme metida adentro, me gusta el silencio, me gusta la oscuridad porque me deja concentrar, me concentro a pensar, dentro de la mina hay mucha paz, a mí me gusta esa paz, y el oro.


Fotografías de Rodrigo Grajales