En las órbitas geoestacionarias existen innumerables satélites que envían señales hacia antenas replicadoras, que a su vez están invadiendo las cuencas de los ríos en el Amazonas, buscando que las poblaciones colonas e indígenas se conecten a Internet, entre otros usos desconocidos. Al mismo tiempo, mujeres indígenas narran a sus hijos historias de origen y le dan nombre propio a cada una de las 256 especies de yuca que siembran en sus chagras, para asegurar que el saber de sus ancestros active el conocimiento que sostiene el bienestar colectivo del planeta.

Una tercera parte de Colombia es amazónica. Allí, colonos e indígenas, hablantes de más de 54 lenguas, conviven en una región activa, transgresora y mágica, con una historia milenaria, con innumerables caminos que se conectan por ríos y caños, donde se asientan comunidades, municipios e inspecciones, en donde no hay carreteras que conecten las poblaciones con las capitales y donde el medio de transporte más viable son aviones chárter o avionetas de 500 kilos que aterrizan en pistas cortas de tierra en medio de la húmeda selva tropical.

Colonos e indígenas conviven en una región activa, transgresora y mágica, con una historia milenaria

Las mujeres y abuelas indígenas del Amazonas colombiano dedican su vida a cultivar la tierra, a cocinar a ras de piso en hornos hirvientes con tiestos de barro, a cuidar los esquejes de yuca brava como si fueran sus hijos, para conservar y preservar los secretos del alimento que descodifican en las semillas. Y a la vez usan herramientas foráneas a su cultura: hachas, anzuelos, mecheras y celulares para cortar, pescar, prender el fuego y hacer registros. Grabar a sus hijos cantos, detectar plagas con su comunidad, aquello que los medios ni determinan.

El día inicia a las cuatro de la mañana. Se atiza el fuego mientras las mujeres narran en familia los sueños que les permiten conocer los sucesos, eventos o malas señales que vendrán, para así tomar decisiones y ordenar el día. Justo antes del amanecer se hace el baño en el río. Luego, con sus hijos y nietos, las mujeres atraviesan la selva durante tres horas hasta llegar al lugar de la chagra (huerta). Allí arrancan yuca brava y resiembran los mismos esquejes que acaban de arrancar. Es decir, cada planta de yuca es el mismo palo que emergió en el origen del mundo; deshierban y comparten historias antiguas para alentar a las semillas, pues están vivas, son la manifestación de la configuración del mundo, y requieren un canto alegre y certero para responder adecuadamente a la época del año y seguir las recomendaciones de los abuelos sabedores. Al mediodía regresan a la comunidad con diez kilos de carga a las espaldas. Los niños traen en los baldes frutas y algún pescado. Una vez en casa, las mujeres rallan los tubérculos e iniciar un proceso altamente tecnológico de fermentación y filtrado, que no eliminará el veneno de la yuca brava (Manihot esculenta), como haríamos en Occidente, sino que transformará ese mismo veneno (cianuro) en alimento, tucupí.

Los miembros de la asociación Indígena ACAIPI (Asociación de Capitanes y Autoridades Indígenas del río Pirá Paraná), en el Vaupés colombiano —frontera con Brasil— han transmitido durante generaciones a los jóvenes de su comunidad el orden del mundo consignado en el Hee Yaia Keti Oka. Se trata del conjunto de rituales, danzas y oratoria, manejo de lugares sagrados, elementos y plantas sagradas: el conocimiento de los Jaguares de Yurupari —Patrimonio Cultural Inmaterial de la Humanidad— parte del enorme entramado de conocimiento contenido en las chagras y las malokas (las casas comunales). Este manejo contemporáneo de la selva que se encuentra en sus manos es un proceso altamente complejo y sofisticado, que integra tecnologías híbridas, ancestrales y occidentales. No solo el uso de un simple machete, el manejo de motores «peque-peque» (fuera borda) para mover las canoas, la creación de mapas propios sobre el origen de las semillas, la realización de rituales o las narrativas en 3D —para que sus nietos sigan explorando sin alejarse de sus saberes— sino también la sabiduría ancestral que asegura, entre otras cosas, la capacidad de transformar el daño que estas tecnologías gawa (del extranjero) podrían hacer a sus cosmogonías; como lo harían para modificar el veneno de la yuca brava, si lo hacen desde sus propios saberes.

Existe un proyecto transcultural que acompañamos, liderado y guiado por las abuelas y mujeres de esta asociación como parte de su gobierno propio, bajo el nombre Madres de semillas de yuca. Este proyecto —como lo decidieron y dirigieron ellas— será enfocado a los jóvenes de las escuelas del río, con cantos e historias de la semilla, que atraviesa múltiples dimensiones para encontrar el bienestar a través del alimento y el intercambio social.

El hecho de narrar sus historias de origen para asegurar la pervivencia de su comunidad y generar reflexiones relevantes sobre sus saberes hace que el uso controlado de tecnologías extranjeras le permita a los jóvenes continuar un saber ancestral, que como ellas dicen, «seguirá por siempre vivo» y es tan contemporáneo como el de cualquier centro urbano. Esto ha permitido reactivar la oralidad como un ejercicio de educación propia, antes que la escritura, y así las abuelas con dispositivos análogicos y digitales envían sus cantos a distintos lugares del río.

El uso controlado de tecnologías extranjeras le permite a los jóvenes continuar un saber ancestral que es tan contemporáneo como el de cualquier centro urbano

Este proyecto transcultural está en proceso de elaboración, pero ya cuenta con una cartografía sagrada interactiva, animaciones de 3D sobre la gente del bosque (las relaciones de las semillas con el armadillo, el loro, las avispas, la anaconda) y sus respectivas grabaciones de narraciones sobre el origen de la yuca brava y las semillas cultivables (el carayurú, el ají, el bore, el plátano, la piña). Todo se ha grabado en las lenguas propias —macuna, itano, janera, eduria, tatuyo— y su uso ha sido exclusivamente para las comunidades del río Pirá Paraná.

La devastación y deforestación de la selva es algo que nos debería tener atentos, en búsqueda de caminos precisos para la regulación de la drogas y planteando acciones integradas con los saberes de comunidades que están resguardando la vitalidad y el manejo del monte y de la calma del fuego y procurando el buen aire que respiramos.

No habrá nada que pueda alejar a las mujeres indígenas del cuidado de la energía de las plantas y el alimento en su cosmogonía. Como afirman Rosalía María y María Judith León, coordinadoras del grupo de mujeres de ACAIPI: «La semilla es gente. Si no ha sido bien cuidada ella se manifestará para desaprobar los malos tratos. En cambio, si se trata adecuadamente, la semilla expandirá sus atributos y esencia para el bienestar común».


En la cabecera, vista aérea de la selva del Vaupés (Bárbara Santos).