Es un hecho que cuando alguien es sometido a una amputación la parte física se corta, pero la mente del paciente recordará y dará órdenes al miembro amputado por largo tiempo.  Amputar es —o debería ser— el último recurso para salvar la vida del paciente. En las salas de operaciones, después de recibir anestesia raquídea, alrededor de la médula espinal, el paciente queda completamente sedado a los cinco minutos. Luego de eso, el cirujano corta la piel, cauteriza carne, arterias, nervios y, por último, corta el hueso con una cadena de acero cuyo sonido es similar al de una sierra de carpintero.

Según datos de la División de Tránsito Terrestre de la Policía Nacional Civil, desde enero del 2017 al primer trimestre del 2021, hay registro de 79.616 accidentes de tránsito en El Salvador. En más de 10.000, el tipo de vehículo involucrado fue la motocicleta. El Registro Nacional de Personas Naturales cuenta en su base de datos con 289.700 personas que poseen una discapacidad física o mental. Muchas personas entran a esas cifras luego de un accidente vial.

En esos datos entra Eduardo Meléndez, quien era un amante de la velocidad. Su vida giraba en torno a las motocicletas y los vehículos modificados para competiciones. Un día, el 12 de mayo de 2017, Eduardo conducía su motocicleta cuando un vehículo hizo un giro indebido y se atravesó en su camino. El impacto al vehículo causó múltiples fracturas y un coma de 22 días.

Los muertos y lesionados son miles anualmente y van desde los golpes leves hasta los que como Eduardo pierden un miembro de su cuerpo y se someten a terapias de rehabilitación que pueden durar años. El caso de Eduardo es excepcional: un año después de perder el brazo ya estaba jugando fútbol y al siguiente ya había fundado un equipo, la Peña Bética, donde recibe a personas que por diversas circunstancias, incluyendo los accidentes, han perdido un miembro de su cuerpo.

El equipo Peña Bética está integrado por adolescentes y adultos que, debido a accidentes de tránsito, enfermedades e incluso mordedura de serpiente han perdido un miembro superior o inferior de sus cuerpos. Su nombre se lo deben al Real Betis Balompié, equipo de la primera división del fútbol español, que ha colaborado con indumentaria y charlas a los integrantes del equipo.

«El último recuerdo que tengo fue ver el color azul del carro. Después de eso desperté de un coma de 22 días y sin un brazo», confiesa Eduardo. Es licenciado en ciencias de la comunicación y, después del accidente, se le hizo imposible encontrar un trabajo. Hay días en lo que siente que algo le pica en el brazo derecho y se lo quiere tocar, pero el brazo no está más. A eso se le llama Síndrome del Miembro Fantasma.

Debido al accidente, la amputación que se le realizó a Eduardo fue desde el hombro, y la prótesis que debe usar es de un brazo completo. La persona culpable del accidente contaba con un seguro que le permitió comprar una prótesis avanzada para Eduardo.

Un año después del accidente, en 2018, Eduardo se encontraba con un cuadro de depresión, no salía, ya no tenía una vida normal. Por las madrugadas se despertaba asustado y sudando después de la pesadilla de aquel carro azul que se cruzaba en su camino. Ese mismo año, Eduardo volvió a practicar fútbol. El deporte le funcionó como terapia para mejorar su estado de ánimo e inició con la búsqueda de más personas que como él habían sufrido de alguna amputación.

A inicios del 2021, dos años después de iniciar la búsqueda de personas amputadas Eduardo ya había juntado a 17 personas, entre adultos y jóvenes, que por razones como accidentes en motos o enfermedades fueron amputadas de una pierna o brazo. Algunas de las personas que conforman el equipo viajan desde el interior del país para hacer lo que les gusta, jugar al fútbol.

Alexánder Mejía, de 24 años, y Josué Pérez, de 19,  ya eran futbolistas antes de ser amputados. Cuando perdieron sus miembros, según dicen, su vida se reinició. Alexánder, oriundo de Cojutepeque, perdió su pierna derecha después de ser arrollado por un vehículo mientras se conducía en su motocicleta. Josué debió ser amputado de su pierna derecha debido a un osteosarcoma que surgió después de un golpe en su rodilla.

Cuando Eduardo Meléndez comenzó a buscar personas amputadas le sugirieron ir al hospital de niños Benjamín Bloom. Del hospital logró integrar a dos niños. Uno de ellos es William Díaz, de 13 años, a quien hace poco más de dos años, un 31 de diciembre, mientras jugaba con sus amigos, un mortero le estalló en su mano derecha y le causó la perdida del miembro desde la muñeca. William es uno de los tres porteros del equipo.

Erick López, de 14 años, también estuvo en el hospital de niños Benjamín Bloom. Él perdió su brazo debido a un osteosarcoma. Por su falta de recursos, no tenía como conseguir un lugar de rehabilitación. Su familia es campesina y vive en San Vicente. En 2019 conocieron a Eduardo y Erick fue incluido como uno de los jugadores más jóvenes del equipo.

William Díaz y Erick López son los más jóvenes del equipo. El fútbol les ha devuelto la alegría y les ha llevado a lugares impensados para dos niños de orígenes sencillos. En 2019 viajaron a Alemania junto a Eduardo Meléndez, como parte de un campamento europeo diseñado para los niños que han vivido una amputación. La invitación les llegó directamente de la Federación Mundial de Fútbol de Amputados. Los dos niños salvadoreños entraron en lista de los diez mejores de aquel campamento.

Hugo Medina tiene 27 años y hace un año y tres meses sufrió una amputación. Ese día estaba realizando su trabajo de repartidor de comida rápida en motocicleta. Según la División de Tránsito Terrestre de la PCN, anualmente hay más de 2,000 accidentes donde se ve involucrada una motocicleta y en 2020 más de 700 personas fueron detenidas por manejar vehículos después de consumir alcohol. Hugo fue embestido por una persona que manejaba borracha. A mediados de 2020, se sometió a su última operación y meses después empezó a entrenar en el equipo de fútbol de amputados.

José Mejía se dedica a elaborar artesanías en madera. Debido a la pandemia y a la cuarentena vivida en 2020, José se dedicó a ser repartidor de encomiendas en motocicleta. A mediados de 2020, el hombre de 30 años se conducía en su moto cuando un vehículo hizo un giro indebido y lo impactó. El accidente le causó la perdida de su pierna izquierda. Dos meses después de salir del hospital fue contactado por Eduardo Meléndez. «Una de mis pasiones siempre había sido el fútbol, pero nunca había visto que ese deporte lo practicaran personas amputadas, y recién me había recuperado cuando vine al equipo y empecé a correr con los bastones».

«Yo le doy gracias a Eduardo, porque conocer esto cambió mi vida y él fue el canal para reintegrarme y sentirme bien»

Magdalena Figueroa tiene 15 años y vive en la zona rural de Sonsonate. Cuando tenía dos años, fue mordida por una serpiente mientras dormía y cuando fue llevada al hospital tuvo que ser amputada debido al efecto del veneno en su pequeña extremidad. «Hubo un año que ya no quería ir a la escuela, mis compañeros me molestaban y me decían que era una fenómeno y que no servía para nada. Entré en depresión, le dije a mi mamá que ya no quería estudiar más. Así estaba hasta que conocí este deporte, aquí me siento incluida, la depresión se me ha ido y ahora estoy feliz y me siento capacitada para realizar cualquier actividad».

La mayoría de los integrantes del equipo son personas jóvenes que antes de perder un miembro de su cuerpo ya practicaban el fútbol, como la gran mayoría de jóvenes en El Salvador. Para Eduardo Meléndez, la familia y las personas que rodean a un amputado son base fundamental para la recuperación: «A mí me gusta platicar con los familiares e invitarlos para que sean parte. Para mí, una de mis grandes inspiraciones era ver a mi hija cuando estaba entrenando». Cada domingo, los familiares conviven con los integrantes del equipo de amputados.

Cada domingo, los integrantes del equipo se reúnen para entrenar en San Salvador. Los jugadores viajan desde departamentos como Ahuachapán, Cuscatlán, Santa Ana, San Vicente y Sonsonate. Invierten todo un día en su rehabilitación, para tratar de llevar una vida más normal.

En el equipo, Eduardo hace de todo, es entrenador, director, hace los videos y las fotografías para las redes sociales y consigue los contactos para poder tener indumentaria. Gracias a ello, reciben capacitaciones del Real Betis Balompié, quienes también han hecho donativos de uniformes deportivos. Actualmente, Eduardo está en pláticas con el Benfica de Portugal para poder conseguir patrocinio para el equipo. También consiguió que el Instituto Nacional de los Deportes los reconozca e inscriba como Asociación Bética Salvadoreña del Deporte Adaptado e Inclusivo.

Practicar fútbol en El Salvador es precario, si se trata de fútbol de amputados lo es aún más. No hay canchas habilitadas para que los deportistas puedan correr con los bastones. Debido a eso, las lesiones en los brazos son comunes. «Imagínese el dolor de brazos después de correr teniendo que depender de los bastones en un terreno lleno de cráteres», cuenta José Mejía.

Al finalizar cada partido los futbolistas que tienen una prótesis la usan. Poder comprar una no es sencillo. En el equipo, la mayoría de miembros que tiene una es debido a que los alumnos de una universidad privada las diseñan para su proceso de graduación y utilizan a una persona amputada como modelo de prótesis. Los costos de dichas prótesis en el mercado van de los $2,000 a los $6,000 una cantidad que muchos amputados no pueden pagar.

El fútbol le regresó la vida a Eduardo y a cada uno de los integrantes del equipo de amputados Peña Bética.  Al equipo también se han integrado los familiares de cada uno y colaboran con diversas actividades, como en la celebración de los cumpleaños. Ahora son una familia y velan por la necesidad de cada uno de los deportistas.