Se le tiene miedo al lobo; se le ha temido desde siempre. Pero ahora se le teme más que hace tres o cuatro milenios. Es curioso, pero los motivos tienen que ver con el abandono del campo y la casi extinción de este cánido. Aunque el miedo al lobo es, en realidad, miedo a otras muchas cosas; no sólo a que ataque a las ovejas, los terneros y las cabras.
Amanece en un día de invierno. La nieve ha dejado el paisaje de los Picos de Europa, en el norte de España, totalmente blanco. Después de una semana buscando lobos para fotografiarlos logro, por fin, observar una manada sobre el manto nevado. Escucho sus aullidos, que provienen de lo alto de un monte que sobrepasa los 1.800 metros. Los lobos están demasiado lejos como para fotografiarlos, así que tengo que esperar otros tres días hasta poder encontrar un ejemplar a una distancia propicia para tomarle una foto. Se trata de un macho, con su pelaje invernal, que camina en un claro del bosque. Los esqueletos de los árboles sin hojas, la silueta del lobo y el color blanco de la nieve dan a la imagen un aspecto fantasmal. De hecho, para mí este animal ha sido siempre una especie de fantasma de la montaña: sabes que está allí aunque no puedas verlo. Y, cuando menos te lo esperas, aparece.
El lobo es el lobo. Para lo bueno y para lo malo. El lobo está luchando «contra» el hombre desde hace miles de años. Y seguirá siendo así a pesar de que hayamos destruido o modificado la mayor parte de sus territorios naturales. El lobo se busca la vida: si puede elegir y el monte da para ello, sus presas son corzos, ciervos o jabalíes. Muchos lobos no tienen necesidad de buscar ovejas y pasan desapercibidos. Otros, sin embargo, atacan con más o menos frecuencia al ganado, sobre todo cuando no hay medidas preventivas y los animales domésticos campan en áreas abiertas de los territorios loberos. En estos lugares, todas las personas implicadas tienen mucho trabajo por hacer, desde la misma administración hasta los ganaderos, ecologistas, científicos y gestores. La solución no es fácil y es necesario que venga del contraste de opiniones. También hay que decir que, en la actualidad, el número de los ataques es realmente más bajo de lo que parece. Por ejemplo, en Asturias, los datos oficiales del Parque Nacional de Picos de Europa muestran que afectan sólo a un 0,7 % de la cabaña ganadera. Es decir, que el lobo no es ni mucho menos culpable de «todos los males de la ganadería». Asimismo, hay estudios —en Estados Unidos y en España— que prueban con datos contrastados que eliminar lobos rompe las manadas y su estructura (cosa que se hace en muchos lugares para controlar a la población) y que esto tiene como consecuencia que aumente el número de ataques al ganado y el área donde se producen.
¿Pero cuál es la situación real del lobo en estos tiempos? Pronto saldrán los datos del último censo, aunque es probable que los números no hayan cambiado demasiado en la última década. Se calcula que hay en torno a los 2.000 lobos en España, con una tendencia a la expansión hacia el sur del Duero y con un problema de barrera hacia el Este: los lobos siguen siendo eliminados cuando entran a Euskadi y Navarra. Mientras, en La Rioja, Burgos y Soria los lobos tampoco acaban de prosperar. Sin embargo, hacia el Sur, han llegado a la comunidad de Madrid y han logrado establecer algunas manadas en Guadarrama. En Ávila, los ataques al ganado han causado el pánico. Allí se había exterminado al lobo hace unas décadas y, ahora, no es bienvenido de vuelta.
El lobo se busca la vida: si puede elegir y el monte da para ello, sus presas son corzos, ciervos o jabalíes. Muchos lobos no tienen necesidad de buscar ovejas y pasan desapercibidos
En lugares como Sierra Morena, el lobo está al borde de la desaparición. En estas montañas del sur de España la especie lleva ya varios años perdida en el olvido y probablemente se encuentre en un rápido proceso de extinción. En los casi diez años que estuve trabajando allí con linces y águilas imperiales —miles de horas de observación de campo en hábitat lobero— no pude ver lobos ni una sola vez (y lo intenté en varias ocasiones). Sí que pude seguir rastros y, junto a algún amigo, disfrutar de sus emocionantes relatos sobre un grupo de lobos que se dejaba ver en alguna ocasión por la sierra de Andújar. Por desgracia, en los últimos años el lobo se ha hecho cada vez más escaso y hay muy pocos ejemplares. Es posible incluso que apenas queden manadas que críen. Aquí, su protección debería ser incondicional… y sin embargo quizás ya sea demasiado tarde.
Sobre la caza deportiva (y legal) del lobo, lo más sensato sería eliminarla (en Portugal, por ejemplo, el lobo está totalmente protegido). Incluso la mayoría de los cazadores estarían de acuerdo. Pero también es imprescindible hacer unos censos fiables y una gestión independiente para saber cuántos lobos hay, dónde habitan, en qué lugares y cómo se producen los daños y, con ello, hacer una estrategia de conservación a cumplir por todas las partes. La coexistencia entre ganadería y lobos es posible si hay voluntad. No tiene que ser tabú la eliminación selectiva de algunos animales y en algunas circunstancias si este control se hace en base a datos rigurosos y contrastados por un equipo técnico independiente y sin presiones. Otra cosa importante, fundamental: que todas las prácticas ilegales en torno a la caza se desmonten, se persigan y desaparezcan sin que engaños o intereses ocultos lo impidan.
En un invierno de nieves abundantes como el de este año pienso en los lobos de Picos de Europa. Las extensas nevadas significan una reserva de carne para los siguientes meses: los ciervos, corzos y jabalíes debilitados por tanta nieve son presas fáciles. Observo un grupo de cuatro lobos en un prado nevado. El macho y la hembra adultos del grupo ya muestran indicios de estar en pleno celo. En unos días se retirarán en solitario para procrear. Y en unos meses, la loba, bien alimentada con la carne de monte, buscará un cubil alejado del hombre para dar luz a sus cachorros: un buen número de lobeznos que vendrán al mundo a finales de primavera, cuando florecen las escobas.